20 de junio de 2023
Sofisticada y al mismo tiempo cálida, la cantante alcanza la madurez artística en su nuevo disco. El recuerdo de sus inicios y su mirada sobre el folclore actual.
En una sala pequeña está montado un mini set de televisión. Soledad Pastorutti está sentada en un banco haciendo equilibrio. Se pide un café con leche de almendras. Toma un respiro. Se acaba de ir un periodista. Entra otro. Le retocan el maquillaje. Sonríe casi todo el tiempo. Detrás aparece una foto con la gigantografía de la tapa de su último disco, Natural, donde tiene un gesto reflexivo, sentada sobre la mesa de una cocina, rodeada por un radiograbador, unos sifones antiguos y una canasta con flores secas, panes y verduras. Está apoyada sobre la pared y lleva un vestido blanco, que deja al descubierto sus piernas y los pies descalzos. El arte de su disco es un reflejo de su presente, una nueva producción, con canciones de su autoría y clásicos del folclore, producido por Nico Cotton, encargado de discos de Wos, Nicki Nicole y Conociendo Rusia.
«No puedo hablar de los 90, lo agreste de aquella niña y lo inmadura no está ahora. Obviamente todo lo que me pasó me convirtió en una mujer diferente.»
La asociación con el productor del momento no tiene que ver con una búsqueda pop de su sonido, sino todo lo contrario. Soledad buceó en sus raíces, su historia, sus discos de cabecera como Luz del aire de la cantora Melania Perez y AM de Raly Barrionuevo, y alumbró un nuevo material con una proyección que incluso parece imperceptible para este tiempo. Es un álbum que definitivamente será un clásico dentro de su discografía. Diez canciones, entre bagualas, zambas, chacareras, chamamés, carnavalitos, boleros, rancheras y milongas, que revelan su madurez como artista. La voz, las canciones, los arreglos de cuerdas, la instrumentación, las composiciones consiguen modelar una atmósfera cálida y un audio muy superior a sus trabajos anteriores. Todo se conjuga de una manera elegante, sofisticada, pero sobre todo sin perder el corazón interpretativo de la cantante.
Soledad, que tiene 42 años, está por cumplir 30 de trayectoria: hizo dos películas, participó en las tres temporadas de La voz y tiene 18 discos editados. Ahora se asoció con el productor Daniel Grinbank para su nueva etapa de conciertos, el mismo que organizó la celebración del tour El amor después del amor de Fito Páez. Es un paso meditado, que busca sobre todo la permanencia de su música, pero también la de toda esa escena folclórica, que cambió con su aparición en aquel debut en el festival de Cosquín de 1996. «La piedra fundacional se puso allá por los 90, pero después siempre se fue construyendo. Entonces, todavía no llegué a ningún lado y eso es lo que me mantiene viva artísticamente. Mientras tanto el tiempo pasa y acá estoy», dice la cantora y compositora, que presentará sus nuevos temas –donde le canta al paisaje, la raíz, el amor, la realidad y la nostalgia– el 14, 15 y 16 de julio en el Teatro Coliseo.
–¿Cómo es la Soledad de hoy?
–A diferencia del disco anterior que fue más una búsqueda, Natural fue el encuentro con la estética de una música que venía intentando hacer en otros trabajos. Está más cerca de mi sueño. Sin dudas, es la Soledad que me gusta ser hoy. No puedo hablar de los 90, porque lo agreste de aquella niña y lo inmadura no está ahora. Obviamente todo lo que me ha pasado me convirtió en una mujer diferente de aquella que fui y que mantiene algo de aquella esencia.
–Desde tu disco Folklore pasaron quince años. ¿Hay un punto de conexión con ese material dedicado exclusivamente al género?
–Hay mucha relación de ese disco con este, incluso con los primeros tres discos, hasta con el cuarto que fue el primero que grabamos a nivel internacional, pero con otra estética. Siento que esto es diferente porque en este caso hay canciones inéditas que forman parte de este disco y no son disruptivas. Vas escuchando y te encontrás con una zamba super clásica como «La del olvido», un chamamé como «Bañado Norte», o de golpe con una chacarera nueva como «De solo pensar en ti», que convive perfectamente con esa atmósfera. No decís “esta es modernita”: esa es la gran diferencia. Además de las cuerdas de Leo Sujatovich, que cuando hizo el arreglo le dio un marco que es mucho más pretencioso de lo que intentamos en otros años.
–¿Por qué?
–Es un disco disruptivo y hoy tiene un valor grande jugársela en ese sentido, porque estoy casi segura de que no vamos a tener la oportunidad de sonar en las radios, pero estoy buscando otra cosa con este disco. Estoy buscando la permanencia de estas canciones en mi repertorio por años. Cantarlas de aquí a veinte años con la misma seguridad, la misma certeza y el mismo disfrute, como las canto ahora. Me encanta el resultado del disco. Es como si fuese toda una única canción que escucharía mil veces, desde que empieza hasta que termina.
«Estoy buscando la permanencia de estas canciones en mi repertorio. Cantarlas en veinte años con la misma seguridad, la misma certeza, el mismo disfrute.»
–Parece un disco que más que estar dedicado a un género, hace pie en el valor de sus canciones. ¿Esa era la intención?
–En ningún momento dijimos hagamos un disco de raíz, ni de folclore, sino que fuimos en búsqueda de canciones que nos gusten mucho y el gran desafío era enmarcarlas a todas en una estética musical que, también, después pueda defenderse en vivo. Sí creo que buscamos un concepto, pero no a través del género, sino a través de lo que decían las canciones, a qué le cantamos, cuál era la manera en que nos expresamos. Una de las primeras que apareció y la que inauguró todo fue «Hispano» de Jorge Fandermole, que me la dio hace mucho tiempo. Es muy interesante desde cómo la escribió, lo que dice, la poesía. Esa canción nos marcó una vara y desde ahí no nos podíamos ir.
–En la milonga «Paisajes» la letra plantea una temática profunda y social. ¿La milonga pide ese tipo de letra?
–Al principio no la pensamos como una milonga. Venía componiendo con Loli Molina y Claudia Brant. Ya habíamos hecho «La Paloma» y otras canciones, entonces le dije a Claudia que quería hacer unos experimentos y sumar a estos encuentros a Nico Membriani, que tiene facilidad para hacer rimas. Cuando compongo con otros autores me preguntan qué quiero decir, de qué quiero hablar. El folclore siempre ha tenido que ver con lo que la gente siente y piensa. La música a la que yo siempre hice referencia toda mi vida ha tenido mensajes profundos. Aunque hable de un paisaje es profundo. Aunque hable de un amor es profundo. En ese encuentro hablábamos de las cosas buenas y no tan buenas de ser argentino. El gran desafío era reflejar eso que se repite todos los días que es el deseo de que todos tengamos trabajo y salud, pero que cuando los ponés en una canción se te aflojan un poco las piernas. Incluso cuando la escribimos no me pasó lo mismo que cuando terminé de escuchar la canción. Claudia fue la que dijo: «Se me ocurre que tiene que tener estos acordes». Nico tenía la guitarra y empezó a hacer una milonga que es lo que le sale y, entonces, dijimos vamos por la milonga. No nos dábamos cuenta que estábamos haciendo una de las canciones más bellas del disco.
–¿Cómo fue el trabajo con Raly Barrionuevo, otro de los invitados?
–Raly fue una especie de curador del disco. Primero hicimos el dúo para cantar «La Llamadora», algo que nació hace muchos años. El venía a una peña que hacíamos antes de la pandemia en Arequito, donde la gente iba a bailar folclore. Entonces un día vino, paró en mi casa y guitarreando me mostró esta zamba y me encantó. En algún momento de mi vida sabía que la iba a grabar. Así que le dije que la quería grabar con él, porque me gustan como quedan nuestras voces juntas. Después Raly colaboró con el carnavalito. Es una música que no por alegre quería que le falte profundidad y no quería que sonara pop. Hicimos la letra con Claudia y le faltaba una vuelta de rosca, así que lo llamé a Raly para que me ayude con la letra y se vino a Arequito. Comimos un asado, estuvimos en el estudio toda la tarde, debajo de un alero, trajo la letra medio escrita y le terminamos de dar forma. El Raly le puso a la letra un poco de historia, una daguita, que cuando la escuchás duele.
–¿Qué aprendiste de todas las colaboraciones que hiciste en los últimos meses?
–Con todas las colaboraciones se aprende algo. Cuando vos compartís con alguien, aunque no tengas una afinidad total, aprendés que hay una persona que es muy diferente a vos y que el mundo puede estar lleno de esas personas, con lo cual la empatía y saber cómo convivir es un gran aprendizaje. También aprendí que ninguna colaboración esta intrínsecamente relacionada al éxito. A veces uno cree que sumando dos personas es más, pero a veces no es más: si la cosa es forzada y no hay un disfrute de ambas partes se queda en un momentito de encuentro, un saludo y no permanece en el tiempo. Igual de todas maneras se aprende, todas son positivas. En este disco lo de Raly nació naturalmente y lo del Chango Spasiuk era una necesidad de la canción y gracias a Dios que dijo que sí.
«No es lo mismo sonar en una FM todos los días y estar en la casa de una persona que tener que llegar a la gente a través de Youtube o Spotify.»
–¿Pensás que sigue costando hacer un disco de folclore dentro de esta industria musical?
–No, pero los canales de difusión son diferentes y más lentos. No es lo mismo sonar en una FM todos los días y estar en la casa de una persona que tener que llegar a la gente a través de Youtube, Spotify o las demás plataformas. Siento que es diferente. El camino es un poco más difícil, quizás sí, por una razón: hoy la música son números, son repeticiones y quizás el público más afín a esta manera de hacer música no es un público que te repite una canción cuarenta veces al día. Es un público que para escuchar busca un momento en la vida y en su día, porque tiene más ocupaciones. No descarto igual que este disco sea una revolución y a estas canciones les pase como le pasó a «Brindis», que veo a los chicos más chiquitos cantándola. El camino puede ser más difícil, pero no me preocupa ni me molesta. Esta es mi expresión presente. Esto es lo que soy yo.