Cultura | REESTRENO Y POLÉMICA

Cambio de época

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Mariano Kairuz

Con la cancelación cultural como telón de fondo, la llegada de series clásicas como Seinfeld y Friends a las plataformas genera críticas y debates.

Noventosos. Kramer, George, Elaine y Jerry, los entrañables personajes de Seinfeld son vistos a la luz del presente.

La escena es conocida por los seguidores de Jerry Seinfeld: invitado al programa de Stephen Colbert, ambos reconocen la influencia que el humor de Bill Cosby tuvo en sus vidas y carreras, pero el conductor le dice a su entrevistado que, tras la infinidad de acusaciones por abusos y violaciones lanzadas sobre el comediante, ya no puede seguir disfrutándolo. Seinfeld expresa su desacuerdo, pero algo ocurre más tarde: la conversación sigue fuera de cámara y este reconoce que es verdad, que lo de Cosby es tan fuerte que se impone sobre su legado artístico. «Hablando con Stephen sentí que ya no podría verlo de la misma manera», dijo poco después. «Es una caja fuerte que cae por la ventana: demasiado grande como para ignorarla». Y agregó, con cierto dolor: «Es tanta obra que desaparece, de golpe».
No hay grandes escándalos en la vida privada de Seinfeld, pero el fantasma de la cancelación cultural ha comenzado a perseguirlo a él también hace algún tiempo. Y aunque Seinfeld, la sitcom, nunca desapareció, la reciente compra de sus derechos exclusivos por la señal Netflix vino de la mano de una gran campaña de relanzamiento que inevitablemente volvió a posar la mirada sobre ella con espíritu revisionista. La reverencia que le profesan tanto público como prensa especializada parecían hacer de Seinfeld un producto blindado: el carácter revolucionario de sus guiones «sobre la nada»; su decisión de ir contra el lugar común de su género: «ni aprendizajes ni abrazos»; le garantizaban un lugar pionero entre las más modernas de la televisión. Pero algunos chistes, es verdad, hace rato que empezaron a sentirse un poco fuera de época en tiempos de masculinidades a medio deconstruir. 
Sin embargo, esto no es nada al lado de las «falencias» que muchos artículos en medios influyentes, los comentarios de sus lectores y los cruces en redes sociales empezaron a señalar recientemente. Las listas de los capítulos que «peor envejecieron» suelen coincidir en la escena en la que el nerd de Jerry droga a una mujer para dormirla y así poder jugar con su colección de juguetes retro. O ese otro en el que intenta crear una situación para cortar con su novia y empezar a salir con la compañera de habitación de esta. O cuando señala lo mucho que le gusta la hija ¡de diecisiete años! de un ejecutivo de la televisión. 
Muchas de las críticas están dirigidas a la manera en que George, Jerry y Kramer sacan provecho de personas con alguna discapacidad, pero en general hasta sus detractores reconocen que la «insensibilidad» de los protagonistas es en buena medida lo que los define y lo que hizo de la serie un relato original y tan irresistible. Los queremos, en parte, por ese cinismo. ¿Desde cuándo los personajes de una película, una serie o un libro deben ser modelos de conducta? Más polémicos son, no se puede negar, el tema de la novia drogada así como el del espacio muy menor que ocupan los afroamericanos en una serie de gente mayormente de clase media, blanca y urbana. 

Milennials. Según un periódico británico, Friends fue acusada de
«transfóbica», «sexista» y «gordofóbica».

Una observación parecida a la que siempre se ha hecho sobre otra de las celebradas sitcoms de los 90, Friends, que también acaba de vivir una suerte de relanzamiento millonario, con «reunión» y todo, por HBOMax. ¿Cómo puede ser –se preguntan en duro escrutinio sus seguidores— que en Nueva York, una de las ciudades más cosmopolitas del mundo, todos los miembros de las bandas de amigos y vecinos protagónicos sean blancos? Algunos ven en eso el fiel reflejo de una realidad de segregación social; para otros es simple racismo. 
Pero esa visión sobre Friends ya existía para la época en que la sitcom completó sus diez temporadas, 17 años atrás. El periódico británico The Independent publicó un informe en el que aseguraba que «los millennials que ven Friends en Netflix» la encuentran «transfóbica», «homofóbica», «sexista» y «gordofóbica» (por la burda representación del pasado con sobrepeso de Mónica). Ni sus creadores ni sus protagonistas se han hecho cargo de estas críticas. 
Para David Schwimmer (Ross) muy pocos elementos son tomados «en su contexto» y considera que la serie «abrió puertas en su época, en la manera en que mostraba casualmente relaciones sexuales y el matrimonio gay». Aunque hace dos años su cocreadora Marta Kauffman sí se atrevió a expresar un arrepentimiento en particular: «Creo que no teníamos suficiente conocimiento sobre la gente transgénero así que no estoy segura de si usamos los términos apropiados». 
La llamada «cultura de la cancelación» avanza con argumentos no siempre sólidos, sobre una cantidad de títulos y figuras que no se lo vieron venir. Hace poco Comedy Central decidió no emitir el episodio del «Día de la diversidad» en un maratón de The Office a pesar de que las caracterizaciones ofensivas que hace el personaje de Steve Carell son lo que se conoce como «metaintolerancia»: un tipo de humor que señala la incorrección de determinadas conductas y discursos, no mediante una impugnación directa sino a través de una puesta en escena destinada a provocar incomodidad. 
Algunos cuestionamientos son válidos y en algún punto inexorables: muchos comediantes reconocen que sus creaciones están destinadas muchas a veces a ofender (o en todo caso, que esa es una reacción natural a su material, un signo de salud) y por eso mismo es lógico que pierda actualidad con cada nuevo avance que se produzca en el discurso social. Pero los vigilantes de la corrección política no solo no parecen tener siempre en cuenta el contexto en el que surgieron aquellos contenidos que están examinando con pretendido rigor, sino que muchas veces tampoco parecen comprender que la ideología y la moral de un relato y de sus protagonistas no implican automáticamente un elogio ni una promoción de esa moral; que «describir» no es necesariamente «suscribir». 
Jerry Seinfeld ha decidido no darle más pasto a esta discusión, que para él se reduce en realidad a cómo la corrección política está dañando el arte de la comedia. «Hay unos cuantos capítulos de la serie a los que si pudiera volver obviamente le haría cambios», ha dicho, «pero en realidad no creo, filosóficamente, en cambiar el pasado. Lo que pasó es lo que pasó, sigamos adelante a partir de eso». En otra ocasión manifestó: «En los 90 era fácil hacer chistes sobre diferentes cosas. Uno sabía exactamente dónde estaba puesta la cabeza de estos programas. Hoy no sabemos dónde está la cabeza de nadie. Yo no tengo interés ni en el género ni en las razas ni en nada por el estilo, pero todo el mundo está calculando: ¿esta es la mezcla exacta? Para mí eso es la anticomedia». 

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