Cultura | ALAN SABBAGH

Marca registrada 

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Damián Damore

El actor forjó un estilo reconocible que por estos días se luce en series como División Palermo y El encargado. La comedia actual, entre el cine y las plataformas.

Risas en la sala. El intérprete se destacó en películas como «El rey del Once», «All inclusive» y «El método Tangalanga». 

Foto: Guadalupe Lombardo

El rostro enmarcado por gafas azules ubica a Alan Sabbagh, con un talento nato para la comedia, en una posición extraña. El actor que ahora avanza de forma traviesa parece haber entrado en la escena de una serie o una película pero mostrando su rostro más real, caminando como si hubiera traspasado un límite borroso, moviéndose con la parsimonia de una persona que mira vidrieras con pasos lentos. Quizás esta sea la imagen más fiel del hombre que hace veinte años no tenía idea de los planes que iba a afrontar. La (in)decisión de convertirse en actor nació –lo ilustramos así– con el lanzamiento de una moneda al aire.
«Mi profesión nació por descarte», cuenta. «Tenía la fantasía de ser actor, pero también la de ser músico o algo relacionado a la dirección de cine, porque me gustaba mucho ver películas, series o telenovelas cuando era chico. Era muy vago en el colegio, tan es así que repetí primer año, era de madera. Todo se me dio bastante rápido. Primero empecé a tocar la guitarra, en 1998 me puse a estudiar teatro. Me dije: con alguna de las dos consigo chicas», dice entre risas. «En teatro hacíamos mucha improvisación y, a través de la mirada de mis compañeros, me di cuenta de que algo funcionaba bien. “Tal vez pueda ser actor”, deshojé la margarita. Fui a varios castings en los que me rechazaron, hasta que me dieron un papel en Luna de Avellaneda. Fue mi primer laburo profesional. Para mi familia pasé de ser “mi hijo el que anda en algo raro a mi hijo el actor”».
En los primeros años de actividad, la fortuna tuvo en su destino más impacto que su capacidad o su talento. «La carrera de actor no te ofrece ninguna garantía. Llegó un momento en el que me liberé y no le dije a todo que sí. Empecé a ver qué quería hacer con más tranquilidad. Ahora me siento un afortunado, pero un poco lo provocó ese cambio. A menudo utilizo una medida como referencia: cinco años. Ese es el tiempo durante el que trabajás mucho o nada. Por eso hay que aprovechar la racha buena, porque si me falta trabajo estoy obligado a agarrar todo lo que haya. Estoy contento: en los últimos años se dieron cosas lindas y todos los proyectos en los que participé los hubiera elegido como espectador. Eso para mí es un montón».

Múltiples pantallas
El intérprete, que se lució en comedias como El rey del Once, All inclusive, La última fiesta y más recientemente El método Tangalanga, consiguió, acaso prematuramente, una marca registrada que se le adjudica a los grandes actores. «Te cuento con pudor una anécdota de algo que me puso orgulloso y que no compartí con nadie», comenta. «Una amiga me envió por WhatsApp una captura de pantalla de una historia de Instagram que decía “Buscamos actor para cortometraje onda Alan Sabbagh”. Me dije: llegué. Que haya directores que me tomen como referencia es más lindo que cualquier premio», afirma.
A la hora de enumerar sus propios referentes, se apoya en los clásicos. «De afuera son cantados: Robert de Niro y Al Pacino. De acá, Ricardo Darín, que desde Nueve reinas se convirtió en una figura principal de nuestra cinematografía. Otro que me encanta es Rafael Spregelburd. Si hablamos de mi generación elijo a Daniel Hendler, pero cuando yo comencé ya estaba instalado en la profesión. Era uno de los actores con los que se deseaba trabajar y se me dio porque compartimos varios proyectos juntos. Incluso me dirigió en su segunda película, El candidato. Martín Piroyansky es otra bestia de la actuación», asevera.
El año en curso encuentra a Sabbagh volando en las alturas a raíz del éxito de la serie División Palermo. «Santiago Korovsky es un pibe que hace humor incorrecto que siempre pega en el palo y entra», define al creador y protagonista. «Tiene sensibilidad y mood para observar el humor, y eso es muy importante. La comedia estaba y así se vio. Me sorprendió la masividad, pegó en todas las edades, eso estuvo bueno. Se me acercaron muchos jóvenes que no ven televisión, fue lejos lo más popular que hice desde que existen las plataformas digitales. Desde que estaba en la tele que no me pasaba esto: las dos primeras semanas luego del estreno no paraba de saludarme gente en la calle».
Los proyectos no se quedan ahí, porque Sabbagh está en pleno rodaje de la tercera temporada de El encargado, la serie creada por la dupla Mariano Cohn y Gastón Duprat. En unos pocos días llega a la pantalla de Star+ la segunda parte, que también protagoniza Guillermo Francella. «Vuelvo con el mismo personaje de la primera temporada, el hijo de una vecina que se va a pescar con Eliseo, el personaje de Francella. En esta ocasión le voy a dar yo una mano a él metiéndome en su vida íntima; es muy divertido lo que se está armando. Por otra parte, también participo en la serie sobre Guillermo Coppola que dirige Ariel Winograd, en la que interpreto a un amigo cercano de Guillermo», adelante. En este caso, aun no hay fecha confirmada de estreno.
Sobre las diferencias entre la televisión y los contenidos que hoy migraron a plataformas digitales, el actor reflexiona: «Ahora se trabaja más organizado, nadie te corre con el rodaje. Antes hacías una novela y los guiones cambiaban sobre la marcha. De pronto te caían con una hijuela, que es como un spin-off de un personaje. Son dos o tres hojas nuevas del guion que se escribieron la noche anterior porque había pegado algo de tu personaje. Entonces te llamaban y tenías que ir a grabar a la mañana para que eso se edite para el capítulo de la noche, con toda la presión que eso significa. Se corría mucho sobre la marcha y se torcía mucho el rumbo de los personajes e incluso de la historia. Recuerdo que Botineras había nacido con un toque policial, siguió como comedia y terminó siendo un whodunit, un subgénero del policial. Una cosa rarísima, pero por suerte la cambiaron a tiempo porque había comenzado muy mal»

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