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La revictimización de Imane Khelif

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Alejandro Wall

«Soy mujer», tuvo que aclarar la boxeadora argelina tras una pelea que desató muestras de transodio, prejuicios y mentiras. Su historia de lucha, en línea con las de Caster Semenya y Martínez Patiño.

Juegos de París 2024. La deportista celebra su victoria sobre la húngara Anna Luca Hamori, en la ronda de cuartos de final femenino.

Foto: Getty Images

En Biban Mesbah, un pueblo pequeño de Tiaret, a trescientos kilómetros de Argel, la capital de Argelia, Amar Khelif muestra el certificado de nacimiento de Imane. «Mi hija es una niña –les dice a los periodistas que fueron a su casa–. Fue criada como una niña. Es una niña fuerte. La crié para trabajar y ser valiente». En el celular de Amar aparecen fotos familiares: una pequeña Imane, con aros rosas y hebillas que recogen su pelo, sonríe parada junto a su padre y sus hermanos.

La boxeadora argelina Imane Khelif se aseguró una medalla olímpica en París 2024. Competirá este martes en las semifinales de la categoría 66 kilos femenino. Pero Imane no solo pelea por el título. Los 46 segundos que duró el combate con la italiana Angela Carini la pusieron en el centro de un debate sobre género. Carini se retiró del cuadrilatero después de los golpes que recibió de la argelina. «Nunca en mi vida –dijo– me habían pegado tan fuerte». Alcanzó para que se hablara de Khelif como de una atleta trans. Las redes sociales hicieron lo suyo. Se dijo de ella que era un hombre. Lo hicieron desde Georgia Meloni, la primera ministra italiana, hasta Javier Milei, el presidente argentino. También el magnate Elon Musk y la escritora JK Rowling. 

Hubo que aclarar que Khelif es mujer cisgénero, se identifica con el sexo que le fue asignado al nacer. Pero el transodio ya se había disparado, enmascarado en una supuesta batalla cultural contra la diversidad. Son tiempos donde no importa la verdad. La Asociación Internacional de Boxeo (IBA) la descalificó en medio de la competencia del último mundial –al igual que a la taiwanesa Lin Yu-Ting, que también se aseguró medalla en París 2024– bajo el argumento de que las pruebas genéticas determinaron la presencia de cromosomas XY, los mismos que poseen los hombres. Esos estudios nunca se hicieron públicos. La información que circula sobre ellos no es clara. El Comité Olímpico Internacional aclaró que Khelif estaba dentro de los parámetros de elegibilidad para competir. Es mujer, no hay ninguna discusión. El COI le quitó el año pasado el reconocimiento a la IBA. Es decir, la expulsó del organismo.

Khelif ya había participado en mundiales. Tampoco son sus primeros Juegos Olímpicos. Estuvo en Tokio 2020 y quedó eliminada. Perdió. No hubo discusiones sobre su género en ese momento. El alto nivel de testosterona en el cuerpo de Khelif es por su hipoandrogenismo, una condición que en su caso parecería ser genética. «Soy mujer», tuvo que aclarar en la zona mixta, después de su pelea con la italiana. Después de ganarle a la húngara Luca Hamori, Khelif se abrazó con sus entrenadores y lloró. Había desahogo y angustia.

Apuntada. Caster Semenya lidera una prueba de atletismo en los juegos de Londres 2012.

Foto: NA

Una cuestión humana
Caster Semenya también es una mujer cisgénero intersexual. Doble campeona olímpica en los 800 metros, Semenya nació sin ovarios ni útero en Limpopo, una aldea pobre de Sudáfrica. Tenía testículos internos que producían un alto nivel de testosterona. Desde su aparición en el Mundial de Atletismo de Berlín 2009 tuvo que dar una lucha muy fuerte para competir. Ofreció mostrar sus genitales. «Pensaron que tenía un pene», contaría años después. Además de los oros en Londres 2012 y Río 2016, la velocista sudafricana ganó tres campeonatos mundiales.

A partir de sus triunfos, la Federación Internacional de Atletismo determinó que Semenya tenía que tomar drogas para bajar sus niveles de testosterona si quería competir con mujeres. La atleta se negó a someterse a cualquier tratamiento hormonal y denunció discriminación. Sudáfrica levantó la voz para acusar de racista a la federación. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos, con sede en Estrasburgo, le dio la razón el año pasado a Semenya aunque el fallo fue apelado. En el Tribunal Arbitral del Deporte, sin embargo, no prosperó su presentación contra esas exigencias. El TAS adujo que las regulaciones buscaban una competición justa. A los 33 años, después de haberse recibido en Ciencias del Deporte y de incluso haber probado con el fútbol, Semenya todavía espera una sentencia definitiva. 

Antes de ella, está la historia de la vallista española María José Martínez Patiño. Una prueba de sexo en 1985 reveló que sus células tenían un cromosoma Y, que no poseía ovarios ni útero y que sus labios vulvares internos ocultaban unos testículos. Para el COI no era una mujer. Le sacaron sus títulos, su licencia federativa y sus becas. El drama se incrustó en su vida personal. Su novio la dejó. Aunque fue rehabilitada años después, con disculpas incluídas, Martínez Patiño se dedicó a estudiar Ciencias del Deporte y a divulgar su historia. Además de profesora, hoy es asesora del COI. «Sabía que era una mujer –dijo– a los ojos de la medicina, de Dios y, sobre todo, a mis propios ojos». 

El deporte requiere de reglas y controles para una competencia justa. Aún cuando hay condiciones previas que pueden entregar ventajas. El cuerpo humano nunca es igual. En estos días de Juegos Olímpicos circuló una foto de París que se tomó solo como una curiosidad: el japonés Yuki Togashi, su 1,67 metros, frente al gigante francés Victor Wembanyama y sus 2,22 de altura. Pero por fuera de la discusión sobre las ventajas y los controles, que incluso es válida y puede tener argumentos genuinos, la cuestión también es humana. 

Khelaif comenzó a practicar boxeo cuando era una niña y sus compañeros la burlaban y la peleaban. Jugaba al fútbol. Contó que sufría bullying. Necesitaba defenderse. Amar, su padre, no quería que boxeara. Eso era un asunto para varones. Ella, entusiasmada por un profesor, insistió. Su papá lo aceptó. «Tener una hija así es un honor porque es una campeona, me honró y la animo y espero que consiga la medalla en París», dice ahora después de mostrar sus fotos. Si cuando era chica, mientras crecía en un pueblo conservador, Khelaif tenía que explicar por qué se dedicaba a un deporte entendido para hombres, en el alto rendimiento tiene que repetir que es mujer. Una revictimización. Candelaria Schamun publicó el año pasado el libro Ese que fui, expediente de una rebelión corporal. Cuando nació creyeron que era varón. Le pusieron Esteban. Pero no era varón, sino que tenía un problema congénito que alteró la apariencia de sus genitales. Le pusieron, entonces, Candelaria. Le mutilaron su clítoris varias veces para que encajaran en una supuesta normalidad para una sociedad que no acepta cuerpos diversos. Candelaria, periodista, intersex, cuenta su historia con la liberación que implica esa reconstrucción de identidad. El caso de Imane Khelif evoca ese libro impactante, todo lo que sufrió. «Es desolador», responde consultada por Acción, «solo la quiero abrazar».

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