Inseguridad, desconfianza, incertidumbre. En las sociedades contemporáneas predomina el temor a fallar. ¿Qué otros fantasmas moldean un mundo donde campea el individualismo, y cada persona parece sentirse responsable de sí misma?
29 de noviembre de 2017
(Jorge Aloy)
Miedo a lo desconocido, a la vejez o a la muerte. El miedo es una emoción tan antigua como el hombre. Según el diccionario de la RAE, el vocablo proviene del latín «metus», o sea, «temor», y se define como «angustia por un riesgo o daño real o imaginario», y también como «recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea».
Históricamente, cada época ha sido amenazada por sus propios espantos. Si, por ejemplo, en el siglo pasado –tras dos guerras mundiales– prevaleció el terror a que los Estados Unidos o la entonces Unión Soviética presionaran un botón, hoy –con el neoliberalismo y su fiebre consumista– pareciera haberse instalado otro tipo de miedo en las personas: el de quedar despojadas de su estatus social y económico.
En 2006, Zygmunt Bauman, uno de los pensadores más influyentes del siglo XX, se refería al miedo como síntoma de una situación social incierta. Decía que «la inseguridad respecto del presente, la incertidumbre sobre el futuro y la falta de herramientas colectivas incuban y desarrollan los miedos más imponentes e insoportables», en una «sociedad individualizada» como la actual. Si antes las instituciones y provisiones del Estado brindaban una «incertidumbre contenida», en el siglo en curso, cada ser humano es un «agente económico», que ha sido «arrojado a un mundo en el que ya no se siente resguardado ni representado». Además, se enfrenta a una nueva realidad: el ser «desechable».
Heinz Bude, sociólogo alemán, catedrático de Macrosociología de la Universidad de Kassel y autor del libro La sociedad del miedo (2017) subraya que en la sociedad contemporánea predomina el miedo a fallar, ya sea en el trabajo, en la elección de una pareja o en la tarea de ser buenos padres. Bude describe el miedo como un «murmullo de fondo» en la vida cotidiana y observa que en las clases medias europeas han penetrado temores como el miedo a la exclusión social o a caer una vez alcanzada la meta. «En Alemania y en el resto de Europa mucha gente vivió un período de promesas: si trabajabas, tendrías un buen futuro; con esfuerzo y un poco de suerte, lo podías conseguir. Para quienes nacimos a mediados de los 50, esa promesa funcionó… El problema es que ya no funciona: cada persona está sola y es responsable de sí misma. Esa idea de promesa ha sido reemplazada por el miedo», le dijo al diario El País, de España.
En la Argentina, entre los miedos de los ciudadanos se cuentan el de perder el trabajo, la inflación y la inseguridad. Según un sondeo realizado a 4.611 casos del Centro de Opinión Pública y Estudios Sociales (Copes) de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, el 40% de los encuestados señaló que teme perder el empleo. Además, tres de cada cuatro indicaron que no les alcanza el salario para cubrir sus necesidades. ¿Coinciden estos miedos con aquellos que se observan en las consultas? «La salud; la inseguridad física, económica; los vínculos afectivos y la relación laboral suelen encabezar la lista», enumera el psiquiatra Gustavo Corra, quien es miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina y autor del libro Mitos y psicoanálisis (Lugar Editorial).
Darwinismo social y depresión
En el siglo XXI los miedos son múltiples. Aparte del desempleo: la contaminación, el cambio climático, la desforestación; la drogadicción, el narcotráfico, la violencia; el terrorismo; la inmigración; el acoso infantil; el bullying; las epidemias; etcétera.
El filósofo coreano Byung-Chul Han, autor del best-seller La sociedad del cansancio (2010), dice en su libro que la sociedad del siglo XXI ha acuñado el eslogan Yes we can (Sí, podemos) y esto produce individuos agotados, depresivos y fracasados. Es una «sociedad del rendimiento» –con gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones, grandes centros comerciales y laboratorios genéticos–, que se caracteriza por una «presión por rendir y un exceso de positividad», además de estímulos constantes. «La técnica de administración del tiempo y la atención multitasking no significan un progreso para la civilización», asegura al respecto Byung-Chul Han, profesor de la Universidad de las Artes de Berlín. «El multitasking no es una habilidad del ser humano tardomoderno… Se trata más bien de una regresión. En efecto, está ampliamente extendido entre los animales salvajes. Es una técnica de atención imprescindible para la supervivencia en la selva», donde un animal está ocupado en alimentarse, al tiempo que debe preocuparse por mantener a sus enemigos alejados de su presa o de no ser devorado mientras se alimenta. Algo muy a tono con la competencia y el «darwinismo social» del mundo de hoy.
¿Qué tipo de trastornos se observan en un universo marcado por la competencia y el individualismo? Al parecer, la depresión ha crecido a la par de la industria farmacológica. A propósito, el psicoanalista argentino radicado en España, Jorge Alemán, dijo en una nota publicada en Página/12 que «la depresión se puede leer desde dos puntos de vista: uno patológico y otro ético. Lacan decía que la depresión era cobardía. No voy a imputar de cobarde a nadie que se deprima, pero es verdad que en la depresión hay una especie de renuncia a las apuestas que los deseos conllevan. En ese sentido, es muy sugerente ver que hay una extensión de ese fenómeno muy vinculado a no dar nunca la talla, a no estar nunca a la altura, a estar siempre arrojados a una situación que nos desborda».
Para el psiquiatra Corra, «la presión de un sistema capitalista centrado en la dinámica mercantil, que a la vez desplaza la esencia humanitaria de la función médica», se manifiesta en la industria farmacéutica y la de las aseguradoras de medicina prepaga. «La primera se expandió y controla el uso de ansiolíticos de manera indiscriminada, en especial de benzodiacepinas… el miedo es algo que se debe eliminar con ansiolíticos, como consta en difundidas publicaciones médicas. Promueve también el uso masivo de distintos químicos que los publicistas bautizaron con el sugestivo nombre de “antidepresivos”. El diagnóstico indiscriminado de depresión, su difusión y la instalación en el imaginario social de que todos estamos deprimidos, apuntan a estos fines. Las aseguradoras, en tanto, manejan de facto los honorarios médicos y generan una falsa relación de cuidado que enmascara beneficios económicos masivos para esta industria».
Byung-Chul Han afirma que la sociedad de rendimiento «está convirtiéndose en una sociedad de dopaje. El exceso del aumento de rendimiento provoca el infarto del alma. El cansancio de la sociedad de rendimiento es un cansancio a solas… Solamente el yo llena por completo el campo visual…». O, más bien, el yo y los miedos.