10 de junio de 2015
Después del éxito de las Viudas & Hijas de Roque Enroll, Mavi Díaz se abrió camino en España con shows de hoteles. Su grupo de folclore y sus experiencias con Sandro y Spinetta.
El año pasado, no solo los nostálgicos festejaron el regreso de Viudas & Hijas de Roque Enroll. Para celebrar los 30 años de la creación de esa banda que nos hizo bailar a todos en los 80, se armó un show en el Gran Rex con invitados especiales y hubo público de todas las edades. Ya son varias las generaciones que disfrutaron de hits tan pegadizos como «Estoy tocando fondo», «Lollipop» y «Bikini a lunares amarillo». Y la llegada de una tira televisiva que se transformó muy pronto en un éxito (Viudas e hijos del rock and roll, que en mayo completó sus emisiones en Telefe), no hizo más que confirmar el predicamento popular de la banda.
Pero la vida artística de Mavi Díaz está lejos de agotarse en ese revival. Al frente de Las Folkies, esta cantante nacida en una familia de alto linaje musical convive armónicamente con su pasado, pero piensa sobre todo en el futuro. «Con las Viudas siempre hubo una gran química, sobre todo cuando estaba María Gabriela», señala. «Éramos cuatro personajes muy distintos, cada una con su propia personalidad, como unas Spice Girls criollas. Lo que funcionaba era la combinación. Ahora quisimos celebrar los 30 años de la banda con nuestro público de siempre y con los nuevos seguidores que aparecieron. Nos damos cuenta de que cada vez que tocamos se produce algo transgeneracional que nos alucina. Fue una gran fiesta lo del Gran Rex».
El recital también funcionó como un homenaje a la recordada María Gabriela Epumer. «Se lo debíamos», confiesa. «La última vez que tocamos con las Viudas había sido en el aniversario de su fallecimiento, en un show en el Dorrego. El reencuentro con la gente y con la familia Epumer fueron dos cosas muy importantes para mí. Y fue buenísimo que estuvieran Leo García y Miranda!, gente que tiene nuestro mismo ADN. Pero hoy ya tengo la atención puesta en otro lado», remata la cantante.
Ese otro lado del que habla es Mavi Díaz & Las Folkies, banda de folclore en la que la acompañan Silvana Albano en piano, Pampi Torre en guitarra y Martina Ulrich en percusión. Las Folkies editaron un primer disco en 2011, Sonqoy. Y este año lanzaron el segundo, Todo sí, con 13 temas, algunos propios y otros ajenos (una versión de «Laura va», de Luis Alberto Spinetta, y otra de «Cuando yo me muera», de Andrés Chazarreta). Para Mavi, es prioridad absoluta. «Es lo más importante ahora, sin dudas», remarca. «Es un proyecto que tengo desde 2010, con canciones de raíz folclórica. En el disco que acabamos de editar, todas participamos en la composición, algo que me puso realmente muy contenta. Este proyecto es el amor de mi vida, la banda perfecta, soñada. Estoy con grandes músicas y grandes personas».
–¿Hay diferencias sustanciales entre Todo sí y Sonqoy?
–El nuevo es un disco que reafirma la personalidad de la banda. Siempre hicimos un repertorio tradicional. Quiero decir: las zambas son zambas, las chacareras son chacareras y los escondidos son escondidos, no son «aires de» ni sanatas de ese tipo. Son canciones muy bailables –y de hecho muy bailadas por jóvenes coreógrafos– que tienen un tratamiento sonoro espectacular, muy espontáneo. Las grabamos en los huecos de nuestras giras. Estuvimos en Europa, en Estados Unidos y en Corea. Es un disco muy orgánico, que fue compuesto casi por completo en el estudio.
–Cuando decís «repertorio tradicional», pienso en los riesgos que siempre implica un género muchas veces conservador como el folclore.
–Es cierto que en los festivales folclóricos es difícil que veas propuestas nuevas. Porque se privilegia lo que es taquillero, más que lo tradicional. A nosotras no nos costó meternos en ese mundo, porque no tenemos una propuesta de «fusión». Hacemos folclore clásico, pero con nuestra impronta y mi forma de componer, que tiene sus particularidades: las melodías pop están en mi ADN.
–¿Cual es la música que escuchás habitualmente?
–De todo, pero a nosotras nos gusta decir que nos copa «lo moderno de antes»: el folclore progresivo de los 70, que hoy ya es medio tradicional, el Negro Eduardo Lagos, el Gordo Alfredo Ábalos, Jaime Torres, el Dúo Salteño, el Cuchi Leguizamón, mi padre, Hugo Díaz. Toda gente que era muy moderna en los 70. Me gusta la instrumentación de esa época, cuando el jazz se empezaba a cruzar con el folclore. La transgresión en la lírica y en los arreglos que tenían esos artistas es una guía para mí. Mi lírica y los arreglos que hacemos con Las Folkies revelan mi identidad rockera, el cruce es por ahí. Ojo, no usamos instrumentos eléctricos, pero aun así escuchás este disco y no extrañás el bajo y la batería, porque el laburo que hicimos con Tweety González, mi socio en el estudio, mi amigo de hace más de 30 años, apuntó a eso.
–Viviste mucho tiempo en el exterior. ¿Cómo fue esa experiencia?
–Primero viví 3 años en las Islas Canarias. Fue un cambio fuerte, porque yo venía de llenar estadios con las Viudas acá y me fui trabajar de cantante en hoteles. Estuve tres años haciendo ese laburo y fue un gran ejercicio de templanza, de forjar el carácter. Así como había días en los que me iba llorando a casa porque nadie me daba bola, también me sirvió para entrenarme y ampliar mi rango como cantante. Tenía que cantar canciones en alemán, en sueco, valses, boleros. Y lo hacía todos los días, sin pausa, ¡cuatro veces por noche! Fue un aprendizaje enorme. Nunca había tenido un trabajo tan exigente. Y gané mucha independencia en más de un sentido: era chofer de mi propia camioneta, era plomo, era asistente, era sonidista, cobraba las entradas, hacía todo, todo. Ese laburo me sirvió para organizarme también, para tener horarios que nunca había tenido. Sabía que de tal a tal hora laburaba, que iba a cobrar tanta plata por año y que podía llevar a mi hijo al colegio. Tuve una vida que no había tenido nunca hasta ahí.
–Después te fuiste a Inglaterra.
–Sí, porque becaron a mi hijo para estudiar en Surrey, en el sur de Londres. Estuve ahí tres años y compuse un disco titulado Chau!, que grabé en el 2000 en España. Después me separé de mi pareja, el Gonzo Palacios, volví a Canarias y pronto me instalé en Madrid, donde empecé a trabajar en la productora de Alejo Stivel. Estuve 5 años ahí. En esa época se grabaron discos muy exitosos, como el primero de La Oreja de Van Gogh, que vendió dos millones de copias, y otros de Alejandro Sanz y El Canto del Loco, por ejemplo.
–Y tenías contacto con muchos otros argentinos que vivían allá, obviamente.
–Sí, con Antonio Birabent, Ariel Rot, Andrés Calamaro, Claudio Gabis, Andy Chango. Pero rescato sobre todo lo que aprendí trabajando en el estudio de Alejo. Fue una experiencia importante, intensa, que me ayudó a aprender un montón sobre lo que más me gusta en la vida. Siento que el estudio es mi hábitat natural. Claro que también me gusta tocar en vivo con Las Folkies: con ellas adquirí una nueva calidad auditiva. Pero trabajar en el estudio me apasiona.
–¿Recordás cuándo empezaste a escuchar música?
–Escuchaba mucha música en casa, ya de muy chiquita. Mi viejo tenía un montón de discos del sello Motown, pero mi primera epifanía fue con Aretha Franklin. Dos personas hicieron que me decida a ser cantante: ella y Marián Farías Gómez, que con su afro y sus pantalones –algo raro para la época en una mujer– era una especie de ícono de la libertad. Y empecé a componer muy pronto. Escribía poesía a los 6 años y ya desde los 7 le empecé a hacer canciones a Sandro, que era mi amor en esa época y lo sigue siendo hoy. Eran canciones iguales que las de él, pero yo se las dedicaba. Hacía tres o cuatro por día. Ese metejón no se me fue: Sandro siempre me pareció hermoso, súper hot, un artista único. Mi vieja se iba de casa y yo ponía sus discos a todo volumen, me maquillaba, lloraba y me gustaba ver cómo se me corría el maquillaje con las lágrimas, una locura. Para mí era como Elvis. Estuve un par de veces con él. Primero, mi viejo lo trajo a la peña infantil, en el año 69, cuando yo tenía 8 años. Yo estaba cantando cuando llegó. Lo vi entrar y se me cortó la voz. Imaginate que tenía fotos de él en la carpeta del colegio, en la cartuchera. Sandro me agarró, me sentó en su regazo y yo me morí. Fue inolvidable, era hermoso, perfecto. Muchos años después me lo encontré en Chile con las Viudas y nos juntamos en el bar de un hotel a tomar whisky. Nos agarramos una linda borrachera con él y las chicas.
–¿Con qué otros músicos que admirás tuviste contacto?
–Con Spinetta tengo una buena. Estábamos en Rosario, él estaba presentando con Fito el disco Lalala. Tocaron para 80.000 personas en el Monumento a la Bandera. Y nos invitó a tocar con ellos. Estábamos halagadísimas, obviamente. La cuestión es que viajamos con él en un micro y yo lo tenía en el asiento de atrás, así que me di vuelta y me quedé mirándolo, como hacen los chicos chiquitos, arrodillada en mi butaca. Luis era fan de las Viudas, votó nuestro disco Vale 4 en una encuesta. ¡Y ahí mucha gente empezó a decir que escuchaba a las Viudas de toda la vida! Después, con Charly grabé Say No More. Pasamos muchas horas juntos, pero lo admiraba tanto que no quería ser su amiga. Cuando estaba en Londres, Alejo Stivel me pidió que vaya a Madrid para cantar con él. Y fue una experiencia «charlística», claro. Charly es brillante y caótico, pero en su caos sabe perfectamente lo que está haciendo. Yo pude conocer a un Charly hermoso, muy tierno, que tenía una relación única con María Gabriela. Y cada vez que iba a España, pedía que yo fuera al hotel para tocar con él. No compartíamos rituales, pero musicalmente nos entendíamos a la perfección. Siempre hubo mucho cariño entre nosotros. Vino más de una vez a comer a casa. Ahora, desde que volví, me lo crucé apenas un par de veces. Y con Fito también tuve buenas experiencias. Grabé con las Viudas en algunos de sus discos y nos invitó a una gira. Tuvimos con él una relación copada, porque cuando estás afuera del país hay menos histeria, estás más relajado y podés establecer un vínculo de una calidad y una profundidad que quizás acá no podés tener.
–¿Cuándo empezaste a formarte como cantante?
–Yo tuve siempre limitaciones para cantar, pero con los años fui trabajando la voz. Siempre me pensé más como una compositora. En el colegio me estimularon mucho para cantar. No me daba para ser primera voz, así que hacía las armonías, armaba unos coros impresionantes. Pero sobre todo componía. Hice unas cuantas canciones de iglesia que aún se siguen cantando en San Vicente de Paul. Mi debut oficial fue a los 8 años en la peña infantil El Palo Borracho, que estaba en Juncal y Callao.
–¿Y tu papá te incentivaba?
–Iba con él a ver conciertos de jazz, pero papá era muy crítico conmigo, muy exigente. Constructivo, pero muy crítico.
–¿Vos escuchabas su música?
–Tus padres son tus padres, no importa que sean unos genios. Uno no escucha en su casa los discos de su padre, no es lo más usual. Pero así como de chica no los escuchaba, hoy sí los escucho. Por otra parte, en una época no era cool tener un padre folclorista si eras rockera. Tengo buenos recuerdos de él y de mi tío, Domingo Cura, que fue como un segundo padre para mí. Ellos se juntaban en San Juan y Colombres, donde hoy están las esquinas «Domingo Cura» y «Hugo Díaz», con José Colángelo. Me acuerdo bien de esos encuentros. Mi viejo tocaba jazz y música brasileña, y le encantaban Los Beatles. En casa se escuchaba un espectro muy amplio de música, eso fue clave para mí.
—Alejandro Lingenti
Fotos: Jorge Aloy