Las productoras locales forjan su propia metodología de trabajo y apuestan por nuevas formas de distribución, sin descuidar el acceso al financiamiento oficial o la interacción con el circuito comercial. Diversidad estética y enfoques personales.
16 de junio de 2016
Playera. Laura Citarella, una de las responsables de El Pampero Cine, dirigió Ostende.
La flor es una película que se está haciendo desde hace siete años. Durante el primer trimestre de 2016, los realizadores se abocaron a las escenas finales. Cuando se dieron cuenta de que estaban haciendo la última toma, clavaron el «stop» y se abrazaron. La película tiene cuatro protagonistas (Pilar Gamboa, Elisa Carricajo, Laura Paredes y Valeria Correa: ellas son el grupo teatral Piel de lava) y, de alguna manera, uno de los objetivos fue observar el paso del tiempo de su vida narrativa. Seguramente salga en 2017 y, en efecto, posiblemente se erija como una de las grandes películas que el cine independiente argentino haya dado en este nuevo siglo. Al igual que Historias extraordinarias (2008), ambas fueron dirigidas por Mariano Llinás y nacieron en el seno de la productora El Pampero Cine.
Las productoras de cine independiente son una alternativa a las viejas maneras que el mercado impuso en la esfera de la producción audiovisual. Estos grupos de actores, productores, guionistas y directores buscan nuevos modos de producción, anclados en otros paradigmas. Como toda forma de resistencia, también discuten la narrativa, los simbolismos, las metodologías y los mecanismos de producción establecidos. Al igual que en el teatro off o en la música (con sus propios sellos alternativos), el cine también tiene la capacidad de generar otras maneras de hacer frente a la maqueta convencional que el contexto hegemónico les presenta.
«No hacemos películas temáticas. Nos juntamos por un gran amor por la forma. Pensamos las posibilidades cinematográficas de cada contexto dado para cada una de las películas. La posibilidad de que el lenguaje siga siendo expansivo y siga estando en movimiento», explica Laura Citarella, una de las responsables de El Pampero Cine y directora de Ostende (2011) y La mujer de los perros (2015). «En El Pampero nos gusta pensar a cada película como una nueva invención, más allá de que después, sin querer, las películas conversen entre sí. Siempre hay que pensar un sistema de producción y un sistema estético diferentes, un proceso que también busca la antiestandarización. Pero siempre nos parece que lo interesante es la diversidad», completa.
Rock. En El lechón, de Brazo Armado, el protagonista es cantante de una banda.
Brazo Armado es una productora platense dirigida por Conrado Taina, uno de sus creadores. Para hablar sobre su metodología, va matizando con el ejemplo de sus primeras realizaciones: «Es un poco extraño cómo llegamos a cada rodaje. Es coyuntural, una comunión entre lo que nos ocurre en la vida, los amigos con los que nos rodeamos y la música, siempre las canciones en el medio. Brazo Armado se forma con nuestra primera película, Creo que te amo (2011) del disco homónimo de los 107 Faunos. Y casi siempre el disparador es la música. Santi Casiasesino, un cantante y artista plástico, nos definió una vez como una banda de rock que hace cine. El Flaco Greco, mi aliado, amigo y socio, siempre se acuerda de eso y me parece una buena descripción. Aún pensando en términos de ficción, la música nuclea la historia: en nuestra segunda película, El lechón (2015), el protagonista es el cantante de una banda de rock. De alguna manera, filmamos lo que conocemos».
Otras salas
La comunicadora audiovisual Juliana Schwindt, integrante de varios proyectos independientes, también desarrolla su visión sobre el hacer autogestionado con ejemplos propios. «Creo que la metodología siempre va a depender del proyecto, y de las distintas posibilidades para llevarlo a cabo. Tejen (2014) y Arriba quemando el sol (2014), ambas ficciones de Más Ruido Cine Digital, se pudieron hacer con equipos propios, amigos actores, locaciones medianamente accesibles. Y había una necesidad de realizarla en el corto plazo. Hay otras películas, también ficciones, como La fiebre, que va a dirigir Luisina Anderson, o Intra, de Pablo Rabe, que requieren de otro tipo de presupuesto, mucho mayor. En ese caso, el recorrido de la película es más largo, pasando por varias instancias, concursos, búsqueda de productores asociados», aclara Schwindt. «A su vez, ahora estamos trabajando en La distancia, una película de Franco Palazzo, que se va a filmar en vacaciones de invierno con un bajo presupuesto, para la cual estamos en búsqueda de canjes y asociados».
Si bien durante los últimos años las políticas que conciernen a la disciplina fomentaron una apertura de producción y, sobre todo, económica –a partir de distintos sistemas de subsidios y financiamiento–, no parece que haya modificado demasiado el panorama fuera de los circuitos comerciales más estandarizados. Las grandes cadenas de cine no abren sus espacios a proyectos independientes, salvo dos o tres festivales instalados. «Hay una lógica. Si uno está de acuerdo o no, es otra cosa», advierte Citarella. «Esas cadenas subsisten a partir de una narrativa que genera un tipo de espectador masivo, y que a eso se le suma la venta de pochoclos y demás. Hay un combo que hace que estas cadenas a veces no quieran pasar, ni siquiera, películas argentinas».
Marco natural. Arriba quemando el sol, de Más Ruido Cine, con Juana Solassi.
Frente a esta realidad, el panorama para el sector resulta complejo. «No hay circuitos alternativos sino salas, que no funcionan coordinadamente, aunque en ocasiones pasen las mismas películas. Esos espacios permiten la supervivencia de algunas ficciones que logran hallar un público, pero la verdad es que están desarticuladas y son menos de las que debería haber», explica Leonardo D’Espósito, periodista especializado en cine (El Amante, Noticias). «El gran problema es que hablar de circuito es excesivo. No lo hay en el sentido de que implique una circulación de los contenidos de unos a otros, mucho menos si lo extendemos de áreas metropolitanas al contexto federal. Hay quienes hacen el esfuerzo en solitario, pero no en conjunto, con otros; o lo hacen, pero esporádicamente», completa.
Pese a esta desarticulación, hay formas de abrirse camino. «No son los lugares convencionales, pero los hay: festivales, clubes, salas de casas o centros culturales, donde se puedan poner un par de sillas y una pantalla. Funciona, el cine lleva sobre su espalda la idea del lugar físico, de varios desconocidos riéndose de lo mismo», asegura Taina, de Brazo Armado. A su turno, Schwindt agrega que los «festivales permiten que la película esté dos o tres años viéndose en distintos lugares. Eso suma». Estas nuevas experiencias cinematográficas merecen reflexiones como la de Citarella: «Esas formas generan, también, cierto desacostumbramiento. Antes, para la gente, las películas solo existían en el cine. Ahora están en diversos espacios. Entonces hay una especie de desconcentración: se diluyó la importancia de la sala comercial como espacio».
Una vez planteadas las dificultades que existen para las productoras independientes, no se puede dejar de lado su aporte cultural. D’Espósito advierte: «Hay una cuestión: tienen un alto nivel de calidad, en general, porque tienen una curaduría de la que el circuito comercial carece. Programar la sala Lugones, el Malba o el BAMA implica pensar qué se puede pasar, cómo, en qué horario, para qué público y que las películas sean buenas. El circuito comercial no tiene ese nivel de expertise, pero de ningún modo implica que las películas comerciales sean necesariamente peores a las que aparecen en las salas alternativas. Eso sería pensar que si es mainstream es malo, un criterio que desgraciadamente volvió en los últimos años. Sí es cierto, por otra parte, que las salas alternativas presentan otros modelos de narración o realización. Que sean mejores, hablando de estética y de gusto, es mucho más relativo».
A pesar de que Laura Citarella no encuentre demasiados ejemplos para hermanar a El Pampero, reconoce el esfuerzo, la dedicación y las intenciones de productoras como Brazo Armado. El cine, como bien dicen sus responsables, puede estar hasta en la propia casa, organizado en base a las condiciones de confort y técnica disponibles. Taina, a modo de cierre, descarga su visión personal: «Lo colectivo, la unión hace a la fuerza. Tenemos que apostar a eso: la resistencia, lo que es extraño que suceda pero que puede suceder. El amor, siempre el amor va a estar presente. La música, lo sencillo, el bueno, el malo y el feo también. Poca introspección y más acción».