Mundo | UN PAÍS EN DESCOMPOSICIÓN

Haití, el drama perpetuo

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Telma Luzzani

Una población devastada por el hambre sufre la acefalía política y la violencia sin freno. La herencia del asedio y la voracidad estadounidense, causas y efectos de una crisis sin fin.

Caos. Un hombre protesta por la crisis política en Puerto Príncipe, el 12 de marzo.

Foto: Getty Images

Haití, como ningún otro país, es la muestra viviente de lo que significa ser víctima de la codicia del Imperio. Desde sus gestas heroicas del siglo XIX hasta la actual situación de acefalía y descomposición, donde pandillas de criminales mandan sobre una población devastada, Haití siempre ha tenido un destino peculiar en la historia del mundo.
En 1801, bajo el liderazgo del revolucionario Toussaint Louverture dictó su propia Constitución (sin independizarse de Francia) y se convirtió en la primera república negra del mundo, un logro intolerable para Napoleón Bonaparte, quien rechazó la Carta Magna y decidió aplastar a los haitianos enviando un ejército con 25.0000 de sus mejores soldados.
Los franceses asesinaron a Toussaint, pero fueron vencidos el 18 de noviembre de 1803, en lo que se conoce, históricamente, como la primera derrota en la carrera de Napoleón. Los negros y exesclavos haitianos decidieron entonces declarar la independencia. El 1º de enero de 1804, Haití se convirtió en el primer país independiente de América Latina. Esta fue la primera y única revolución de esclavos triunfantes en la historia de la humanidad. Sin embargo, a fines del siglo XIX, la voracidad estadounidense ya estaba en marcha y asoló especialmente al Caribe.
Hoy, las bases militares de EE.UU. y de la OTAN en esa zona ascienden a 46 (las oficialmente reconocidas). ¿A qué se debe esa megaconcentración de fuerzas contra pequeñas islas inofensivas? Sin dudas por los recursos naturales (Haití es rica en oro, plata, cobre, níquel y otros minerales), pero sobre todo por su privilegiada ubicación estratégica. Hoy puede ser la ruta de la droga, de las armas o del comercio legal, pero desde el siglo XV los imperios europeos y luego el estadounidense supieron del enorme valor militar y comercial de la región por ser ruta de conexión con el Atlántico, África y Europa. 
En el caso de EE.UU. hay más. El Mar Caribe –que por algo los documentos del Pentágono lo denominan «el Mare Nostrum»– tiene asimismo un crucial valor defensivo, ya que la península de Florida es un punto de fácil entrada al continente y por lo tanto de extrema vulnerabilidad para Washington. Apenas 1.000 kilómetros separan la Florida de la costa haitiana de la isla La Española. Junto con Cuba, Haití es la mejor y más inmediata vía de acceso a la península. 

Estrategias opresivas
Cuando EE.UU. inició su ciclo de expansión militar –entre el XIX y el XX–, la planificó con precisión. En 1898 la élite política y económica estadounidense provocó una guerra con España, a partir de un confuso episodio en el que se hundió, frente a la colonia española de Cuba, el buque de guerra norteamericano «Maine». Washington se quedó con La Habana. Más tarde, en 1903, según explica el historiador norteamericano Greg Grandin, se «apropió del canal de Panamá: el presidente Roosevelt y el banquero J. P. Morgan le quitaron la provincia de Panamá a Colombia, crearon un nuevo país, abrieron una nueva ruta interoceánica e instalaron una base militar». En las primeras tres décadas del siglo XX, el Pentágono realizó 34 invasiones militares en el Caribe: ocupó Honduras, México, Guatemala y Costa Rica por períodos cortos y se quedó en Haití, Cuba, Nicaragua, Panamá y República Dominicana por períodos largos. 
Como observó agudamente el intelectual panafricanista George Padmore, Haití «desde 1915 cayó bajo la dominación política y económica del poder de Wall Street y en 1929 ya era una de las principales colonias del capitalismo financiero norteamericano en el Caribe». Según escribe Padmore, en los años 40 del siglo pasado las tierras que, tras la independencia de 1804, fueron propiedad de los campesinos, en el siglo XX fueron acaparadas por las corporaciones extranjeras.
En efecto, Haití fue un estado independiente y soberano hasta 1915. Luego sufrió, como sus vecinos centro y sudamericanos, las estrategias opresivas de Washington: las dictaduras dinásticas –de 1957 a 1985 con François Duvalier (Papa Doc) sucedido por su hijo Claude (Baby Doc)–; los golpes militares –contra el presidente popular Jean Bertrand Aristide y sus políticas soberanas–; los Gobiernos títeres impuestos desde la Casa Blanca y las intervenciones militares disfrazadas de «ayuda humanitaria». Desde 1992, Haití sufrió doce intervenciones internacionales. Las mayores fueron la Misiones de Naciones Unidas (2004-2019), un despliegue militar de fuerzas latinoamericanas que supuestamente estabilizarían y pacificarían el país pero que, en realidad, dejaron un tendal de crímenes, abusos sexuales y hasta una epidemia de cólera.
El retiro de las fuerzas internacionales de la ONU, los sucesivos Gobiernos pronorteamericanos de extrema ineficiencia y la desesperación de una población asfixiada por los ajustes impulsados por el Fondo Monetario Internacional desembocaron en la consolidación de un estado fallido donde distintas facciones armadas –desde grupos paramilitares vinculados con EE.UU. hasta bandas criminales o de narcotraficantes– fueron tomando el control de las distintas partes del territorio. 

Hombre fuerte. Jimmy Chérizier, alias «Barbacoa», lidera la pandilla más poderosa del país.

Foto: Getty Images

Una nación en banda
El actual ciclo se precipitó a partir de 2016 con el dudoso triunfo del empresario Jovenel Moïse, en la elección presidencial de ese año, comicios en los que votó apenas el 21% del electorado. Moïse gobernó hasta el 7 de julio de 2021, día en que fue asesinado por sicarios colombianos y estadounidenses. Desde ese momento hasta el 11 de marzo de 2024, Ariel Henry (primer ministro no ratificado por el Parlamento ya que el legislativo había sido disuelto en el 2020) ocupó el Gobierno interino. Henry renunció y propuso la creación de un Consejo de Transición. Desde el 11 de marzo, Haití está acéfalo.
Desde febrero de este año, el caos y la violencia no tienen control. Pandillas armadas quemaron comisarías, atacaron el principal aeropuerto internacional (que sigue cerrado) y asaltaron dos cárceles, liberando a más de 4.000 reclusos, entre otros desmanes. La gente empezó a huir hacia las zonas rurales en auto, ómnibus o a pie, arriesgándose a atravesar territorios controlados por los grupos armados. Solo entre el 8 y el 27 de marzo, la ONU contabilizó 53.125 personas que huyeron de Puerto Príncipe. El vocero de la ONU, Stephane Dujarric, alertó sobre los riesgos humanitarios ya que en la zona rural «no cuentan con la infraestructura suficiente, y las comunidades locales no tienen los suficientes recursos para hacer frente al gran número de personas que están huyendo de Puerto Príncipe».
Se desconoce la cantidad exacta de bandas criminales que actúan hoy en Haití, pero se calcula que son más de 200. Una de las más poderosas se autodenomina «Fuerzas Revolucionarias de la Familia G9 y Familia», conocido como el G9, que incluye los 9 grupos más poderosos de Haití. El G9 fue lanzado por You Tube el 10 de junio de 2020 por su líder Jimmy Chérizier alias «Barbacoa». El apodo, según él, es porque su madre era vendedora ambulante de pollo frito en Puerto Príncipe. Barbacoa, un expolicía devenido delincuente y criminal, prometió que el G9 realizaría una revolución armada contra las élites empresariales y políticas de Haití. Para eso recluta militantes a través de las redes y gana un especio político cada vez más importante.
¿Qué sucederá en Haití? ¿Se reiterarán las invasiones o intervenciones militares? Nada parece tener sentido y cualquier escenario futuro se escapa al análisis. No obstante, algo es seguro: EE.UU., cada vez más determinada a intervenir militarmente en nuestra región, no dejará de asediar a los haitianos.

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