20 de abril de 2025
Con una nutrida lista de invitados, el bajista y productor grabó un notable disco de versiones de Los Abuelos de la Nada. Pasado y presente de un auténtico faro del rock argentino.

Difícil mensurar la importancia en la música popular de este hombre que ahora sale a un patiecito a fumar un cigarrillo para hablar del plano secuencia de la miniserie Adolescencia. Esa dificultad tiene que ver tal vez con su carácter: pese a su estatura de basquetbolista, tiende a la invisibilidad. Para él, pasar inadvertido es algo parecido a la gloria. No es de gastar palabras porque sí. Destaca la discreción. Habla poco, pero bien. En la hoguera de las vanidades de los hacedores de hits, cualquiera que haya escrito las músicas de canciones como «Himno de mi corazón», «Ir a más», «Sintonía americana» y tantas más podría sacar pecho y hablar desde otro lugar. Como si la modestia fuera un defecto, Cachorro López se «defiende» con una pregunta: «¿Vos sabés qué temas compuso el bajista de Queen? “I Want to Break Free”, “I’m In Love with my Car”. Yo sí lo sé porque… ¡me fijé en los créditos! Pero nadie le da bola a esas cosas».
Gerardo «Cachorro» López ostenta una capacidad artesanal para pulir lo que haya que pulir. En un oficio donde George Martin se erigió hace unos 60 años como monarca absoluto, es capaz de balancearse entre el pop, el rock y hasta los ritmos latinos en boga. Sumado al olfato para advertir dónde se esconde la posibilidad de un éxito, como productor ha puesto en valor trayectorias tan variadas como las de Rubén Rada («Gracias a Cachorro López me pude comprar un departamento», bromea el uruguayo) y Julieta Venegas. Está en su hábitat: su estudio del barrio de Parque Saavedra. Entre instrumentos, una consola, la pecera, varios discos de oro y otros metales preciosos y una generosa cantidad de premios Grammy, se lo observa descontracturado. El, que fue sin dudas el cráneo en las sombras de Los Abuelos de la Nada versión 80, habla con gusto del disco que acaba de salir, Éxtasis total. El trabajo es una olímpica y heterogénea revisión de un puñado de aquellas buenas canciones que marcaron la Argentina del «poptimismo» alfonsinista. Como quien regresó a la casita de los viejos y conoce al tacto cada recoveco, no hay secretos aquí. Cachorro manipuló esas pieazas con la autoridad del caso. «Es increíble la vigencia que tienen aquellos temas. Muchos de los que participan ni siquiera habían nacido», afirma.
«Cuarenta años después, quedó demostrado que el repertorio de Los Abuelos tiene vida. Algunos de los artistas los busqué yo, otros se acercaron.»
Todo comenzó con una versión de «Lunes por la madrugada» para una serie de Pol-ka. A partir de ese trabajo, en el que aportaron Ale Sergi y Mateo Sujatovich, el presidente de Sony, Damián Amato, le sugirió probar y ampliar la historia con otras canciones de Los Abuelos de la Nada. «Me pareció interesante. Y si bien no sacamos muchos discos en esa etapa de la banda, las canciones se la bancan. Y así arrancamos. Yo ya había tenido reuniones con los “abuelos” que quedamos vivos: Andrés (Calamaro), Dani (Melingo) y Gustavo (Bazterrica). Nunca dejamos de vernos. Ellos estuvieron de entrada. Sobre todo Andrés: se súper involucró. El título es de él: Éxtasis total es parte de la letra de “Sintonía americana”. Resume el espíritu “abuelo”».
En efecto, un antecedente aun previo al de «Lunes por la madrugada» fue en un concierto de Calamaro. Allí, junto a López, Melingo y Bazterrica se reunieron en un escenario por primera vez desde los años 80. Cantaron «No te enamores nunca de aquel marinero bengalí» y «Costumbres argentinas» como parte de un homenaje a Miguel Abuelo. Zorros viejos, mostraron en un mismo gesto un afilado juego en equipo y la lozanía de ese par de temas.
Para Éxtasis total los nombres se fueron sumando, como capas. Nadie quería estar ausente en un homenaje a Los Abuelos. Cachorro contó con la participación de artistas con los que trabajó como productor (Vicentico, Julieta Venegas, Zoe Gotusso, Emmanuel Horvilleur) y otros que integran la camada más relacionada con lo que se llama «música urbana» –que, cada vez más, se escucha como una variante pop– como Lali Espósito y Trueno.
–¿Cómo fue el trabajo?
–Muy placentero. Cuarenta años después, quedó demostrado que ese repertorio tiene vida. Algunos de los artistas los busqué yo, otros se acercaron, otros fueron convocador por consejo de gente que respeto.
Entonces, Zoe Gotusso («Sin gamulán»), Emmanuel Horvilleur («Sintonía americana»), Vicentico («Cosas mías»), Miranda! («Hombre lobo»), Monsieur Periné con Daniel Melingo («Chalaman»), Los Auténticos Decadentes («No se desesperen»), Ale Sergi con Conociendo Rusia («Lunes por la madrugada»), Julieta Venegas con Trueno («Tristeza de la ciudad»), El Zar («Así es el calor»), Lali Espósito («Mil horas»), y López, Melingo, Calamaro y Bazterrica («No te enamores nunca de aquel marinero bengalí» e «Himno de mi corazón»), empezaron a sonar en todos lados. Sorprende la diversidad de la lista, tanto de los invitados como de las canciones: siempre ha sido así. Fue un sello de la banda la capacidad para jugar libremente con ritmos y texturas, como pueden ser el funk, el reggae, el tecno, el rock and roll.
«Todo cambia muy rápido. La música, cómo la recibe la gente. Se graba todo el tiempo. Cualquier chico con una laptop puede hacer cosas interesantísimas.»
–Por algún motivo u otro, ¿qué canción destacás del disco?
–¡La pregunta del millón! En mí la valoración de las canciones, incluso el cariño, va mutando con el tiempo. Acá me pareció muy interesante lo que ocurrió con «Hombre lobo», que tiene un agregado muy grande, original, que queda bien. Nunca fue de los temas más conocidos de Los Abuelos. Lo hacíamos mucho en vivo. Es que Los Abuelos de la Nada fue una banda muy del vivo. A Ale Sergi siempre le gustó ese tema. Escribimos un texto, Andrés se prendió y quedó buenísimo. Para mí, completa y mejora el original. La frutilla de un postre de hace cuarenta años.
–¿Cómo pensás los discos?
–Cada uno es diferente a otro, pero en general es una combinación de una idea previa que después va tomando otros rumbos. En la dinámica de trabajo surgen cosas que te llevan hacia lugares insospechados. Y se cambia sobre la marcha. No todas las producciones son iguales. Cuando trabajé con Vicentico, por ejemplo, teníamos una idea conceptual previa en común. Los accidentes del camino, por decirlo de alguna forma, los sorteamos juntos. Éramos dos compañeros, a la par.
–¿Sos nostálgico?
–No, para nada. Me atrapa lo que ocurre en cada época.
–¿Qué ves en el panorama actual?
–Vértigo. Todo cambia muy rápido. La música, cómo recibe la gente la música. Se graba mucho todo el tiempo. Cualquier chico con una laptop puede hacer cosas interesantísimas.
–¿Qué destacás de ese panorama?
–Siempre me gustaron cosas variadas. No sé, me gustan Trueno, Wos, Bándalos chinos.
–¿Te da ganas de producir lo que te gusta?
–¡Al contrario! Pienso: «¡No me necesita!».
Cachorro tenía destino de rugbier o de arquitecto. Iba a un colegio privado de Belgrano, jugaba muy bien al rugby y llegó a integrar el equipo de Alumni. Lejos de cualquier estereotipo de clase acomodada, era loco por el rock. En paralelo, escuchaba música sin parar y tempranamente advirtió una facilidad natural para tocar instrumentos. Eran los 70: mucho rock sinfónico y, siempre, Los Beatles. Se enamoró del bajo, al que describe como «el mejor instrumento del mundo». Pero los padres consideraban que la música no era una profesión viable. Y de alguna manera lo conminaron a alguna carrera universitaria. «Estuve un año diletando, y al final me metí en arquitectura. Hice seis meses de carrera, al toque me di cuenta de que no iba para ningún lado. En los tiempos libres, tocaba el bajo. El clima en la Argentina estaba feo, eran los años pesados. Así que con unos amigos nos fuimos a Ibiza a “hippear” un poco. Ibiza no era lo que es ahora, un destino del turismo hype y de música electrónica. Era un sitio con mucha bohemia y delirio. Una cosa fue llevando a otra, y al final me quedé tres años en Europa. En Ibiza lo conocí a Miguel.

–¿Lo conocías? ¿Sabías quién era, qué había representado en el rock nacional pionero?
–No, casi nada. Lo fui conociendo de a poco a Miguel. Es más: me di cuenta mucho tiempo después del tremendo poeta que era. Pegamos buena onda, y empezamos a pensar proyectos, a fantasear. Miguel siempre fue una persona increíble, especial. Y cayó preso. Yo estaba tocando en un grupo y en un momento salió laburo para ir a tocar a Bristol, en Londres. Mientras Miguel estaba en cana, yo andaba por ahí, absorbiendo toda la música que se escuchaba en Londres en esa época: new wave, reggae, ska. Era fanático de The Specials.
–La base sonora de lo que serían los nuevos Abuelos de la Nada.
–Claro. Miguel salió libre, se fue a Barcelona y nos carteábamos. Un diciembre fui a pasar Navidad a la Argentina, para ver a mi familia, que hacía años que no la veía. Ahí me di cuenta de que había un lindo clima en el país. Era el comienzo del fin de la dictadura. Miguel también volvió, y se fue armando la banda. Lo que se formó fue increíble, una alquimia formidable. Todos personajes: casi todos compositores, cantantes, fanáticos de la música negra.
Fue la segunda versión de Los Abuelos de la Nada. Si la primera había sido una mezcla fascinante y bastante poco conocida del pulso juglaresco de Miguel Abuelo en sintonía con la psicodelia de fines de los 60, esta contaba con una variedad artística extraordinaria, producto de los temperamentos artísticos que sumaban sobre todo Daniel Melingo, Gustavo Bazterrica y un imberbe Andrés Calamaro, más la batería de Polo Corbella. Los dados cayeron en el paño y fue generala servida.
«Trabajar con Charly fue una masterclass de producción. Increíble. Muy despierto en el estudio, muy claro. Ahí tome conciencia de lo que significa producir.»
Eran tiempos del apogeo de Serú Girán y del ascenso de Daniel Grinbank como manager y productor. El rock empezaba a consolidarse, también como negocio. «A mí me gustaba Serú», dice Cachorro. «Me parecían increíbles los shows, la puesta en escena, las luces. Charly García nos quiso producir el primer disco. Yo pensé por un lado: ·Qué bueno, Charly·. Y por el otro: ·¿Qué catzo va a hacer con nuestra música, qué sabe?·».
–¿Y cómo fue trabajar con Charly?
–Una masterclass de producción. Increíble. Muy despierto en el estudio, muy claro. Ahí tome conciencia de lo que significa producir. Después Charly nos llevó a Bazterrica, a Andrés y a mí a salir de gira. Eran tiempos frenéticos. Yo funcionaba como una esponja.
Cachorro se permite una fugaz mirada que trasluce melancolía. Es una ráfaga, no mucho más. En seguida vuelve a hablar de Éxtasis total, y de que necesita parar un poco. «Quiero estar un tiempo tranquilo. A ver si puedo», dice, y da la sensación de que sabe que ese estado de calma le resulta imposible. Sigue mencionando artistas actuales, cuenta que el disco que más escuchó en los últimos años es El madrileño, de C. Tangana («obra maestra»), desliza que se siente un poco de vuelta, habla con cariño de Rubén Rada, pregunta «¿ya terminamos?». Entonces vuelve a destacar el alucinante plano secuencia de Adolescencia, para rematar: «El episodio tres no se puede creer».