26 de marzo de 2022
Guillermo Martínez
Planeta
221 páginas
Entre homenajes varios, el escritor construye una seductora intriga literaria.
¿Qué significa leer? ¿Qué secretos alcanzamos o qué claves se nos extravían en el devenir de ese acto? En fin, ¿es la lectura un gran malentendido? Crítico sagaz y despiadado, especialista en el boom latinoamericano, Merton es convocado a Barcelona por la agente literaria «que dio vuelta a su antojo la escena literaria española», Nuria Monclús (léase Carmen Balcells), para leer el manuscrito de La última vez, la novela que A, el escritor argentino de mayor reconocimiento del momento, ha escrito al borde su muerte. Corren los años 90 y A tiene la certeza de que nadie ha comprendido cuál es el secreto que guarda su obra, lo que hay por debajo de ella: aquello que el escritor cree que dice, lo que los lectores deciden creer que está escrito, lo que los críticos señalan para juzgarla. Y como en un juego de cajas chinas, veremos no solo lo que lee Merton, sino que al principio y al final también entra en escena un narrador que da con el crítico y lo entrevista «para completar la historia». La reciente novela de Guillermo Martínez plantea la idea del libro dentro del libro, la duplicación y el espejismo, la sumatoria e inversión de roles de los personajes. Al decir de Hegel, el acto de conocimiento como contradicción. Entre homenajes varios (la nouvelle La próxima vez, de Henry James; el monje, teólogo y activista Thomas Merton; los últimos años de Ricardo Piglia), giros autorreferenciales y tópicos del autor como la matemática y la filosofía, paseos por los atractivos barceloneses y un erotismo desenfadado, La última vez es una gran crítica a ese mundillo literario que funciona como una «sociedad de socorros mutuos», con devoluciones de favores y ajustes de cuentas. El autor se permite negar a la literatura desde adentro y nos deja, como en Acerca de Roderer, con la incógnita de un secreto no del todo develado. Tal cual indica el subtítulo, se trata de una intriga literaria. Porque, queda dicho, «según la capacidad del lector será el destino del libro».