Voces | ENTREVISTA A PABLO STEFANONI

Un terremoto político

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Bárbara Schijman - Fotos: Juan Quiles

El periodista e historiador analiza el escenario previo a las elecciones del próximo domingo y desentraña las incógnitas detrás del voto a la extrema derecha.

«Las PASO alteraron el escenario electoral rumbo a las presidenciales del 22 de octubre próximo. El primer lugar del candidato libertario Javier Milei, alineado con la extrema derecha global, hace posible que Argentina tenga como presidente a un outsider con ideas radicales y sin estructura política», apunta Pablo Stefanoni. Estos resultados, sostiene, «han relegado a la candidata de la coalición Juntos por el Cambio (JxC), Patricia Bullrich, quien podría quedar fuera del balotaje. El peronismo, por su parte, ha obtenido su peor resultado desde 1983».
Stefanoni es Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires (UBA), jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad e investigador asociado en la Fundación Carolina de Madrid.

«Milei rompió la grieta tal como se había configurado y en la que todos de algún modo estaban cómodos. Incluso rompió la grieta geográfica».

Uno de los primeros intelectuales en estudiar las extremas derechas en el mundo, Stefanoni escribió, entre otros, los libros ¿La rebeldía se volvió de derecha? (Siglo XXI), donde analiza el fenómeno Milei como expresión argentina del paleolibertarismo estadounidense.
–¿Cuál es su análisis del escenario político a días de las elecciones nacionales?
–El primer lugar de Milei fue una especie de terremoto político, más allá de que se veía venir que había un fenómeno bastante disruptivo en la política argentina. La tradición anarcocapitalista o libertaria de extrema derecha que encarna es una suerte de «idea fuera de lugar» en Argentina. Básicamente, es un producto importado de Estados Unidos, algo que incluso allá es marginal. Se esperaba que Milei tuviera un buen resultado, pero no que quedara individualmente por encima de todo Juntos por el Cambio. Lo que sucedió, además, es que Milei rompió la grieta tal como se había configurado y en la que todos de algún modo estaban cómodos. Incluso rompió la grieta geográfica al ganar en el norte y el sur.
–¿Por qué?
-El voto antikirchnerista estaba sobre todo en ese cinturón del centro del país, ciudad y provincia Buenos Aires –quitando el Conurbano–, Córdoba, Mendoza, toda esa zona que además daba un sentido a su discurso, porque le permitía a JxC hablar de una especie de Argentina productiva contra el norte y el sur como una Argentina dependiente del Estado. Milei rompe eso. También sorprendió, aunque ya se había visto un poco en la Ciudad de Buenos Aires en 2021, la transversalidad de clase de su voto y el hecho de que haya un sesgo más bien a favor suyo en las clases medias bajas y en algunas zonas populares. Expresó una especie de motín, de rebelión electoral, que obligó a todos los actores a leer el fenómeno, a tratar de entenderlo, a ver exactamente en qué consistía y por qué se había vuelto atractiva una figura así que no tiene estructura, que es muy aluvional. Esta característica aluvional es una diferencia con Donald Trump o Jair Bolsonaro.
–¿Qué explica esa transversalidad social de clase del voto a la que hace referencia?
–La candidatura de Milei es la más ideológica de todas y no lo oculta, de hecho incluso está dispuesto a decir cosas que pueden ser piantavotos. Tiene una visión bastante mesiánica de su rol, se considera una especie de Moisés; se presenta como un liberador del pueblo. Lo que es interesante es que, siendo el candidato más promercado de la historia, aterroriza a los grandes empresarios o por lo menos los pone nerviosos y capta el apoyo de un sector social más bien de clase media baja que incluso podría haber votado por Sergio Massa hace unos años cuando Massa era antikirchnerista.

«La cuestión de la inflación también pega en esos sectores y Milei tiene el discurso casi mágico sobre cómo resolver ese problema con sus ideas de dolarización».

–¿Con qué conecta su discurso?
–El discurso contra la casta política pega. En todo Occidente hay una crítica a los partidos tradicionales y un desgaste de la política como tal, de la política partidaria. Me parece que conecta con una cierta economía moral, como se dice teóricamente, de ciertos sectores de clase media baja y popular. Y esto por varias razones. Por un lado, creo que hay un cierto agotamiento de la política social tal como el progresismo la pensó. La idea de reemplazar la falta de trabajo con asignaciones directas funcionó –después de 2001 evitó muchas crisis– y, de hecho, funcionó tan bien que el macrismo la sostuvo cuando ganó porque sabía que era muy importante. Pero, al mismo tiempo, plantea dos problemas: para la gente que la recibe no reemplaza la idea de un trabajo que dé sentido a la vida, de cierta idea de meritocracia popular que existe en los sectores populares, particularmente en la economía informal; también plantea un problema para los que están al lado de los que reciben esos planes y no los reciben por estar solo un poquito mejor y ven que los vecinos tienen planes y ellos no, y se crea todo este imaginario del planero. En los sectores populares o de clases medias bajas hay, además, una ambigüedad bastante estructurante con respecto al Estado.

–¿En términos de valoración del Estado?
–De una cierta necesidad del Estado, pero también un rechazo al Estado. Primero, porque la Argentina –como toda América Latina– tiene mucha economía informal; segundo, porque para esos sectores el Estado muchas veces funciona muy mal. La cuestión de la inflación también pega en esos sectores y Milei tiene el discurso casi mágico sobre cómo resolver ese problema con sus ideas de dolarización. También capta toda una serie de sensibilidades que tienen que ver con los nuevos tipos de actividades. Se habla mucho de los Rappi que apoyan a Milei, de gente que ya no tiene la perspectiva del trabajo que se tenía hace 30 años o 40 años, sobre todo entre los jóvenes. Milei tiene, además, un estilo rockstar, de rebelde, y eso es muy importante también. Al mismo tiempo, hay como un clima de época y la pandemia lo ayudó con su discurso contra los cierres. Patricia Bullrich expresa un voto de edad mucho más alta, que no interpela a los jóvenes, y el kirchnerismo, que los interpeló en algún momento, hoy no los interpela de la misma forma. Me parece que es un fenómeno más latinoamericano que ese populismo de izquierda, que fue muy potente en los años 2000, haya dejado de serlo.
–Se refirió al carácter aluvional de Milei como una diferencia con Trump y Bolsonaro. ¿Qué diferencias encuentra?
–Trump tenía el Partido Republicano y se montó en un fenómeno que era previo a él, el Tea Party, y había toda una especie de rebelión de las bases republicanas contra los neocons tradicionales. Bolsonaro no tenía un partido, nunca lo tuvo, no lo tiene, pero tenía una suerte de coalición socioterritorial: militares de dónde sacó muchos cuadros, tenía evangélicos de derecha que le dieron una cierta red, tenía agroindustriales, o sea, tenía una base social bastante delimitada: la Biblia, el buey y la bala, como dicen en Brasil. Milei es un fenómeno, en efecto, más aluvional. La adhesión a Milei todavía no tiene raíces. No digo que no pueda consolidarse, habrá que ver.

«Milei expresó una especie de motín, de rebelión electoral, que obligó a todos los actores a leer el fenómeno, a tratar de entenderlo, a ver exactamente en qué consistía».

–Describe a Milei como un outsider. ¿Lo considera también un antisistema?
–Tiene un discurso antisistema en el sentido de que cuestiona un cierto statu quo, es un anti statu quo. Cuestiona un sistema político tal como está estructurado; en teoría cuestiona incluso a los empresarios tal como funcionan hoy. Es anti statu quo y antipolítica tradicional, no antipolítica en general porque a la vez es muy ideológico y tiene un mensaje fuertemente político. Habla todo el tiempo de cosas ideológicas, incluso alejadísimas de la realidad. Creo que su voluntad es de repolitizar a la gente en otra clave, pero su candidatura es muy ideológica. Estas derechas vienen a romper consensos establecidos y tienen como una especie de discurso liberador.

–Cuestiona cierto estado de cosas, pero sus contradicciones son permanentes…
–No es casual que tenga los problemas de construcción política que tiene porque sus ideas no son muy compartidas por la gente que tiene alrededor; es una especie de reformador moral utópico. Mete a Carlos Kikuchi y a su hermana Karina Milei como estrategas y, en lugar de potenciar a esos jóvenes que lo apoyan para ir ocupando lugares, se alía con derechas provinciales o con políticos tradicionales, o simplemente con oportunistas, para tratar de resolver sus problemas de falta de estructura. Para sus equipos combina gente del CEMA, de la Corporación América y exfuncionarios macristas o incluso peronistas, como Guillermo Francos. Reivindica el Gobierno de Menem como el mejor de la historia porque tiene que mostrar también algún anclaje de sus ideas. Lo que quizás pase es que su utopía anarcocapitalista termine aterrizando en una especie de neoliberalismo 2.0, neomenemismo 2.0, pero Menem tenía el peronismo para hacer menemismo.

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