Informe especial | NOTICIAS Y DERECHOS

Infancias en pantalla

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Diego Pietrafesa

Las coberturas por parte de los grandes medios de casos policiales que involucran a niños o niñas muestran las peores prácticas. Un recorrido por episodios paradigmáticos.

Junio 2013. La madre de Ángeles Rawson responde a periodistas días después del asesinato de su hija.

Foto: NA

Hoy es Loan en Corrientes. Interminables horas de pantalla con hipótesis disparatadas. Antes, Ángeles en el barrio porteño de Palermo. O el «Polaquito» en Lanús. Mucho más atrás, Candelaria y Pilar, en Pergamino. Solo un puñado de nombres de esos niños, niñas, adolescentes, doblemente víctimas: de su tragedia personal y de la cobertura mediática de los hechos que los involucraron. Nombres y rostros que circulan hoy de boca en boca, de pantalla en pantalla, al libre albedrío de una imaginación inagotable porque no solo el show debe continuar, sino que el negocio nunca debe dejar de ser rentable. 

El último monitoreo de noticieros de TV de la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual (2021) reporta que las noticias policiales ocupan el primer puesto, con un 28% de espacio, casi el doble del rubro que le sigue, las noticias políticas. La duración de cada nota también duplica al resto. El informe agrega que «la principal asociación temática de Policiales e Inseguridad se identificó con Niñez y adolescencia/juventud, confirmando que ese grupo ingresa a la agenda mediática a partir de este tipo de noticias». O sea, como se dice en la jerga periodística, los chicos «garpan». ¿Pero a qué precio?


Antes y después
La mañana del 10 de junio de 2013 los «movileros» concurrieron a la esquina de Cramer y Dorrego, en Palermo. Buscaban a una chica desaparecida de un colegio secundario de la zona. Aparecieron testigos que indicaron el movimiento peculiar de un auto negro. Y reapareció una de las leyendas urbanas más conocidas, «la Traffic blanca», ese vehículo utilitario que, con las mismas características, fue también visto en otros puntos del país e incluso en Perú, Colombia y México. Con el correr de las horas (y de las coberturas) el radio de «investigación» se fue extendiendo y la atención mediática se centró en el predio del Ceamse, a tres cuadras de allí. Los recolectores de residuos fueron los sospechosos de siempre. Incluso una calle con un par de autos abandonados fue indicada como «la zona de ataque».

Cuando las guardias periodísticas se trasladaron a la casa de la chica surgió otro candidato: el padrastro. Parco, de gesto adusto y encima ¡con chaleco de pescador! La aparición del cuerpo sin vida de la joven en el Ceamse (pero de José León Suárez, 30 kilómetros al norte) y otras pistas condujeron al asesino, hoy juzgado y condenado: el encargado del edificio de la familia Rawson. Hubo cronistas que se metieron dentro de un contenedor de basura para «vivir la experiencia». La foto del primer plano del cadáver fue tapa de diario. Pobre Ángeles.

La tarde del 14 de noviembre de 2009, Pilar (3 años) y Candelaria (6) se subieron al auto de sus padres en la localidad bonaerense de José Mármol. Manejaba Fernando Pomar, lo acompañaba Gabriela. Iban a una entrevista laboral de él y a visitar a familiares. Nunca llegaron. Solo hubo dos pistas ciertas. Un mensaje de texto de ese día («Estamos yendo») y la imagen de Fernando pagando el peaje en la ruta 7. Sobraron las más disparatadas teorías. A pesar de ser una familia de vida modesta, se vinculó a Fernando con la mafia de los laboratorios, se especuló que por eso habían huido del país, que estaban al servicio del Cartel de Sinaloa, que habían sido secuestrados por prestamistas.

Brotaron oportunos testigos que hablaban mal del padre, de sus deudas y de su mala relación con la esposa. ¿Había abusado de sus hijas y huyó buscando refugio en la vivienda de sus parientes? ¿Había matado a su compañera? ¿Había asesinado a toda su familia hundiéndolos en un lago? Videntes y otros exponentes de las ciencias ocultas decoraban la escena con revelaciones diversas. Un llamado telefónico a la fiscalía detalló que el perro caniche de los Pomar había sido atendido por un veterinario en Bahía Blanca. Sin datos ciertos, la maquinaria mediática necesitaba extender la cobertura. Y la Policía necesitaba mostrar que hacía algo. Brotaron pomposos operativos, rastrillajes a pedido de los canales de TV, que incluyeron la revisación en calles desiertas de los baúles de los autos de los pobladores. Hasta que, 24 días después, un albañil que viajaba en el segundo piso de un micro divisó el Fiat Duna Weekend Rojo en un pastizal. Se trataba de un accidente. Se supo que, sin cinturones de seguridad, todos los ocupantes del vehículo habrían muerto en el acto o casi de inmediato.

Y se supo que cuando decían que los buscaban, no buscaban a nadie.

Todavía con los cadáveres sin levantar, con el ministro de Seguridad bonaerense Carlos Stornelli explicando lo inexplicable, un sargento de la Policía provincial se paseaba frente a los periodistas ofreciendo fotos de las víctimas y señalando «un tarrito de yerba, fíjense que seguro la mujer se arrastró para comer eso hasta que se murió». Pobre Pilar, pobre Candelaria, pobre su papá y su mamá.

La noche del domingo 16 de julio de 2017, con altos picos de rating, el programa Periodismo para todos presentó el caso de un niño, el «Polaquito». En cámara, con su rostro pixelado, el chico contó que «maté a uno, pero no me hicieron la denuncia porque era un transa, no me quiso regalar una bolsita de droga y (el disparo) se lo di en la boca».

Explicó que «fumo porro, con merca nevada; no te deja duro, te deja re loco, re mambeado» y repitió tres veces: «No tengo miedo a nada».

Un niño en el lugar equivocado. Una historia estructurada al servicio del rating en 2017.

Foto: Captura

De inmediato, el MTE (Movimiento de Trabajadores Excluidos), que conocía a esa familia de Villa Caraza, Lanús, denunció a la producción del programa. Corrigieron la edad del niño (tenía 11, no 12) y con testimonios de la mamá contaron otra versión: personal de civil y a punta de pistola subieron a un auto al chico, lo amenazaron con «empapelar» (complicar judicialmente) a su padre (detenido por entonces) y lo obligaron a hacer la entrevista y a confesar hechos de los que nunca participó. Involucraron en el accionar al entonces jefe de seguridad del municipio, Diego Kravetz, por haberle presentado «la nota» al periodista Rolando Barbano, cuando el trabajador de prensa aseguró haberse encontrado al «Polaquito» caminando, de casualidad. Hubo una denuncia penal por secuestro y amenazas contra Kravetz y Jorge Lanata, que sigue todavía en los tribunales de Lomas de Zamora. Años después, lejos de las cámaras y de la (supuesta) preocupación periodística, el chico no pudo salir de su tragedia. En 2023 su nombre volvió a las primeras planas por el crimen de Morena, de 11 años. «Uno de los asesinos fue “el Polaquito”» dijo la prensa que se lo dijo esa entelequia llamada «los investigadores».

Ocurrió también en Lanús, mientras se desarrollaba la campaña para elegir nuevo intendente y Kravetz era candidato. No resultó electo. Y tampoco el «Polaquito» resultó culpable, lo liberaron a las pocas horas.


Puestas en escena
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, Unicef, tiene una serie de recomendaciones para las coberturas periodísticas que traten con las infancias. Entre ellas, se pide que «la dignidad y los derechos de la infancia» se respete «en cualquier circunstancia», que la cobertura «no hiera la sensibilidad del niño o niña: evite preguntas, opiniones o comentarios que les enjuicien o sean insensibles a sus valores culturales, que les pongan en peligro o puedan humillarles o que reaviven su dolor y su pesar ante el recuerdo de vivencias traumáticas», y que «evite la puesta en escena: no pida a un niño o niña que relate o interprete hechos ajenos a su propia vivencia». Hoy, Loan no aparece, pero sí las viejas y condenables prácticas del oficio.

Como con Ángeles, no hay límite ni piedad para hurgar en la familia. Ni pudor para evitar hipótesis alguna. Como con Candelaria y Pilar, no importa ensuciar y desparramar basura en 360 grados. Ni hacerle el juego a la Policía con sus puestas en escena. Como con «el Polaquito», hay implícitos y explícitos vínculos entre el interés político de turno.

«Triste escuchar y ver que algunos medios se manejaban con lo que se les venía a la boca; cualquiera opinaba, había que llenar espacios… ¿por qué a las hipótesis las convertían en “noticias” y como tales las trataban? La sociedad consumía lo que ellos vendían: pescado podrido. A la hora de vender, nadie pensó que detrás de todo estábamos dos familias y un nene esperando ansiosos la aparición de los nuestros… A los malos periodistas les pedimos que vuelvan al periodismo limpio y cumplan con el rol de informar solo la verdad: ¡vayan a las fuentes y dejen de lado el rating!».Con este duro texto, los familiares de los Pomar intentaban echar luz sobre las tinieblas que padecieron. Nada (parece) cambió. Pobres todos.

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