Mundo | ¿UNA INTERNACIONAL REACCIONARIA?

La salida extrema

Tiempo de lectura: ...
Telma Luzzani

El triunfo de Milei fue celebrado por la ultraderecha global, que encuentra eco en sociedades desoladas. Diferencias entre sus líderes y los interrogantes sobre su consolidación en el poder.

Sintonía. Milei y Volodímir Zelenski, en el acto de asunción del libertario, el 10 de diciembre en Buenos Aires.

Foto: Getty Images

Las figuras internacionales que asistieron a la toma de posesión presidencial de Javier Milei, el 10 de diciembre, fueron llamativamente pocas. Incluso estuvo ausente la diversidad de colores políticos que gobierna hoy nuestro continente y, en general, el «mundo occidental» con el que nos referenciamos. Ni plural ni masiva, la asunción de Milei congregó, mayoritariamente, a mandatarios de la derecha extrema, lo que expresa de qué lado del mundo estará, de ahora en más, nuestro país, en momentos de una impredecible transición hegemónica.
La visita más perturbadora fue sin dudas la del presidente de un país en guerra, Volodímir Zelenski (¡al punto que le robó cámara a otro personaje disruptivo de la ultraderecha, el expresidente de Brasil, Jair Bolsonaro!). La ceremonia no fue distendida ni celebratoria de nuestra democracia: no solo porque la dupla Milei-Zelenski hizo volar por el aire el protocolo –el ucraniano estuvo vestido de cuasi fajina y recibió como regalo un símbolo religioso– sino porque los gestos exagerados de bienvenida contienen un mensaje para propios y ajenos: Argentina se separa del resto de la región y abandona su tradicional neutralidad, su voto por la paz y el diálogo y su defensa del multilateralismo y los derechos humanos.
Además de Zelenski y Bolsonaro, otro conocido ultraderechista, el primer ministro húngaro Viktor Orban, estuvo en Buenos Aires. Aparte de la «city» de Londres y Wall Street, fueron los referentes de la extrema derecha global los que más festejaron el triunfo de Milei. «Deseo trabajar junto a un verdadero patriota», tuiteó Orban antes de la visita. «Debes hacer Argentina grande otra vez», alentó Donald Trump parafraseándose así mismo.
El 22 de noviembre, el club de la derecha más extrema se amplió. Tres días después del triunfo de Milei, ganó las elecciones parlamentarias anticipadas, en los Países Bajos, el Partido de la Libertad, liderado por Geert Wilders, con un 25% de votos. La pregunta es entonces si se trata de un fenómeno pasajero o ya puede hablarse de la consolidación de lo que en medios académicos denominan la Internacional Reaccionaria.
Sin dudas, hay parentescos, pero las diferencias entre Milei, Zelenski, Orban, Wilders o la italiana Georgia Meloni, por un lado, y quienes no están en funciones de gobierno (Trump, Bolsonaro, la francesa Marine Le Pen, el español Santiago Abascal de la organización Vox y el chileno José Antonio Kast) son tantas que cuesta pensarlos como un bloque. Aunque hacen mucho ruido, no son tantos (los países con un sistema anacrónico como las monarquías suman 28 en todo el mundo mientras que los que son gobernados por la extrema derecha no supera la decena). Por otra parte, esta corriente extrema cuenta con varias derrotas: Le Pen, Abascal, Bolsonaro y Kast (este último, por segunda vez, el domingo pasado, en el referendum por una nueva Constitución).
No obstante, es innegable que hay una derecha radicalizada que busca una nueva hegemonía y que encuentra en algunas sociedades desoladas la disposición a sumarse a su narrativa. O como bien analiza el académico argentino de la Universidad de Bergen (Noruega), Ernesto Semán, «las extremas derechas crecen en la medida en que desaparece el espacio de negociación y nadie encuentra incentivos para moverse hacia el centro». 

Rasgos comunes y no tan comunes
«El ethos reaccionario se ha convertido en parte integral del tejido sociopolítico de muchos países. Su colección de ideas, creencias, percepciones y valores resulta atractiva para individuos asociados a partidos conservadores, fuerzas religiosas, movimientos nativistas, grupos de desposeídos, sectores extremistas, partidarios libertarios y grupos anticientíficos, entre otros», señalan Juan Gabriel Tokatlian (prestigioso analista y vicerrector de la Universidad Torcuato Di Tella) y Bernabé Malacalza (doctor en Ciencias Sociales e investigador del Conicet) en el artículo «La diplomacia conspiratoria al poder» publicado en el portal El cohete a la luna. «Hay una novedad del contexto contemporáneo: esto es el ascenso de una Internacional Reaccionaria de facto, polifacética, geográficamente dispersa e ideológicamente heterogénea», afirman.
Considerando los estudios de otros autores, entre ellos Pablo de Orellana, Nicholas Michelsen y Filippo Costa Buranelli, quienes han profundizado en el tema de la Internacional Reaccionaria, se puede sintetizar, de manera muy general, algunas características distintivas de quienes abrazan estas ideas:
1) Tienen una visión maniquea del mundo (el bien vs. el mal; mundo libre vs. autoritarismos). Ciertamente, en esta concepción, el «otro» es alguien a ser eliminado, pero la consideración de quién es ese «otro» varía según los líderes. Para Milei, el origen de todos los males era «la casta», mientras que para los xenófobos Orban o Le Pen son los musulmanes. 
2) Son mesiánicos: el líder se cree investido por fuerzas superiores para cumplir con una misión; se muestra como portador de la verdad y amenaza con perseguir a quienes piensan diferente.
3) Son antiintegracionistas (rechazan la Unión Europea o la Unasur).
4) Son dogmáticos: el líder dice poseer la creencia correcta y conocer el camino único y efectivo para llegar a un futuro promisorio. Aquí también difieren las concepciones porque mientras para Trump el camino correcto en economía es el proteccionismo, para Milei es la total libertad de mercado.
5) Tienen un objetivo refundacional: buscan restaurar un pasado idílico (perdido) y prometen crear un nuevo orden que destruya el sistema existente. En ese sentido, cuestionan o directamente desconocen los pactos preexistentes como los acuerdos internacionales de paz o de las organizaciones como Naciones Unidas. En el caso de Milei, su objetivo refundacional es acabar con el peronismo y recrear la Argentina de hace 100 años o más, por ejemplo, cuando gobernaba el general Julio Argentino Roca (1898-1904), período en el que en nuestro país no había voto universal y gobernaba la oligarquía.
Para finalizar, es interesante observar que, entre muchas otras diferencias, los líderes del extremismo reaccionario no comparten estéticas: ninguno de los europeos elige la teatralidad grotesca de Trump, Bolsonaro o Milei (salvo Zelenski, cuya profesión era, efectivamente, ser actor cómico). Tampoco coinciden los contextos. Semán señala muy bien, en su análisis, la singularidad de Argentina y el papel central de nuestro drama económico. En ese sentido subraya que «en las comparaciones de Milei con Trump, Bolsonaro, Orban, Wilder o Meloni, el gran ausente es el índice de precios al consumidor. Cuando busquemos normalizar el ascenso de Milei y el desmadre que les aguarda a él y al país, es central recordar que la inflación del año en el que ganó Trump (2016) fue del 1,14% y la de Brasil cuando ganó Bolsonaro (2018) llegó al 3,18%».
La progresiva radicalización de una parte de las sociedades hacia la derecha (vinculado sin dudas a la creciente desigualdad social y al mayor padecimiento de la gente) es una realidad insoslayable. No obstante, faltan tiempo y la apreciación de un mayor número de casos para evaluar el lazo entre lo local y lo global y para poder hacer un balance certero sobre ese proceso.

Estás leyendo:

Mundo ¿UNA INTERNACIONAL REACCIONARIA?

La salida extrema