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La degradación del imperio

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Ricardo Gotta

Biden vs. Trump, la disputa que muestra el deterioro de las instituciones en Estados Unidos. Las encuestas favorecen al republicano. ¿Habrá recambio?

Casa Blanca. Biden con pocas chances de reeleción. Trump anhela un regreso triunfal. (Fotos: NA)

Creada en 1946, la figura del jefe de Gabinete es clave en el Gobierno de los Estados Unidos. Hace un año, cuando decidió ir por la reelección, Joe Biden designó en ese sitio a Jeff Zients, excoordinador de la estrategia contra el covid. En la Casa Blanca es un secreto a gritos: Zients es el conductor en las sombras de una campaña electoral que se tornó áspera e intricada. Hace unos días, sus colaboradores admitieron que berreó como nunca cuando se enteró que los estados de Colorado y de Maine inhabilitaron a Donald Trump para su anunciada candidatura hacia las elecciones. Sabía, además, que en las próximas horas habría sentencias similares en varios de los 14 estados que replican los procesos. Zients está convencido de que resultan funcionales a los republicanos, aun cuando descuenta que la Corte Suprema, con seis miembros (sobre nueve) leales a ese partido, fallará a favor del exmandatario.
Solo restan diez meses para el crucial martes 5 de noviembre. Esas presidenciales llegan con la proliferación de signos fascistas en las instituciones estadounidenses y la herida abierta por el inédito intento de golpe palaciego nacido de las entrañas del trumpismo. A la discusión de si el imperio deja de serlo, se suma la tendencia firme de que Biden-Trump dirimirán otra vez el timón del pretendido Vigía de Occidente: un inequívoco signo de su degradación.
Si es reelecto, Joseph Robinette Biden Jr. –abogado, de 82 años, al que le adjudican serios deterioros cognitivos, exvice de Barack Obama (2009/17)–, gobernaría hasta los 86. Pero los sondeos derriten sus ilusiones: un 30% de sus votantes de 2020 no estaría dispuesto a la continuidad. Donald John Trump, magnate de 77, pretende un regreso tras su controversial presidencia (2017/21) y su salida enmarcada en las imágenes del Capitolio tomado por sus fuerzas de choque y los sectores más reaccionarios: lo acusan de eso; también de sobornos y actos de corrupción sexual.
La situación es incierta. En un eventual mano a mano, al líder republicano no le va de perlas, aunque sí mejor que a su rival. Por caso, los menores de 30, histórico voto demócrata, están desencantados con Biden, según varias mediciones (New York Times/Siena College y NBC News). En esa franja etaria venció por 24 puntos en 2020 y ahora cae por 5: no le creen siquiera cuando habla de condonar deudas estudiantiles, más atraídos ahora por el patriotismo arraigado en los republicanos. También decrece el apoyo latino.
Causa estupor que, si se votara hoy, el 47% del electorado general de los estados de Arizona, Georgia, Nevada, Pensilvania, Wisconsin, Michigan y Carolina del Norte lo haría por Trump. Solo el 42% sigue a Biden. Y se trata de emblemáticos bastiones demócratas: si cae allí no puede siquiera soñar con la reelección.
«Acá la gente da por hecho que gana Trump», confirma desde Nueva York el analista político Matías Morales. «No obstante, siempre todo se reduce a la economía. Si repunta es posible que repunte Biden, pero si se mantiene la inflación, en especial en la gasolina por la guerra en Oriente Medio, o persiste la crisis migratoria, la tiene complicada. Aunque ya pasó en las últimas legislativas: las encuestas no acertaron y los demócratas se quedaron con el Senado».

Es la política, estúpidos
¿Qué impide la renovación? «Los republicanos son abrumadoramente trumpistas. Las propuestas de los demás presidenciables son muy parecidas», corrobora Morales. La gobernadora de Carolina del Sur, Nikki Randhawa Haley es la sombra ideológica de Trump; Vivek Ganapathy Ramaswamy es más trumpista que el propio Trump, y Ron De Santis está a la derecha del expresidente. Además, no tienen ni su carisma ni su personalidad. ¿Por qué lo cambiarían? Suma votos incluso exhalando barbaridades como la de 2017: «Si salgo a dispararle a la gente por la Quinta Avenida no pierdo ni un voto». Suma también con las causas y las inhibiciones. Los republicanos lo consideran persecución política. Mientras Zients, que tan bien los conoce, monta en cólera.
En el partido oficialista nadie se anima a poner palos en la rueda de la reelección de Biden, porque no advierten figuras factibles de reemplazo. La candidata lógica, Kamala Harris (59), actual vice, no suma aceptación popular y consideran a Bernie Sanders demasiado mayor (82), a Alexandria Ocasio-Cortez (34) demasiado joven, y a Pete Buttgieg (43) demasiado medroso.
No se espera, por otra parte, la aparición de una nueva figura o de una fuerza con posibilidades de terciar, a pesar de que en ambas veredas crecen los porcentajes de defraudados que luego transitan por una cada vez más ancha avenida central: la de los independientes. Esa tendencia, a la que algunas consultoras ubican en un tercio del electorado, muestra la crisis de los partidos hegemónicos. Los demócratas nacieron en 1928 y los republicanos en 1854: son especialistas en atentar contra el surgimiento de figuras alternativas. La agencia Morning Consult sostiene, además, que todo se da en un contexto de desprestigio de la actividad política y de corrimiento tímido pero persistente de la sociedad hacia la ultraderecha.

Todos los caminos
Biden venía castigado por la acción de la OTAN en el Este europeo. Con la guerra de Oriente Medio acentuó su posición vulnerable, en especial cuando Israel desató su furiosa respuesta contra Gaza. No solo eso: el desastroso manejo del envío de material bélico generó escandalosas denuncias de corrupción en contra del complejo militar-industrial privado y de los mercaderes internacionales de armas, destrozando el argumento de que impulsará el crecimiento económico de Estados Unidos y creará más puestos de trabajo.
Con la economía también hay una mirada en entredicho. Por un lado, se soltó un alza de la deuda pública que hoy es de U$S30 billones y llegaría al doble en una década, grave indicador de la crisis. Por otro, para adentro, mejoró algunos términos heredados del anterior Gobierno, a pesar de que surfeó en medio de la pandemia. Por caso, exhibe notables números de creación de empleo.
Otro aspecto clave: no acierta en la política migratoria. Ahí reaparece la figura de Zients, principal negociador con los republicanos que controlan la Cámara de Representantes y que usan esa carta para habilitar partidas multimillonarias para las diversas guerras en las que se zambulló Biden. Jamás lo haría Trump, dada su cercanía a Vladímir Putin. Aun cuando el ruso sea un gran aliado de Xi Jinping y el republicano no lo pueda ver al chino ni en figuritas.
Un dato sorprendente: recientes sondeos de la Universidad de Maryland revelan que más de un tercio de los estadounidenses, sin justificar el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, creen que las elecciones previas «no fueron legítimas». Se preguntan cómo incidirá esa cuestión el 5 de noviembre. O que Biden se pasó más de un tercio de 2023 descansando en sus residencias de Delaware o en Camp David: la imagen contrapuesta al estilo ágil y disruptivo de Trump.
¿Será la disputa entre un anciano debilitado y un desequilibrado emocional sediento de venganza? Una parte del destino del mundo depende de esa porfía. No habla bien ni de Estados Unidos ni de la humanidad.
«Por ahora el fascismo no es una amenaza inminente a nuestra forma de gobierno, pero si la democracia deja de andar como fuerza viva para mejorar la condición de la gente, el fascismo crecerá y será arrollador», dijo Franklin Delano Roosevelt en 1938.
Hace un año, la National Public/Ipsos señaló que el 64% de sus entrevistados considera que la democracia estadounidense «está en crisis y en riesgo de fracasar».

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