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Fútbol de millones

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Ariel Scher

Boca y River serán protagonistas del torneo que reparte fortunas y tiene como favoritos a los equipos europeos. El poder de la pelota, entre el entretenimiento y la pasión que resiste.

Estados Unidos. Imagen de los 32 participantes del certamen que se disputará entre el 14 de junio y el 13 de julio.

Foto: @FIFACWC

Rafa mueve la mano derecha más rápido que la izquierda y la mano izquierda más rápido que la derecha. Si pudiera, si supiera cómo, además de concentrar toda la urgencia de la Tierra y toda la alegría de la Tierra en esas manos, haría más de una cosa a la vez. Pero no puede y, veloz veloz, amarra las figuritas del Mundial de Clubes que, regalo entre los regalos, acaba de traerle su abuela para desgranarlas de una en una. «Me salió uno del Al Ahly», proclama, desbordando de emoción sus cinco años, mientras ve que sobre su mesa caen las seis estampas (cinco clásicas y un cromo) que viajan en cada uno de los cuatro paquetes por los que la madre de su padre pagó, en total, 5.000 pesos. En algún sentido, el Mundial de Clubes, en su nuevo formato, con 32 equipos, con representantes de todos los continentes, con desarrollo –cuándo no en este tiempo– en los Estados Unidos desde el 14 de junio al 13 de julio, ya es un éxito. En un barrio porteño, Rafa ya lo hizo propio. Probablemente, en un barrio egipcio, más o menos en el mismo instante, también en medio de la urgencia y de la felicidad, alguna criatura andará acariciando figuritas y celebrando por el hallazgo de una estrella de Boca o de River.

Nada o casi nada es tan global como el fútbol en la edad más global de la humanidad. O sí: el hambre, la injusticia y la indiferencia puede que sean más globales, pero, claro, no tienen campeonatos del mundo ni ostentan, como ocurrirá con la cita sobre suelo estadounidense, unos 1.000.000.000 de dólares en premios. Será la cumbre de equipos más rica de la historia, heredando al formato que mandaba desde 2000 (con ediciones anuales desde 2005) y reunía a un puñado de conjuntos en una geografía de relativa o escasa tradición de fútbol, con el primer puesto reservado para los europeos desde 2013. Y esa competición, a su vez, sucedió a la Copa Intercontinental, final europeo-sudamericana (o sea, sin instituciones de África, Asia y Oceanía) que integra el cuadro de honor para Racing, Estudiantes, Independiente, Boca, River y Vélez.

Boca y River se mezclarán en las canchas del norte de América con las megapotencias de Europa que hace rato pugnan por el exclusivisimo, o sea por nuclearse en una élite opulenta que solo le haga sitio a los opulentos. La presencia de los superadversarios argentinos brota más ligada con su pasado y con el eco popular de sus nombres que con las actuaciones inmediatas, en general frustrantes. Pero resultaría fuera de toda lógica que se los marginara de una convocatoria fundamentada en el matrimonio entre el mercado y el fútbol.


Comienzos y despedidas
Boca estrenará en Miami el martes 16, frente al Benfica del que se despedirá Angel Di María. Rarezas más propias del show que de una construcción deportiva: Miguel Ángel Russo inaugurará ese día su tercera etapa como entrenador en el club. Eso significa que empezará el intento por ser el mejor conjunto del planeta pisando los primeros escalones de un trabajo y no la culminación de un itinerario como si este hipertorneo fuera a prepararlo para que la segunda mitad del 2025 le concediera las sonrisas que Boca no enhebró en el tramo inicial. Luego, le tocarán el Bayern Munich y el Auckland City para ver si desempaña los fastidios actuales y hace sonreír a la hinchada que viajó hacia el norte.

En febrero, Juan, al borde de las siete décadas de existencia y con algunas menos como socio bostero, invirtió unos cinco millones de pesos para asegurarse vuelo, estadía en Miami y entradas. Nunca imaginó que enfocaría desde cerca al banco de suplentes y allí, con más preguntas que respuestas, se toparía con la trayectoria sólida de Russo.

Si mucho huele a comienzo en este Boca, bastante aroma a despedida porta la participación de River. Por una causa exclusiva: sin llegar a brindar por su cumpleaños 18, Franco Mastantuono se va. En una de esas, quizás le toca enfrentar en este Mundial al Real Madrid, su inminente camiseta, en una operación que engordará a la tesorería de Núñez en aproximadamente 40 millones de euros. «Con mi pareja decidimos venirnos en la primera rueda para conocer algo de Estados Unidos y porque, igual, nada de lo que ahorremos, así como está la Argentina, nos va a permitir acercarnos a dejar de ser inquilinos para comprar un departamento», confidencia Nacho, que gana 800.000 pesos por mes en Buenos Aires y parará en casas de conocidos mientras, desde el 17 de junio, alienta a su River frente al Urawa japonés, al Monterrey y al Inter de Lautaro Martínez. Ahora añade una sentencia: «Lo que no nos imaginábamos cuando pensamos este paseo era que le íbamos a decir adiós a este pibito».

Si las cifras que ingresarán en River por un muchacho al que su gente apenas pudo ver son apabullantes, la presencia en este Mundial recién parido puede ensancharlas mucho más. Hay 15,2 millones de dólares solo por estar, 2 millones por cada triunfo en la primera rueda, 1 millón por cada empate en esa instancia, 7,5 millones por acceder a octavos de final, otros 13 millones por llegar a cuartos y 21 millones por ser semifinalista. La suma para el campeón subiría hasta los 125 millones. En el capitalismo de esta época, el fútbol –centro de la industria del entretenimiento– multiplica con dinero que parece infinito sus maneras de ser el espectáculo de una vida en la que casi todo es espectacularizado.

Grupos. Los Xeneizes y los Millonarios enfrentarán a adversarios de Europa, Centroamérica, Asia y Oceanía.

Foto: @FIFACWC


Jugar otro juego
En esa carrera, los pronósticos los abona el universo asimétrico. «Los europeos somos favoritos», abrevió, con lógica, Luis Enrique, el español que conduce al PSG campeón de Europa. Pero no se agotó en eso: «Si los futbolistas sudamericanos jugaran para equipos de sus países, sería al revés». Tal cual. Entre la excursión tempranísima de Mastantuono a la capital de España y la lógica geopolítica de la pelota hay un tejido evidente: los dueños del mundo son pocos y unos cuantos de esos pocos desplazan negocios (y negociados) a los estadios. El resultado se resume en el vaticinio de Luis Enrique, quien dirige un plantel que recibe los salarios más altos de cualquier latitud.

Con el Inter de Lionel Messi (¿alguien supone que una tormenta así de fútbol excluiría a Messi?) en la apertura del sábado 14 (a las 21 de Argentina) ante el Al Ahly, lo que seguirá consistirá en un camino para que se crucen las potencias: Real Madrid, Atlético de Madrid, Flamengo, Palmeiras, Botafogo, Juventus, Inter, Chelsea, Botafogo, Porto, Borussia Dortmund. Si por el poder europeo fuera, habría más de su geografía y menos de otras. Pero la FIFA juega a otro juego, achicó esta vez su distancia con los clubes/empresas y alumbró este acontecimiento que, como los mundiales de selecciones nacionales, está previsto que encienda sus luces cada cuatro años.

Con ese horizonte, quedan, de mínima, tres preguntas determinantes sobre el Mundial de Clubes. La primera: ¿Qué fútbol será posible con candidatos europeos llenos de plata y de cracks pero en el cierre de sus temporadas, más próximos al cansancio que a la nueva motivación y cuántas rutas para producir asombro detectarán los equipos –River y Boca incluidos– que llegan de otras partes? La segunda: ¿Cuánta plata más le insuflarán a la altísima competición de fútbol, casi en una cadena inflacionaria propia, los patrocinantes –las corporaciones que manejan la economía transnacionalizada– en esta carrera que genera torneos cada vez más pegados unos de otros y cada vez hechos con premios más nutridos? La tercera: ¿Llegará Rafa a llenar su álbum de figuritas? 

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