El aislamiento social preventivo no solo sirvió para preparar el sistema sanitario. Cada día que pasó alguien aprendió a enfrentar mejor la enfermedad COVID-19 y la ciencia tuvo espacio para encontrar tratamientos y avanzar en soluciones.
23 de septiembre de 2020
Emergencia. En seis meses se logró mejorar la atención médica de los afectados por el virus. (Télam)
P odemos pensar en ahorrarlo, perderlo o incluso atesorarlo. Pero lo cierto es que el tiempo avanza inexorable y se vuelve valioso cuando se corre una carrera contrarreloj para implementar estrategias que marquen la diferencia entre el éxito y el fracaso. O entre la vida y la muerte. Entonces sí, es necesario hacer todo lo posible para ganarlo.
A más de seis meses de ese 20 de marzo que dio inicio al Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio en la Argentina, que paralizó al país durante su primera etapa y que tendría continuidad con diferentes características de relajamiento y flexibilización, es posible revalorizar ese tiempo, que permitió reforzar el sistema sanitario, a los equipos de salud aprender a manejar mejor la enfermedad provocada por el coronavirus, a la vez que la ciencia avanzó en nuevos tratamientos y el mundo se puso en movimiento para lograr una vacuna.
Hubo ensayo y error, vuelta atrás, reformulaciones, pero nada hubiera sido posible si la urgencia por atender un número elevado de infectados y enfermos graves hubiese ocupado ese tiempo precioso para estudiar, investigar, experimentar y comparar.
Jorge Aliaga, físico e investigador de la UBA y el CONICET, recuerda que «en el mes de marzo la Argentina atravesaba una situación epidémica que crecía a una velocidad tal que duplicaba los casos importados cada tres días y los casos locales cada dos». Con ese panorama se proyectaba un crecimiento de diez mil veces en un mes y vaticinaba un escenario de desastre «como ocurrió en Europa y en Nueva York», ejemplifica y subraya que la cuarentena «impidió un colapso rápido del sistema sanitario y nos dio tiempo para prepararnos, sumar recursos y capacitar médicos y enfermeros».
«Las medidas restrictivas tempranas y masivas sirvieron en primer lugar para fortalecer el sistema de salud, algo que quedó claro y hemos repetido muchas veces, con un incremento de camas e insumos hospitalarios, que fue difícil de acompañar con el incremento del recurso humano», señala Javier Farina, director del comité de Infectología Crítica de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva y miembro del Comité de Expertos que asesora al Ministerio de Salud. Y coincide en que «si el momento del brote nos hubiese agarrado con casos masivos en los meses de mayo o junio, hubiese sido muy complicado de sostener».
Sobre la marcha
El paso de los días fue vital para que el personal de salud aprendiera acerca de esta enfermedad nueva, que no estaba escrita en ningún libro y que sorprendía al mundo. Con una ventaja de tres meses con respecto a Europa y Asia, médicos, enfermeros, kinesiólogos y equipos de salud fueron adquiriendo conocimientos a medida que enfrentaron los casos, sumando experiencia, haciendo sobre la marcha. «Al haber postergado el aumento de casos, nuestros médicos aprendieron de los aciertos de los demás. Eso también nos benefició porque a la larga le dio tiempo al personal de salud para entender qué pasaba con la epidemia», dice Aliaga.
Para Martín Barrionuevo, senador provincial por Corrientes y contador, quien sigue de cerca la evolución de la pandemia con cuadros, gráficos y semáforos que clarifican dónde estuvimos y dónde estamos, «es evidente que los que tomaron medidas restrictivas tempranas tuvieron mejores resultados. Tempranas con respecto al inicio del desarrollo del virus en territorio, no solo en relación a cuán fuerte fue la cuarentena sino en qué momento se tomó». Y advierte que en el caso de Argentina «la medida fue acertada teniendo en cuenta nuestras restricciones de índole presupuestaria, que nos permitió, por ejemplo, tener a esta altura un mayor desarrollo de capacidad de testeo». «Cuando empezó la cuarentena se hacían 200 tests diarios y sólo los hacía el Malbrán. Hoy solo en Corrientes tenemos esa capacidad, y nos permite entender los focos de una manera mucho más dinámica que cuando arrancamos», agrega Barrionuevo. De hecho, uno de los incipientes logros fue el desarrollo del primer test del país para detectar anticuerpos de SARS-CoV2 a cargo de Andrea Gamarnik y su equipo del Instituto Leloir y el CONICET, con el apoyo de la Unidad Coronavirus del Ministerio de Ciencia y Tecnología. Hoy sirve para monitorear la respuesta inmunológica de los pacientes infectados y el estado de los profesionales de la salud.
También este período de aislamiento sirvió para aprender los diferentes abordajes de la Covid-19. Javier Farina explica: «Hoy sabemos que hay un montón de fármacos que se tenían en cuenta en un primer momento y ya no tienen utilidad, y que también hay algunas estrategias terapéuticas con corticoides para los casos graves principalmente, que ya han sido desarrolladas y sabemos en qué momento debemos usarlas». El especialista hace hincapié en la importancia de haber avanzado en la forma de abordar la oxigenoterapia de los pacientes. «En las terapias intensivas es claro el manejo interdisciplinario entre los kinesiólogos, los terapistas y los enfermeros respecto a la utilización del pronos, que es acostar boca abajo al paciente para que tenga mejor capacidad pulmonar, cuando está con un respirador o sin él», explica y subraya que «todo esto es importante para seguir ganando tiempo y que los casos no avancen en forma masiva para que no sea incontrolable la situación».
Contrarreloj
La cuarentena también fue necesaria para darle a la ciencia un espacio para la investigación. Así llegaron mecanismos y tratamientos que actualmente brindan opciones para enfrentar la enfermedad mientras se abre un camino de esperanza. «La cercanía de las vacunas ya no es un horizonte tan lejano, hay más de diez vacunas en fase 3 en este momento, que es la última fase antes de lanzarlas al mercado» cuenta Farina y adelanta que también hay drogas en estudio «y a la espera de resultados de ensayos clínicos, incluso de desarrollo nacional como el suero equino hiperinmune». Este suero es un producto que contiene gran cantidad de anticuerpos con capacidad neutralizante que podría evitar que el virus ingrese a las células en donde se multiplica. También se suman otros tratamientos en estudio en humanos como el uso de antiinflamatorios, los antivirales y el plasma de convalecientes.
Para Aliaga, entender qué produce la enfermedad y cómo actúa, qué cosas no terminaron de provocar ningún efecto y cuáles sí fue posible «por el tiempo ganado». «En marzo no sabíamos nada, hoy sabemos algo», dice el físico y recuerda que recién a finales del mes de abril se aceptó que era mejor el uso del tapabocas en forma masiva. Aliaga cita a Tomás Pueyo, una de las voces más influyentes contra el coronavirus, quien decía en ese entonces que «si el 60 por ciento de la gente usaba tapabocas, podía bajar una buena parte del R de contagiosidad». En estos meses también pudimos comprobar que si baja la movilidad y se suspenden actividades más contagiosas como iglesias, escuelas y todo sitio donde se habla y se grita mucho, y si la mayoría de los que salen usan tapabocas, la contagiosidad puede bajar. «Con R1 alcanza para frenar, pero es un fino equilibrio», dice Aliaga y advierte que es necesario que quienes se comportan de esa manera lo sigan haciendo. «En cuanto cambian los comportamientos, todo cambia», sentencia.
La ciencia además reveló, entre muchas cosas, que los niños también contagian, aunque tengan una leve carga viral, y que los cuadros más graves no están dados por los efectos del virus en sí mismo sino por la reacción de cada sistema inmune ante el virus. «Al lograr entender, sin duda se está más cerca de un tratamiento eficaz», agrega el investigador y subraya que la cuarentena «le dio tiempo a la ciencia para avanzar en las vacunas. Se espera poder tener una que permita inmunizar a un porcentaje de la población, y que cambie totalmente el escenario».