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La Tierra protegida

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Como estrategia de supervivencia, pero también como decisión política, cada vez son más los que eligen una forma de vida basada en el cuidado de la naturaleza. Ecovillas y agricultura sustentable.

 

Pioneros. Gaia, una comunidad autosustentable en la localidad de Navarro, a 130 kilómetros de Buenos Aires. (Nicolas Pousthomis)

Como esas transformaciones que un día estallan y sorprenden a quienes no las vieron venir, la permacultura se avizora hoy como un fenómeno silencioso e intenso, de proporciones y ramificaciones imprevisibles. Sus seguidores aseguran que entre 100.000 y 200.000 personas conocen el tema en la Argentina y que un tercio de la población mundial adhirió a esta nueva ideología verde para la cual la mejor estrategia de supervivencia es ya no sólo respetar con añoranza a la naturaleza sino tomar la decisión concreta,  cotidiana y política, de trabajar a su favor.
«Hay cientos de miles de comunidades sustentables en todo el planeta», asegura Gustavo Ramírez, uno de los reconocidos pioneros argentinos en el tema, en cada charla que brinda desde la Asociación Gaia (www.gaia.org.ar/ecovilla), en la localidad bonaerense de Navarro,  donde se instaló a vivir en el año 1992 junto con su esposa y su madre. Ramírez introdujo la militancia de la permacultura en el país cuando invitó al ingeniero australiano David Holmgren a dar una charla en su aldea a mediados de los 90. Junto con su colega Bill Mollison, Holmgren había desarrollado un sistema alternativo a la agricultura industrial (basada en el monocultivo y el uso de pesticidas y fertilizantes), que pronto se extendió por los Estados Unidos y Europa. «En aquel momento, nos reunimos unas 25 personas de acá, Chile y Uruguay, y nos pareció que era un concepto entendible y accesible», recuerda Carlos Straub, fundador de otro de los centros que hay en el país, el de Investigación, Desarrollo y Enseñanza de Permacultura que funciona en las cercanías de El Bolsón y donde siete personas realizan talleres y encuentros para la difusión del sistema.
Hoy ambos proyectos participan de acciones locales y en el extranjero, como parte de la Red Global de Ecovillas y la Red de Ecovillas de las Américas, aunque Navarro sigue funcionando como el nodo sur para fomentar la red en Sudamérica. Miembro fundador, además, de la Red de Apoyo a la Permacultura Latinoamericana (RAPEL), Ramírez organizó el Primer  Congreso Latinoamericano de Permacultura en 2000. «Con una masa crítica de millones de personas podemos mostrar al resto que hay otro tipo de sociedad posible para los seres humanos, que no es la sociedad del tener, de la contaminación; no es la sociedad de la pobreza y la abundancia, sino otra en la que estamos coparticipando con los procesos evolutivos que funcionan desde hace mucho tiempo en el planeta», se entusiasma durante sus charlas este hombre de larga y salvaje barba gris. Otro mérito suyo fue obtener un acuerdo ejemplar: el intercambio de saberes en técnicas de energías renovables entre el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) y el Instituto Argentino de Permacultura, otra de sus creaciones, desde donde dio formación a 600 egresados argentinos y a 87 estudiantes venidos de todas partes del mundo. «En estos últimos meses, ha habido un desborde de personas que llegan de todas partes del país solicitando asesoramiento. Tratamos de derivarlos a otros centros pero en ellos esto es muy incipiente aún. Hacemos lo que podemos. Recibimos entre 150 y 200 correos diarios de colegios y de universidades. Desde las 5 de la mañana a las 9 de la noche estamos respondiendo correos», señala.

 

Multiplicidad de lo natural
Los datos que se manejan en redes sociales e Internet también sirven como parámetro para dimensionar el fenómeno: más de 15.000 personas alzaron su pulgar virtual para elogiar «El camino de la permacultura», página de Facebook que vincula a la web creada por Martín Santiago Schmull, donde se enseña a «diseñar y gestionar sistemas sostenibles en armonía con los patrones de la Naturaleza, de cualquier tamaño o características». Schmull conoció la permacultura en 2007 a partir de un video de la agricultora y estudiosa Emilia Hazelip, quien, a su vez, conoció la importancia del cuidado de la tierra tras haberse topado con la experiencia del bioagricultor y campesino japonés Masanobu Fukuoka, cuyo libro La revolución de una brizna de paja le cambió la vida para siempre.
En noviembre de 2011, alrededor de 200 personas provenientes de todo el país  escucharon el llamado a vivir mejor como si cumplieran un rito de iniciación. Fue lo que se conoció como el primer Encuentro Argentino por la Permacultura, que ocurrió en Sierra de los Padres, provincia de Buenos Aires. Abocados al trabajo a tiempo parcial en estaciones experimentales o de capacitación, convertidos en bioconstructores que utilizan elementos ecológicos reciclados o que directamente viven en casas construidas con superadobe, suerte de horneros humanos o voluntarios que se acercan a alguno de los nodos de permacultura ya existentes, productores dedicados al cultivo en baja escala o a las huertas orgánicas, no todos los adherentes al nuevo sistema de vida llegan al sueño de constituir las aldeas ecológicas que existen en otras partes del mundo, pero se aproximan, en mayor o menor medida, al mismo ideal: llevar adelante una «cultura permanente» o una «permanente agricultura» basada en el uso de las energías renovables (como la luz del sol y el reciclado) y un humanismo integrado a la naturaleza.

 

Un mapa en proceso
En un mapa publicado enhttps://argentinaunidaporlapermacultura.
crowdmap.com figuran hasta el momento 72 emprendimientos mayormente argentinos (y algunos más de América Latina) que corroboran lo abarcador del panorama. «Falta muchísima información porque es un mapa elaborado por un individuo, pero están las agrupaciones o personas más representativas», señala Schmull, quien también se multiplica en sus acciones. Así, él fue el organizador de los primeros Encuentros de Convergencia de Permacultura en la ciudad de Buenos Aires, cuya convocatoria creció más de 20 veces en poco menos de dos años. «Organizamos tres: el primero fue en Ciudad Universitaria, y éramos menos de 50; el segundo, en el Planetario, y fuimos casi 200; este año hicimos el tercero en Parque Saavedra y llegamos a los 1100», ilustra. En setiembre de 2013, en Mendoza, se sumaron muchos más. «La gente se está dando cuenta de un montón de cosas. Está encontrando modelos que antes no encontraba. La permacultura es una propuesta de regeneración individual, enlaces comunitarios, un lugar donde se ven alternativas: producir tus alimentos, hacer tu casa. Tengo amigos que se han hecho la casa por 5.000 pesos cuando según el paradigma capitalista tenés que sacar créditos por 100.000 dólares para poder ser propietario», agrega Schmull.
También Leonardo Jara conoció la permacultura en 2007. Tenía 31 años y se había cansado del mundo del marketing y la publicidad que lo absorbía hasta la extenuación. A pesar de que su empresa empezaba a florecer, se fue a vivir a un predio de unos 800 metros cuadrados que había comprado a los 23 años en las islas del Tigre.  Fue el nacimiento de Echo Movement, una organización no gubernamental hoy mundial que, paradójicamente, posee personería jurídica y registro de ONG otorgados por el gobierno de Suecia.

Ecovilla. Se cocina en el horno de barro y la energía proviene de paneles solares. (Nicolas Pousthomis)

Jara hace hincapié en la importancia de promover la utilización de herramientas ecológicas cotidianas para fomentar el mejoramiento de la calidad de vida del ser humano. Unas 700 personas ya pasaron por el hospedaje del Tigre, quedándose a vivir con ellos en carpas o compartiendo las modestas instalaciones. Más de 1.000 personas los siguen hoy en la red social Facebook, desde donde informan las actividades a realizar y los requerimientos que van surgiendo. Los adherentes son fundamentalmente viajeros y mochileros que desde todas partes del mundo se acercan a la isla preocupados por compartir temas de ecología o climáticos, y así van participando en trabajos de «construcción verde» realizados a partir del uso de bambú, barro, elementos del lugar, o incluso el reciclaje de basura de los vecinos, como ventanas y postes viejos, maderas sin uso, puertas de placares, vidrios y cartones.

 

Ciudadanos del mundo
«Muchas personas se quejan del mundo y no cambian su persona, sus propias actitudes y actos, para cambiar este mundo que no les gusta. Si vos querés ver un cambio, tenés que ser ese cambio», afirma Roji. «Esto es una filosofía que gira en tres ejes: el social, el económico y el medio ambiente. Y su naturaleza básica es el intercambio. A una viejita le gusta la ópera y transmite su saber compartiéndolo con el de realizar una huerta que le transmite un joven. Es una suerte de trueque cultural», define.
En la isla, los miembros de la comunidad aportan saberes, comparten música, y así funcionan como centros culturales internacionales (ya hay otros similares en Francia, Nueva Zelanda y los países nórdicos). Se trata de un espacio gratuito donde cada uno aporta a voluntad con lo que puede. «Lo económico no es lo principal ni es el motor, pero es uno de los ejes, justamente, para que sea sustentable. No se trata de estar en contra de nada; simplemente esto es otra forma de relacionarte: un ejercicio de construcción de comunidad entre todos», reiteran. «Algunos nos dicen hippies, pero no sé si es lo mismo. Por ahí el hippie quería estar en contra de algo. Esto no es cerrarse a nada, salvo al consumismo, que está llevándonos a algo destructivo que ni siquiera sabemos qué va a ser. Lo importante es que estás en una situación de rusticidad, alejado del confort de la ciudad, y cuando estás alejado del confort, ya rompiste una barrera», señalan los permacultores. O para decirlo con las palabras de Schmull: «Creemos que es necesario unirnos y hacer ver que somos muchos más de lo que los más optimistas suponen; queremos ver y crear otras realidades. Quizás sea solo otro cuento el que creemos colectivamente, pero es y será un cuento más lindo de contar, en el que nuestras semillas puedan desarrollar todo su potencial humano, sintiéndose parte de este mundo e integrándose con la totalidad; un mundo lleno de solidaridad, de cooperación y de paz, entendiendo esto último no como la ausencia de conflictos sino como la búsqueda de soluciones creativas para poder afrontarlos y mantener la gran diversidad de este planeta Tierra».

Alejandro Margulis

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