Opinión

Alberto López Girondo

Periodista

Marcha sin protocolos

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Marketing y amedrentamiento. Un proyecto de represión autoritario adornado con parafernalia al estilo de Hollywood.

Foto: NA

El protocolo antipiquete pergeñado por la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, era a todas luces un programa destinado a amedrentar a la población: un proyecto de represión autoritario adornado con recursos de markerting y parafernalia al uso de Hollywood. Ante la evidencia de que el plan económico del Gobierno de Javier Milei solo cierra con represión, la estrategia era comenzar a aplicarlo en el marco de la marcha organizada por partidos y movimientos sociales de izquierda para conmemorar el 20 de diciembre de 2001. Al mismo tiempo, el presidente anunciaría, al mediodía y por cadena de radio y televisión, su mega DNU de reforma de la economía, cuyos tramos esenciales se habían deslizado en los medios más cercanos a la coalición La Libertad Avanza-PRO.
Pero si el objetivo era dar señales claras de que no se iban a tolerar cortes de calles, la realidad dejó abundantes chascarrillos en las redes sociales: la cantidad de fuerzas de seguridad destinadas al control de los manifestantes fue tan abrumadora que los propios uniformados cortaron las calles intentando cercar a los manifestantes hacia las veredas. Y tras el discurso presidencial, que finalmente fue emitido a la noche, esas mismas calles se llenaron de ciudadanos indignados que marcharon pacíficamente hasta el Congreso para expresar su rechazo. Sin protocolos y haciendo tronar sus cacerolas.
El Gobierno recurrió desde días antes a un aparatoso bombardeo mediático amenazando con quitar los subsidios a los manifestantes que se sumaran a marchas. Su consigna fue: «El que corta no cobra». Pero también se traslucían temores ante las primeras reacciones luego de la brutal devaluación y el acelerado incremento de precios posterior. De todas maneras, el día elegido para presentar su mega DNU de apertura de la economía sonaba a provocación. Es que el 20 de diciembre de 2001 es una de esas fechas determinantes para la sociedad argentina, por el recuerdo de la feroz represión, con decenas de muertos, que puso fin al Gobierno de Fernando de la Rúa tras la experiencia de la convertibilidad y sus dramáticas consecuencias. 
Para colmo, muchos de los protagonistas de aquellos días están nuevamente en el poder y el DNU no es más que el reflejo de que para ellos –Patricia Bullrich, Federico Sturzenegger, Rodolfo Barra, entre otros– el decreto de estado de sitio del expresidente radical seguía vigente: de allí este protocolo, calificado de anticonstitucional por organizaciones de derechos humanos y juristas. Además, las medidas que anunciaría Milei no son sino una continuidad agravada de las que quedaron en el camino en aquellos aciagos días. Si en ese momento el grito en las calles era «que se vayan todos», la realidad 22 años después es que volvieron todos, por tercera vez, y con ataduras reforzadas al FMI.
Caratular como provocación al día elegido para dar a conocer el decreto no es exagerado. Ya el Gobierno de Mauricio Macri había tenido en su momento una actitud similar cuando el 24 de marzo de 2016, al cumplirse los 40 años del golpe de Estado que inauguró la última dictadura cívico-militar, invitó al país nada menos que al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, que finalmente tuvo que irse de «paseo» a Bariloche porque su presencia resultaba demasiado chocante. Ahora también debió sonar demasiado, y por eso la cadena nacional de Milei para anunciar su controvertido DNU se postergó hasta la noche.
Pero desde temprano las fuerzas policiales iniciaron en varios puntos del Conurbano y la Ciudad de Buenos Aires requisas en colectivos y trenes, pidiendo documentos y tomando fotos a los pasajeros. Al deseo de atemorizar –desde tiempos de la dictadura que no se veían imágenes como esas– se les sumaron mensajes en las estaciones de trenes urbanos y hasta una pantalla con una imagen del presidente de la Nación que muchos identificaron con la película Gran Hermano, basada en la novela 1984, de George Orwell.
Los canales cubrieron el accionar policial y en algunos casos los presentadores de noticias parecían estar a la derecha del Gobierno, alentando a impedir cualquier corte a como diera lugar. Mientras tanto, en las redes se repetían críticas sobre lo anticonstitucional del operativo y aparecían teléfonos y recomendaciones ante la posibilidad de que la represión fuera indiscriminada, como prometían las medidas que se ponían en marcha.
La cantidad de personal de seguridad era tanta que no había modo de circular por las calles. Un pase de comedia que se continuó con el cruce del nuevo jefe de la Policía de la Ciudad de Buenos Aires, Diego Kravetz, con la ministra Bullrich. Fue cuando al exsecretario de Seguridad de Lanús le preguntaron qué tenía para decir sobre el operativo de las fuerzas federales. «Pregúntenle a Bullrich», dijo, de malhumor. Luego, alguno de los movileros descubrió que estaba dialogando con el líder piquetero Eduardo Beliboni y se descargó contra el funcionario porteño. No podía tolerar que se intentara resolver la cuestión hablando.
Esa es también otra expresión de los tiempos que corren. La indignación de comunicadores televisivos que parecían ansiar actos de violencia, hasta el posteo –luego borrado– en la red social X de un diputado bonaerense pidiendo directamente que corriera sangre, hasta los de militantes de LLA también furiosos porque, finalmente, los manifestantes pudieron marchar pacíficamente, llegar a la Plaza de Mayo, leer un texto alusivo a aquel 20 de diciembre y luego desconcentrarse tranquilamente. Solo hubo un par de incidentes menores con dos detenidos.
Toda la marcha y los movimientos de los uniformados fueron seguidos por pantallas ubicadas en el Departamento Central de la Policía Federal por el presidente de la Nación, la ministra de Seguridad y la titular de la flamante cartera de Capital Humano, Sandra Petrovello. Otro acting muy afín a las películas de acción.
Lo que ocurriría después también fue un revival de diciembre del 2001: tras el mensaje de un cuarto de hora de Milei –rodeado de sus ministros y un Sturtzenegger que resaltaba por su vestimenta disonante– comenzaron los primeros cacerolazos en distintos puntos de la ciudad. A medida que iban creciendo las protestas espontáneas, miles de personas se fueron acercando de las esquinas más características de los barrios y se inició una marcha lenta hacia el Congreso donde hasta altas horas de la madrugada permanecieron cantando consignas contra las medidas anunciadas. 

Gran hermano vigila. Los mensajes en las estaciones de trenes recordaban la novela 1984, de George Orwell.

Foto: Télam

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