28 de mayo de 2021
Hablar en tiempo presente del río, en singular, convalida la ausencia para el porteño de otros cauces que compitan semánticamente con el Río de la Plata. Sin embargo, los hubo. Y varios, aunque sin las dimensiones de aquel descubierto por Juan Díaz de Solís. ¿El más importante?
El arroyo Maldonado, hoy entubado. Pero no es el único. En total suman 11 las cuencas que atraviesan la Ciudad de Buenos Aires: Medrano, Vega, White, la mencionada del Maldonado, Radio Antiguo, Ugarteche, Boca-Barracas, Ochoa-Elía, Erézcano, Cildáñez y Larrazábal-Escalada.
Algunos números y coordenadas permiten imaginar qué zonas de la Ciudad Autónoma alguna vez fueron bañados. La cuenca del arroyo Medrano, que abarca unas 2.800 hectáreas, tiene su nacimiento en la provincia, y cuando cruza a la Ciudad pasa por los barrios de Villa Devoto, Villa Pueyrredón, Villa Urquiza, Belgrano, Núñez y Coghlan. En tanto, la cuenca del Maldonado, que nace en los partidos de Tres de Febrero, la Matanza y Morón, abarca unas 4.600 hectáreas en la Capital y unas 9.000 en total, si se tienen en cuenta las 800 que trasvasan al arroyo Morón.
¿Cómo y por qué comenzó la obsesión entubadora? Los historiadores coinciden en que a lo largo de todo el siglo XX y hasta parte del XIX, el motor del desarrollo económico de la ciudad estaba puesto en su urbanización, para lo cual los arroyos constituían una barrera a superar a como diera lugar. El ingeniero civil Martín Civeira, autor de Arroyos de Buenos Aires. Enterrados, pero vivos, obra editada por el Consejo Profesional de Ingeniería Civil, observa que «los necesarios arroyos capitalinos fueron entendidos como obstáculos, y no como partes inseparables y saludables de un paisaje. Nuestra ciudad creció con una actitud de negación de la naturaleza».
De acuerdo con Civeira, no es tarde para pensar en recuperar y revitalizar alguno de los ríos y arroyos porteños, tal como se ha llevado a cabo en numerosos puntos del planeta. «Ojo que, al tenerlos tapados, no estamos exentos de contaminación: de hecho, varios arroyos están muy contaminados y, de destaparlos, debiera hacerse un trabajo muy importante de limpieza», evalúa.
Asimismo, añade, hay varias alternativas «blandas», antes de meterse a destapar un curso de agua: actividades de difusión de los lugares por donde pasan, búsqueda de información histórica, excursiones a las desembocaduras y/o tramos que aún están a la vista. Una especie de «desentubamiento cultural», define el ingeniero civil. Respecto a los costos, afirma: «Desentubar no es más caro que entubar: hay estudios según los cuales las obras se realizan a US$ 12.000 el metro, que no es muy distinto de lo que costó la del arroyo Vega».