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Competencia oficial

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Mariano Kairuz

Mariano Cohn y Gastón Duprat

Con su enorme peinado rojizo, Cruz interpreta a la excéntrica directora Cuevas.

Mariano Cohn y Gastón Duprat retoman los temas que cruzan la mayor parte de su obra: las veleidades, imposturas e hipocresías de los artistas y las celebridades; la tensión entre prestigio y popularidad. Si antes lo hicieron metiéndose en el universo de las artes plásticas, en El artista y en Mi obra maestra, y en el de la literatura con El ciudadano ilustre, ahora exploran el de los actores. Porque este no es tanto un relato del cine-dentro-del-cine como se pudo haber entendido desde su publicitado estreno en el festival de Venecia: lo que narra es un proceso previo al rodaje de una película, el de los ensayos y el choque entre intérpretes y directora. Incluso va más atrás, al espurio origen del proyecto: los anhelos de un millonario empresario que, al cumplir 80, decide comprar el respeto y la «trascendencia» que su exitosa carrera en la industria farmacéutica no le han labrado. Es la dinámica entre la excéntrica directora Lola Cuevas (una hipnótica Penélope Cruz con un enorme peinado rojizo y enrulado) y las dos estrellas convocadas, Félix (Antonio Banderas) e Iván (Oscar Martínez), lo que le da su verdadero sentido a Competencia oficial; una gracia que va más allá de la a menudo discutida y criticada voluntad de provocación de la dupla. Está la estrella española que triunfó en Hollywood aportando los clichés del «color latino», puro carisma y genética y nada de preparación, versus el riguroso maestro de actores, con más reconocimiento académico que popular, que dice renegar de los obscenos sueldos de las celebridades. De estas dos formas contrapuestas de vanidad saltan chispas y es imposible no reírse. Como casi siempre, Cohn y Duprat no cargan contra unos u otros, sino contra todos al mismo tiempo y, ante la amenaza de la bajada de línea, escapan por la vía del absurdo y la brutalidad, como diciendo que hay que pensar de modo autónomo, distanciándose de los cánones, sabiendo que una línea muy fina mantiene comunicadas la genialidad y la estupidez. 

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