31 de octubre de 2024
Ante un tribunal oral federal se lleva adelante el proceso a cuatro guardiacárceles por la muerte de 65 presos. Los hechos ocurrieron en 1978. Testimonio de un sobreviviente.
Protagonistas. Las abogadas querellantes Claudia Cesaroni y Natalia D’Alessandro junto a sobrevivientes y familiares de las víctimas.
Foto: La retaguardia
En plena dictadura militar, en la cárcel de Devoto, un guardia ordenó apagar el televisor. Fue desobedecido y la represalia se convirtió en represión, incendio y tragedia. Cuatro guardiacárceles responsables de la llamada Masacre del Pabellón Séptimo, ocurrida entre el 13 y el 14 de marzo de 1978, están siendo enjuiciados por la Justicia federal por los tormentos seguidos de muerte de 65 presos comunes y las graves heridas de otros 88. Esta semana comenzaron las declaraciones testimoniales de los sobrevivientes, entre ellos el primero en subir al estrado fue Hugo Cardozo, cuyo relato fue clave para que la abogada Claudia Cesaroni investigara el caso y escribiera Masacre en el Pabellón Séptimo, el libro publicado en 2013.
El miércoles 23 en la tercera jornada de audiencias Cardozo habló ante el Tribunal Oral Federal. Fue un día intenso que culminó con una ducha y la preparación de un estofado. Antes de irse a dormir vio el partido de Boca y Gimnasia. «Al día siguiente me levanté como a las 11, salí a pagar el seguro del auto y mientras manejaba sentí que soy otra persona, como que tengo más lugar dentro mío. Aunque todavía falta, mirándome en el video de La Retaguardia (medio que transmite el juicio) me está cayendo la ficha de lo importante que fue la audiencia, por primera vez presos comunes frente a un tribunal oral federal en el marco de un juicio por delitos de lesa humanidad, que durante tantos años fue un motín más», comentó ante la primera pregunta de Acción.
De hecho, la abogada Cesaroni –que encabeza la querella junto a su colega Natalia D’Alessandro– lideró el colectivo legal y social que inició un reclamo para que esos hechos se investigaran como delito de lesa humanidad. En agosto de 2014, la Sala I de la Cámara de Apelaciones accedió a esa solicitud y resolvió que la masacre de Villa Devoto era un crimen imprescriptible, por haber sido cometido por agentes de una fuerza de seguridad. En 2020, el juez federal Daniel Rafecas dispuso la elevación a juicio oral del caso, por el que están siendo juzgados el exprefecto jefe de la Unidad Penitenciaria, Juan Carlos Ruiz; el exjefe de la División Seguridad Interna de la Unidad, Horacio Galíndez; el exjefe de requisa Carlos Sauvage; y el excelador Gregorio Bernardo Zerda, por los jueces del TOF 5 Daniel Obligado, Adriana Palliotti y Adrián Grunberg.
Amenaza y requisa
A partir del testimonio de Cardozo, otros sobrevivientes y también presas políticas que estaban en la cárcel de Devoto en ese momento, se reconstruyó que en la noche del 13 de marzo hubo una discusión entre un celador y el interno Jorge Tolosa por el horario en que debían apagar el televisor que estaba dentro del pabellón. Tolosa no acató la orden. En la mañana del 14 de marzo, cerca de 70 guardiacárceles, el doble de personal que habitualmente realizaba las requisas, ingresaron a los gritos y golpeando a los detenidos. Los reclusos intentaron resistir como pudieron: lanzaron papas y lo que tenían a mano, e improvisaron barricadas con sus propias camas para evitar el avance de los penitenciarios.
Hugo Cardozo. Su testimonio fue clave para la investigación, primero en un libro y ahora ante la Justicia.
Foto: masacreenelpabellonseptimo.wordpress.com
Cardozo explicó que ingresó al penal de Devoto cuando fue transferido de la Unidad Penitenciaria 1 de Lisandro Olmos. Al momento de la masacre tenía 19 años. En su declaración refirió que a uno de los imputados, Zerda, lo apodaban «Kung Fu», por su ferocidad. Esa noche Kung Fu gritó que apagaran el televisor para poder leer la lista de los que tenían que ir a declarar a cada juzgado al día siguiente.
«Normalmente cuando pasaba eso, el guardia pedía que se baje el volumen, pero en este caso fue distinto. Kung Fu insistió que el televisor se apagara, a lo que el “Pato” Tolosa le dice que se deje de joder y se rehusó», relató Cardozo. A raíz de eso se desencadenó una discusión, pero él se levantó y se fue a dormir. Durante la madrugada los guardias vinieron a buscar a Tolosa, pero sus compañeros lo protegieron. «¿No salís? Mañana van a ver», fue la amenaza que recibieron.
El 14 de marzo era importante para Cardozo porque lo visitaría su mamá. «La requisa consistía en que el personal iba tocando la espalda de cada uno y automáticamente sabíamos que teníamos que correr hasta la mitad del pabellón donde había unas mantas en el piso, nos teníamos que ir sacando la ropa e ir entregándosela en mano hasta quedar totalmente desnudos. Después teníamos que abrir la boca, sacudirnos el cabello, levantarnos los testículos, girar, mostrar las nalgas, y una vez que hacíamos todo eso nos daban el visto bueno y juntábamos la ropa». En esa rutina nunca llevaban armas, pero aquella mañana fue diferente.
El infierno
«Pensar en no acatar una orden de la requisa era un suicidio. Yo hacía todo lo que me pedían», expresó el testigo. Y comenzó el relato del infierno. «Entraron como 70 personas gritando y corriendo desaforadamente, puteando y abriéndose en abanico en todo el pabellón». Para impedirles el paso, los presos bloquearon las puertas con camas. La idea era que los guardias no vieran hacia dónde disparaban y para eso clavaron algunos colchones a los barrotes. En un momento vio a uno de sus compañeros al que le arrojaron un cartucho que le quedó clavado en el hombro, le salían chispas y corría desesperado. Al instante, de la pila de colchones bajó una llama delgada que terminó explotando, transformándose en «lenguas de fuego» que iban hacia ellos. El hollín empezó a quemarlo a él y al resto de sus compañeros.
«Fue desesperante sentir cómo me asfixiaba, se escuchaban gritos por todos lados», describió Cardozo. Al sentir que se estaba desvaneciendo trató de levantarse, y para eso tuvo que sacar cadáveres que estaban encima suyo. «Parece que me salvaron los cuerpos de mis compañeros que cayeron muertos arriba mío hasta que me levanté». Tras el fuego vino la tortura. Los sobrevivientes debieron pasar por un pasillo donde en el cordón de guardias los golpearon sobre las quemaduras y ampollas. «Me rompieron la vida ese 14 de marzo y con los pedacitos que quedaron viví dos vidas paralelas. Traté de hacer justicia por aquellos que no tienen la oportunidad que tengo yo, de estar relatando lo que me pasó ese día», expresó. El juicio en Comodoro Py se extenderá varias semanas más, con audiencias cada miércoles.
«Estuve 46 años, siete meses y nueve días esperando hablar, ser la voz de los asesinados, tengo muchas expectativas, pero más allá del resultado final del juicio lo importante es que hayamos podido llegar a esta instancia tan importante, para demostrar que no fue “el motín de los colchones” sino “la masacre de Pabellón Séptimo”», concluyó Cardozo ante Acción. Aun así, en su fuero íntimo, el sobreviviente siente que van a ganar este emblemático proceso.