23 de agosto de 2022
En una falsa escuela de yoga, se estafó y se sometió a la explotación sexual a personas durante décadas con total impunidad. La mirada psicoanalítica.
Operativo. La división de trata de personas de la Policía Federal encontró numerosas evidencias en la sede de la organización.
FOTO: NA
Explotación sexual y laboral, trata de personas con reducción a la servidumbre, lavado de activos, ejercicio ilegal de la medicina. Los delitos que investiga la Justicia alrededor de las actividades de la Escuela de Yoga de Buenos Aires son tan impactantes como su permanencia en el tiempo. Más de 30 años de actividad a la luz del día –y no en secreto, como haría pensar la denominación corriente de secta– agregan otro interrogante a los estrictamente judiciales: cómo fue posible que semejante organización pudiera funcionar y pasara desapercibida.
La investigación del juez Ariel Lijo comprende las actividades desarrolladas a partir de 2004 hasta el presente por la empresa BA Group, la Escuela de Yoga y la clínica CMI Abasto. Pero tiene como antecedente otra causa contra Juan Percowicz, el líder de la organización, y varios de sus colaboradores, a la que la Justicia dejó sin efecto en 1994.
Las denuncias actuales sobre explotación sexual y laboral –e incluso circunstancias puntuales como la vinculación de Percowicz con el tenor Plácido Domingo– ya habían sido planteadas en la primera causa y difundidas en la prensa de la época. El cierre de aquellas actuaciones aparece ahora como una de las principales razones para que la organización pudiera rearmarse.
El exjuez Mariano Bergés, que intervino en la causa original y procesó a Percowicz, su hijo Marcelo Guerra Percowicz y otros miembros de la Escuela de Yoga, recordó en entrevistas de los últimos días las preocupaciones de integrantes del Gobierno de Carlos Menem, la Corte Suprema de Justicia de la Nación e incluso de organismos de derechos humanos por el trámite del expediente. Bergés explicó que esas intervenciones respondieron no a un complot sino a una estrategia de relaciones públicas de la organización que resultó «muy puntual y efectiva» para su defensa.
El contraste entre las primeras denuncias y las actuales evidencia el desarrollo notable de la organización, que se extendió a Estados Unidos con sedes en Chicago, Las Vegas y Nueva York y perfeccionó una estructura prevista para sustraerse a organismos de control. Dos inmobiliarias y una escribanía habrían estado destinadas a dar apariencia legal al traspaso de propiedades y aportes de «alumnos» de la escuela y pacientes de la clínica.
La organización contaba con unos 170 alumnos que pagaban mensualmente un monto variable y, según explicó el denunciante Pablo Salum, estaban sometidos a una escala de valoración que distinguía distintos grados hasta llegar a la cúspide, reservada para el «maestro» Percowicz y sus «secundantes». «¿Por qué alguien se somete a un perverso? –plantea el psicoanalista Sergio Zabalza–. La pregunta en estos casos es también qué mecanismos subjetivos permiten que una manipulación psicópata se adueñe del destino y la fortuna de las personas».
En ese sentido, Zabalza destaca que los abusos denunciados «tocan algo esencialmente humano» que puede perderse de vista: «No se trata de alguien malo que aparece de repente. El perverso engaña a la gente, aprovecha muy bien ese registro subjetivo que es la culpa, pero tenemos una vocación de obediencia y de sumisión por nuestra constitución como seres hablantes que explica estas cosas».
La permanencia en el tiempo no es una característica singular de la Escuela de Yoga. «Muchas de estas sectas tienen décadas y hay personas que han desarrollado parte o toda su vida en ellas. Lo que se logra con estas prácticas es la dependencia absoluta al líder», afirmó Zaida Gatti, coordinadora del Programa Nacional de Rescate y Acompañamiento a las Personas Damnificadas por el Delito de Trata, en un hilo de Twitter. En la organización de Percowicz, «encontramos víctimas que tenían al menos 28 años allí».
Los policías a cargo de los procedimientos entrevistaron a 66 presuntas víctimas en el edificio de Estado de Israel 4457, sede de la llamada escuela. «Estas organizaciones aprovechan, además, la desigualdad social con personas de una u otra manera desamparadas. ¿Por qué a las víctimas les cuesta tanto denunciar? El que denuncia se enfrenta a la cuestión de dónde va a ir y de cómo reorganizar su vida. Denunciar supone una desafiliación de un lugar que fue constitutivo», observa Zabalza, doctor en psicología por la Universidad de Buenos Aires.
La explotación sexual de mujeres jóvenes, las exacciones a los adeptos –impuestas como «sobre ceremonial»– y los pseudotratamientos de adicciones descubren además el interés puramente económico de la organización. Zabalza relativiza similitudes con las estafas piramidales donde el fraude y la coerción son disimuladas con discursos de superación o de supuesta filosofía: «En la Escuela de Yoga se comprometen zonas más íntimas, que ya no tienen que ver con un beneficio económico sino con necesidades afectivas. No es casualidad que exista sometimiento sexual, de manera que está comprometido el cuerpo de una manera eminente».
Tampoco se trata de hechos sin antecedentes actuales: en mayo, el Tribunal Oral en lo Criminal Federal 1 de la ciudad de Mar del Plata condenó a penas de entre 25 y 6 años de prisión a tres integrantes de una organización acusados de trata de personas con fines de explotación y reducción a la servidumbre y alteración de identidad de menores. El grupo funcionó en Venezuela y Argentina entre 1970 y julio de 2018 sin mayores inconvenientes.
Los vecinos de la sede de la escuela se mostraron sorprendidos por los procedimientos. Según sus testimonios, nunca habían visto nada inquietante, pero ese desconocimiento sería igualmente revelador para Zabalza: «En la Escuela de Yoga hay un espejo que nos refleja –dice–. Estos hechos atroces no podrían producirse sin una sociedad que mira para otro lado».