26 de octubre de 2022
La Estrategia de Seguridad 2022 señala que China y Rusia plantean desafíos distintos para el unilateralismo que proyecta Washington. La región, en alerta.
Plan Biden. El mandatario estadounidense en un discurso reciente en Washington. El informe fue presentado a comienzos de octubre.
FOTO: WONG/GINA/Getty Images via AFP/DACHARY
Semanas atrás la Casa Blanca dio a conocer su largamente esperado documento sobre la Estrategia de Seguridad Nacional 2022 (ESS) que habría de guiar la política exterior de la Administración Biden. Esta clase de informes se tornaron obligatorios desde 1987 a los efectos de comunicar al Congreso la visión del Poder Ejecutivo sobre los problemas que menoscaban la seguridad nacional del país. La ESS debe explicitar los cambiantes desafíos que el escenario internacional plantea a Estados Unidos –tema especialmente relevante en el contexto del actual derrumbe del orden mundial de posguerra– y los recursos con que se cuenta para enfrentarlos. El informe está obligado a incluir una discusión de los intereses nacionales en juego, los compromisos con aliados y Gobiernos amigos, la estrategia para garantizar la seguridad nacional (y de sus ciudadanos, empresas y organizaciones no-gubernamentales actuando en el extranjero) así como los recursos de defensa necesarios para disuadir las amenazas de enemigos externos o grupos terroristas que actúan al interior de Estados Unidos.
Este tipo de documentos ofrecen las directivas estratégicas más generales y su valor estriba en que en ellos se perfilan las prioridades en materia de política exterior, las mismas que tendrán que reflejarse en el presupuesto nacional que deberá aprobar el Congreso. En otras palabras, ofrecen indicadores útiles para determinar el rumbo que casi seguramente adoptará el Gobierno estadounidense en los asuntos mundiales. Por ejemplo, la ESS del 2002 dada a conocer por el Gobierno de George W. Bush un año después de los atentados del 11-S establece la doctrina de la «Guerra Preventiva» (y también de la «Guerra Infinita») que anticiparía la Guerra de Irak (2003-2011) y justificaría la agresión en contra de Afganistán, que se extendería por veinte años entre el 2001 y el 2021. Otro ejemplo lo aporta la ESS del 2017, producida por la Administración Trump, en donde por primera vez se califica a China y Rusia como «potencias revisionistas» a la vez que se elimina el «cambio climático» como una amenaza global. Recordemos que a finales del 2020 Trump retiraría a Estados Unidos de la lista de países firmantes del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático. En ese mismo documento se abandonó la expresión «comunidad de naciones» utilizada en previas formulaciones y subrayó el carácter altamente competitivo del escenario mundial y la consecuente necesidad de garantizar la primacía de Estados Unidos mediante una política agresiva en contra de las «potencias revisionistas».
Viejas y nuevas políticas
En el caso que nos ocupa se reitera, al igual que en las anteriores formulaciones, el carácter supuestamente indispensable de Estados Unidos y la necesidad que el mundo tiene de su liderazgo, especialmente en momentos como los actuales en donde la guerra en Ucrania y la creciente gravedad de los problemas comunes: como el cambio climático, la inseguridad alimentaria, las pandemias, el terrorismo, la crisis de la energía y la inflación requieren no solo de una orientación correcta sino también de un liderazgo firme para enfrentarlos. Dado que la era de la amigable «post-Guerra Fría» ha tocado a su fin es necesario plantarse con firmeza ante el «imperialismo ruso» (¡sic!) y las ambiciones de China. Hoy el enfrentamiento, se nos dice, ya no es más capitalismo versus comunismo sino entre democracia y autocracia. Las «potencias revisionistas» y sus aliados o asociados (como Irán o la República Popular de Corea, a los cuales se suman Cuba, Venezuela y Nicaragua) quieren construir un nuevo orden mundial ya no basado en reglas, como el que supuestamente construyó Estados Unidos (sin decir a quiénes favorecían esas reglas) sino otro que les permita establecer su primacía en el terreno internacional. Tal cosa equivaldría a una derrota global de la democracia a manos de regímenes autocráticos, corruptos y violentos.
Pese a su común «revisionismo», el documento afirma que Rusia y la República Popular China plantean desafíos diferentes. La primera, de la mano de Vladímir Putin, «representa una amenaza inmediata para el sistema internacional libre y abierto, violatorio de las reglas fundamentales del orden internacional actual, como lo ha demostrado su brutal guerra de agresión contra Ucrania». Pero ese desafío, siempre a tenor de lo que dice la ESS 2022, no tiene la suficiente fuerza, como lo demuestra el fracaso de la invasión rusa a Ucrania. Sus autores incurren, a juicio de este autor, en una peligrosa subestimación del poderío militar de Rusia que, como aseguran expertos norteamericanos, solo en parte ha sido empleado en Ucrania. El informe en cambio establece que, a diferencia de Rusia, «la República Popular China es el único competidor con la intención de remodelar el orden internacional y que cuenta, cada vez más, con el poder económico, diplomático, militar y tecnológico necesario para avanzar en el logro de ese objetivo». Por lo tanto, el rival a vencer es China, dando por descontado que Rusia estallará en mil fragmentos a causa de su aventura ucraniana que la relegará a un plano marginal en la escena internacional.
Al pasar revista a los escenarios regionales llama poderosamente la atención que, por primera vez en la historia de las diferentes versiones de la ESS, el «Hemisferio Occidental» (es decir, Latinoamérica y el Caribe) ocupa una posición de privilegio desplazando al Indo-Pacífico, Europa, Oriente Medio y África. En el sumario final de este documento se dice textualmente que «Ninguna región impacta a los Estados Unidos más directamente que el Hemisferio Occidental», de cuya estabilidad democrática e institucional ese país obtiene beneficios económicos y de seguridad. «Juntos –continúa el documento– apoyaremos una gobernabilidad democrática efectiva y protegeremos a la región contra la interferencia o la coerción externas, incluso de la República Popular China, Rusia o Irán al paso que apoyaremos la autodeterminación democrática de los pueblos de Venezuela, Cuba, Nicaragua y cualquier país donde se suprima la voluntad popular». Por supuesto, la palabra «bloqueo» no aparece en las 48 páginas del texto, y cuando se habla de sanciones económicas las remiten a las que se aplican a Rusia, China e Irán y no a los que agobian a Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Para concluir, a un año del bicentenario de la Doctrina Monroe, Washington reconoce que esta parte del mundo («nuestro vecindario», como dijera la Sra. Laura Richardson, Jefa del Comando Sur) debe ser preservado de la ambición y la codicia de otros actores internacionales dispuestos a saquear nuestras inmensas riquezas naturales. De ahí que un objetivo primordial de la política exterior de la Casa Blanca hacia Nuestra América sea mantener a China, Rusia e Irán, e inclusive a otros países grandes demandantes de recursos naturales como la India, bien lejos de estas latitudes y en todos los terrenos: económico, tecnológico, militar, diplomático y cultural. Ante el inexorable derrumbe del viejo orden mundial Washington quiere asegurarse de que su reserva geopolítica estratégica, tal como lo advirtieran Fidel y el Che, permanezca fuera del alcance de las «potencias revisionistas». Esto ratifica la renovada voluntad norteamericana de intervenir aún más profundamente en los asuntos internos de los países del área para evitar que nuestras riquezas caigan en «manos incorrectas». La continua expansión de bases militares de EE.UU. en la región (incluyendo la que ilegalmente se encuentra en construcción en Neuquén) refleja con nitidez esta política. Sería bueno que los Gobiernos de la región tomen nota de esta alarmante embestida y adopten políticas tendientes a reafirmar la soberanía nacional y la autodeterminación de nuestros pueblos.
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