Cuento | Por Paula Galansky

Todos los veranos que pasamos juntas

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Paula Galansky

Paula Galansky (Concordia, 1991) publicó relatos en diversas antologías y los libros Dos noches (2018), Inventario (2020) y El lugar en el que estoy cayendo (premio Manuel Musto de narrativa, 2021). Vive en Rosario.

Brad Pitt está pescando en el lago de Concordia, en una excursión secreta. La noticia corrió como pólvora cuando uno de los empleados del Yacht Club compartió una foto en la que Brad, con remera azul y gorrita negra, sostiene un dorado con las dos manos. Está apoyado contra la baranda de una lancha, atrás suyo el agua marrón se abre lisa hasta el horizonte y hace resaltar su sonrisa blanca.
Apenas recibí la imagen la agrandé todo lo que pude para detectar el photoshop, pero es de muy mala calidad. De todas formas, ese no puede ser el cuerpo de Brad. No es que lo tenga tan presente, pero sí me acuerdo de que es alto y estilizado, y nunca antes le había visto unos brazos tan venosos.
Al lado mío están Jose, Lola y Majo, todas acercando la cara a la pantalla del celular. Pasan unos segundos de silencio en los que no sé si reírme o no, y entonces Jose pregunta si para nosotras de verdad es él. Cómo va a ser él, le responde Majo. Y bueno nunca se sabe, se defiende ella. Quién mandó la foto, quiere saber Lola. Rocío. Ah, entonces es trucha, dice Euge, y ahora sí nos reímos las cinco.
Es la semana chiclosa entre navidad y año nuevo, y aunque hace poco volvimos a pasar las fiestas a las casas de nuestros padres, ya estamos totalmente inmersas en la rutina que sostenemos inalterable todos los veranos que pasamos juntas. A la mañana salimos a caminar o nos quedamos mirando tele, a la siesta nos tiramos al sol en algún patio o en la pileta de Euge. A partir de las seis vamos cayendo a Tokio, el negocio en el que trabaja Debi. Ella es la única que no está de vacaciones, así que nos atrincheramos en el local.
Bastaron unos días en la ciudad para que olvidemos a las adultas independientes que intentamos ser el resto del año, y volvamos de golpe a pelear con nuestras madres, a salir a los mismos lugares y a hablar sobre gente que llevamos muchísimo tiempo sin ver. Esta tarde estamos aburridas y nos parece que la vida gira en círculos. O por lo menos, así era hasta que recibimos la noticia sobre Brad.
Debi buscó la foto en las redes, pero no encontró nada serio. Lee en voz alta los comentarios de algunos que juran haberlo visto navegando en el lago, y los de otros que responden sarcásticos.
Tampoco es imposible, vienen muchos famosos a pescar, vuelve a la carga Jose, y no necesita aclarar que se refiere a la visita de Rod Stewart. Ese día yo estaba lejos, pero igual me enteré de la caravana de fanáticos que se pasó la tarde merodeando la orilla a la espera de algún avistaje, como en esos programas en los que un grupo de exploradores recorre montañas buscando a pie grande.
¿Y si vamos a ver? insiste Jose. Miren si llega a ser él. ¿Hasta el lago? No da, hace mil grados, se niega Majo. Sin embargo, Euge recuerda que vino hasta acá en auto, y que a ella no le molesta manejar. Hay algo en el aburrimiento que nos pone maleables, y con la misma facilidad con la que pasamos horas mirándonos las caras, cualquier idea puede surgir y prender de un momento a otro. Además, a todas nos gusta dejarnos guiar por corazonadas, y no voy a negar que desde que vi la foto algo en mí susurra: ¿y si es Brad?
Desde la vereda le prometemos a Debi venir a buscarla si llega a ser él, y nos acomodamos en los lugares que tenemos asignados desde que empezamos a andar en auto juntas. Al principio, cuando fuimos sacando el carnet, la posibilidad de desplazarnos por nuestros medios nos sorprendía tanto que en un solo verano fuimos seis veces a Colón. Escuchábamos música y cantábamos a los gritos, y esa parte nos divertía muchísimo más que el plan que teníamos cuando llegábamos. Ahora ya estamos acostumbradas y viajamos mirando por la ventanilla o charlando apenas.
Jose enumera las películas en las que vio a Brad: Mr. y Mrs. Smith, Bastardos sin gloria, El club de la pelea. También está en Entrevista con el vampiro, aporta Euge. Nos preguntamos cuántos hijos tiene, si ya cumplió los cincuenta y sí será un buen padre. Un montón, sí, y andá a saber, nos contestamos entre nosotras.
En vez de vaciarse, a medida que nos alejamos del centro las calles están más llenas. La YPF y los locales de comida parecen repletos. ¿Toda esta gente está buscando lo mismo que nosotras? Creemos que no puede ser, pero Jose vuelve a repetir que nunca se sabe.
En el semáforo para al lado nuestro un auto con tres chicos. Preguntales a qué vienen, me dice Lola en chiste, pero yo tengo la ventanilla baja y giro la cara por si escucharon. La deben estar buscando a Angelina, insiste cuando arrancamos, divertida con su propia hipótesis, aunque Angelina no estaba en la foto.
En la entrada del lago, la ruta se divide en dos. Después de debatirlo decidimos que si está acá, tienen que estar del lado de la represa. El tío de Euge siempre iba ahí, y más de una vez comimos dorados que pescó él. Era un hombre al que le importaban los buenos chistes, la comida y las charlas de sobremesa, y que siempre contaba las mismas anécdotas: cuando era joven e instalaron la represa, por un tiempo creyó que la ciudad iba a volverse un destino de oro para el turismo pesquero, y se dedicó a ofrecer tours a precios internacionales. Todavía se divertía como loco recordando a los yanquis que pagaban fortunas sin saber siquiera enganchar la carnada, y a los grupos de inexpertos que subían a las lanchas borrachos y se pasaban la tarde meando el agua.
Doblamos a la derecha y avanzamos atentas a cualquier señal, patente extranjera o amontonamiento de gente. Después de la última curva, el lago aparece de frente. Está planchado como un espejo, estacionamos cerca y vamos directo a meter los pies en el agua.
Desde acá vemos la represa y los autos ir y venir; hay familias, parejas y una camioneta llena de chicos que andan dando vueltas. Cada vez que pasan cerca nos miramos de reojo, reconociéndonos en silencio como compañeros de esta procesión inconfesable de fans.
Pero no hay rastros de excursiones de pesca, tampoco barcos que corten la línea del horizonte. Revisamos la foto y comparamos el fondo con el cielo que tenemos delante: es el mismo. Ya es la hora en que la gente sale a correr o a pasear a los perros, dejando que pensamientos de día resbalen uno detrás del otro, y yo recién ahora me animo a admitir que ver a Brad Pitt en el lago se había ganado un lugar en mi cabeza como la mejor y más increíble anécdota que iba a poder contar en la vida.
Lola prende un cigarrillo y sopla el humo para espantar a los mosquitos. Debi no para de escribirnos para saber si lo vimos, Jose le responde que todavía no. Qué hacemos, pregunta Euge, pero enseguida se contesta a sí misma sentándose en la arena. Las demás le copiamos y nos sentamos alrededor. Más tarde vamos a decidir si volver a nuestras casas o si quedarnos dando vueltas por ahí toda la noche, pero mientras tanto seguimos acá, aferradas a la idea de que el universo tiene algo especial reservado para nosotras, esperando atentas al ruido del motor de una lancha que de un momento a otro aparezca a lo lejos.

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