13 de diciembre de 2022
El país futbolero celebra a un seleccionado que fue de menor a mayor, con jóvenes que hacen historia y la aureola de Messi, que merece ganar el mundial.
Estadio Lusail. Messi con Julián Álvarez, las figuras de una noche histórica del equipo de Scaloni en Qatar 2022.
Foto: NA
Con un Lionel Messi que se convirtió en el máximo goleador argentino (11) en los mundiales, pasando a Gabriel Batistuta (y que igualó en asistencias –8– a Diego Maradona), y en especial con los pibes que lo vieron crecer, corporizados en la figura de Julián Álvarez (tenía nueve años cuando Messi jugó su primer mundial), Argentina se impuso de principio a fin a Croacia, un 3-0 categórico, y jugará la final de la Copa del Mundo de Qatar 2022, su sexta, en la búsqueda de ganar la tercera, tan ansiada desde México 1986. Lo que pudo ser una preocupación por un dolor de Messi, tomándose la parte posterior del muslo, acabó con dos goles argentinos en cinco minutos, el primero de él y de penal, y después una corrida memorable de Julián, un nombre de pila que, como Diego en su momento, conmueve al país futbolero. Fue una noche memorable en el estadio Lusail, un resumen de la inteligencia del fútbol argentino, de su cultura puesta en juego.
Porque en el segundo tiempo, después de la gran jugada de Messi que comenzó contra la línea y derivó en un rodeo de torero al central Joško Gvardiol, uno de los más regulares en Qatar, Julián empujó a la red el pase-gol. Lo de Julián fue pletórico. A él, después de un pase de Enzo Fernández (tenía cinco años cuando Messi jugó su primer mundial), también le cometieron el penal: el arquero Dominik Livaković, otro de los más regulares de Qatar, se interpuso en su camino hacia el gol. Julián, a los 22 años, se metió en la historia grande de la selección argentina. Y en una semifinal de un mundial, dio una clase de desmarques, de presión en la salida, de juego al filo de la última línea, de goles.
Un grupo y un equipo
La actuación de la selección fue para aplaudir de pie. Hace cuatro años, en Rusia 2018, había perdido 3-0 ante Croacia, desborde del caos grupal. Lo que construyó Lionel Scaloni hasta Qatar, después de críticas de baja estofa, de calado nimio, también es digno de destacar, pase lo que pase el domingo en la final. Un grupo y un equipo. En un fútbol estudiado al milímetro, suena extraño que Argentina le haya entregado la pelota con inocencia a Croacia en buena parte del partido. Tenela vos, le dijo, porque yo voy a jugar a tirar pases largos desde mi línea superpoplada de mediocampistas a los que piquen a los espacios. «Vamos por el último partido, que era lo que queríamos –dijo Messi, el capitán, en su mejor mundial–. Jugamos por la gente, por la camiseta, por la gloria».
El viaje de la Argentina en Qatar terminará en el último día del mundial, como ocurrió por última vez en Brasil 2014. Este miércoles conocerá al rival, el ganador de Francia-Marruecos. Llega a la final in crescendo, en levantada de nivel. Golpe duro en el debut contra Arabia, alivio en el segundo partido contra México, el reencuentro con el fútbol contra Polonia en el cierre como líder del grupo, la reválida contra Australia en los octavos, los penales agónicos contra Países Bajos en cuartos, el éxtasis contra Croacia en la semifinal. Le falta un paso a la selección. Le falta un partido a Messi. El fútbol parece querer regalarle el mundial a Messi, que regó de magia las canchas desde que apareció con una pelota en los pies. Argentina, sus viejos compañeros, los nuevos que lo amaron en la infancia, y buena parte del mundo que lo admira y aclama, están ahí. Lo bancan.