De cerca | ENTREVISTA A MIGUEL REP

«Dibujo como vivo»

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Bárbara Schijman

El historietista y autor repasa los hitos de su carrera. La amistad con Quino y Fontanarrosa. La influencia del humor social en su trabajo. Cuadritos, libros y redes.

Foto: Guido Piotrkowski

Miguel Antonio Repiso, Miguel Rep o simplemente Rep, es dibujante, caricaturista, historietista y autor. Firma registrada en el humor gráfico, dice que la suya es una personalidad «pirotécnica», que busca y necesita «decir cosas en distintos formatos y lenguajes»: caricaturas, historietas, murales, libros, portadas de CD, etiquetas de vinos, programas de radio (El holograma y la anchoa) y televisión (Mundo Rep), colaboraciones con medios extranjeros y presentaciones en vivo.

Publica su tira diaria en Página/12 desde su fundación, en 1987; junto al periodista Martín Caparrós, hace «Ay, futuro», una columna visual para El País de España; y, con Pedro Saborido, llevan a distintos puntos del país sus charlas y encuentros en los que uno dibuja y el otro habla. Autor, entre otros, de Y Rep hizo los barrios, Bellas Artes, 200 años de Peronismo y Maradona, nacido para molestar, capturó «una algarabía popular» en Messi, nacido extraterrestre, de reciente publicación.

«Dibujante anfibio», como se reconoce, sostiene que cuida tanto el guion como el dibujo, pero se considera más fuerte en el primero. «Soy más guionista, más contenidista. Me satisface más mi producto conceptual y de guion que el dibujo», dice. El dibujante, aclara, «acompaña al que se le ocurrió la idea: soy como un ilustrador de mis ideas».

–Publicó su primer dibujo siendo muy chico. ¿Qué aparece cuando recorre con la mirada tantos años de trabajo?
–Entré a la editorial Récord a los 14 años, era muy chiquito. Ahí fui diagramador, pero no publicaba. Sabía ya cómo era el trámite de entregar un original y todo el proceso de diagramación hasta que salía el papel y tenía la revista en mis manos, por lo que esa ingenuidad del pibe que va a comprar la revista para ver su primer dibujo publicado se había atenuado por esta experiencia de estar en la cocina de una editorial tan importante. Al poco tiempo, en marzo de 1976, apareció mi primer dibujo, en una revista de Fabio Zerpa. No podía publicar en Récord porque era una editorial de dibujos realistas, no grotescos, como era mi tendencia.

–¿Cómo se reafirmó esa tendencia con el tiempo?
–Nunca tuve porosidades hacia el lado del realismo. Mi tendencia siempre fue hacia el humorismo gráfico, lo grotesco, las historietas humorísticas. Eso me viene de la infancia. Recuerdo cuando publiqué el primer dibujo. Durante varias noches fui al kiosco para ver si había salido Cuarta Dimensión. Cuando salió, fui corriendo y grité: «publiqué, publiqué, publiqué». Mi familia se sorprendió y empezó algo que no sabía para dónde iba a ir.

–¿Qué pasó a partir de ahí, con aquel Miguel?
–Aquel Miguel era muy chiquito, muy ingenuo y no estaba ni politizado. Faltaban un montón de cosas: que mi familia se fuera a vivir a Corrientes y un montón de pequeños hitos que fueron forjando más que el dibujo, a la personalidad, porque el estilo es el hombre, el estilo es la persona. Publiqué mucho tiempo sin estilo, buscándome. Un día me planté y dije: «Yo soy así, no soy el gran dibujante, soy esto». Eso fue cuatro años después, en la revista Humor Registrado. Tenía 18 o 19 años cuando hice una historieta y pelé un estilo. Ahí sentí que iba a vivir de esto realmente. Un año después renuncié a Récord y me dediqué de lleno al dibujo, cosa que ocurre hasta hoy. Trato de ver los distintos Migueles y de dialogar con ellos, de mirarlos. No divido lo que es el dibujante de mi vida. He dedicado toda mi vida al dibujo. Creo que he puesto más adelante el dibujo en mi vida que mi propia vida; siempre fui un cuerpo que soporta a un dibujante. Lo único que quería era dibujar en las revistas populares. Recién ahora podría decir que, con esto de la paternidad, puedo llegar a empezar a salirme un poco.

¿Cuánto tuvo que ver conocerse en lo ideológico para encontrar un estilo?
–En las charlas con mis colegas pude cruzarme con alguna corriente humanista que subyace en el humorismo. Gente que iba a la redacción, le entregaba a Andrés Cascioli el dibujo; iba al bar, visitaba a alguien, veía dibujos de Sempé, tal vez el mayor humorista gráfico de todos los tiempos. En la Navidad del 79 o el 80 me fui a Corrientes, donde estaba mi familia. Ahí, sobre una máquina de coser, que era donde yo dibujaba cuando iba a la casa de mi madre y mi padre, hice una síntesis muy grosa y, a partir de ahí, empecé con un dibujo que sí era ideológico.

–¿Cómo era ese dibujo?
–Era un dibujo acerca de algo que había dicho el Papa de entonces. En ese mismo viaje, lo siguiente fue hacer esa página donde yo juzgaba a un tipo que ya sabía que era un hijo de puta ideológicamente, que era John Wayne. Supongo que el estilo, que soy yo como hombre, ya tenía algún cruce con ese humanismo que subyacía en estas búsquedas particulares y en algo que ya se estaba viendo en Humor Registrado. Fue un momento bisagra en mí, como si hubiera tomado una especie de laxante humanista. Hice un estilo lo más limpito posible y dije «este soy yo, esta pobreza de dibujo soy yo, pero a la vez tiene que funcionar». Y ahí empezó algo que sigue hasta hoy.

–Suele mencionar a distintos referentes, pero siempre guarda para Quino un lugar muy especial. ¿Qué aprendió de él?
–No sé en qué momento apareció en mi horizonte la experiencia de Quino como dibujante. Leí Mafalda tarde. Creo que me abrió las puertas de su persona, de su personalidad, cuando empezó a ser lector de Página/12 y me puso en su radar. Ahí hubo un conecte. Fue un conecte de mucho endiosamiento previo mío y después una amistad que se fue dando, sobre todo a partir del 93, por una cuestión familiar. Tuve una pareja cuya madre era exactamente Raquel, la mamá de Mafalda, que surge de la dentista de Quino, Raquel. Comenzamos a tener un diálogo que emparejó un poquitito ese desequilibrio entre tamaño maestro y nosotros. Yo ya era amigo del «Negro» Fontanarrosa y de otra gente más atorranta. Aprendí muchísimo de Quino.

–¿Y Quino aprendió algo de Rep?
–Creo que Quino aprendió de la generación de Fontanarrosa cierta desangustia. Y lo que debe haber advertido en mí era una cuestión más de la persona, de sentir «hay dibujantes que son menos reprimidos que yo». Veía en mí un pibe que dibujaba todo lo que se le ocurría, porque no tuve nunca las represiones que él tuvo. No tuve ningún tipo de prurito y Quino los tenía todos. Era un gran reprimido, pero gracias a esa represión hizo esas maravillas. Una generación que hacía una alegoría y una metáfora de todo porque no podía decir las cosas frontalmente. De alguna manera yo salté esa jabalina. Creo que tiene que ver con la generación que se desreprimió a partir del 83, la del rock, el Parakultural, el clown, Chame Buendía.

Foto: Guido Piotrkowski

–¿Se puede hacer humor con todo?
–Se puede hacer humor con todo y defiendo hacer humor con todo. Pero todo cambia tan rápidamente que ahora está en retirada el humor o el arte de autor. Hay mucha anonimidad, mucho meme. Es un humor muy efectivo, disfrutable, pero no tiene quién se haga cargo. Así cualquiera es libre… Ahora, un autor que sea más o menos libre, más que nunca tiene que negociar todo el tiempo con el malentendido. El malentendido son las redes. Antes uno hacía contratos invisibles con sus lectores. Hoy cualquiera es tu lector y cualquiera no es tu lector. Hay un retroceso porque hay mucha vigilancia y mucho malentendido que coarta la llegada. Hay como una especie de capa, no sé si de autocensura, pero puede llegar a ser eso.

–¿Cómo se trabaja hoy, a partir de las redes y las nuevas aplicaciones, sin el papel y el lápiz como protagonistas?
–Todo el tiempo hay un duelo, profesional y personal. Sé que no va a haber más diarios de papel y revistas. Es así, no se puede frenar. Es más fácil para las nuevas generaciones porque se forman directamente descartando el tema del papel y las búsquedas van a ser otras. Hay lugares que ya se dinamitaron. El único refugio que encuentro así son los libros. Pero soy un dibujante anfibio.

–Justamente, sobre el refugio que encuentra en los libros, Messi, nacido extraterrestre, narra la vida del jugador a partir de lo que significó el Mundial de Qatar. ¿Cuánto se alimenta su oficio del sentir popular?
–Cuando hablo de este libro no puedo separarlo de los dos anteriores, Evita, nacida para molestar y Diego, nacido para molestar. En ellos había mucha encarnadura y realmente mucho involucramiento mío. En cambio, nunca pude ser Messi. Creo que aquí he sido más que nada un espectador. Traté de capturar una algarabía popular y patentizar un momento de la Argentina con un marciano que lo representó durante un mes. No estoy yo en este libro, no como estoy en Diego o en Evita. En Messi estoy viendo a un extraterrestre, y yo me considero un terrestre. En los libros de Diego y Evita sale argentinidad, porteñidad, sale muzzarella. Messi te da personaje y cancha, pero él mismo está imbuido en una escenografía virtual. Lo bueno es, también, que entregado como soy a estos corpus, me sale eso. Seguramente va a llegar a la gente, a los pibes de ahora, porque pertenece a ese mundo de pantallas, de la era de la imagen, de las redes.

–¿Qué lo inspira a crear?
–Hago lo que está pasando en la calle. Estamos viviendo un periodo de una oscuridad espantosa, y eso se está viendo en mis tiras. Los libros son recortes y en ellos me gobiernan no la coyuntura sino los temas. En Messi me gobernó la alegría de ese momento, pero ya no podría hacer ese libro porque estoy en otra y en otro país. Es muy importante mi estado anímico y el estado anímico social. No me puedo escindir: dibujo como vivo. Más allá de los temas terrenales, muchas veces busco dar cierto alivio a tanta asfixia, trato de irme al carajo para desangustiarnos. Por ejemplo, en los encuentros que hacemos con Saborido, aprendo sobre su proceso humorístico y su forma de comunicar cosas que son angustiantes de una manera más aliviadora. Muchas veces las charlas que damos juntos repercuten en mis tiras; en otras vuelvo a mi propio lenguaje original y en todo caso soy más angustiado. Negocio, pero todo el tiempo trato de estar epidérmicamente abierto. No es que trato, ya soy así.

–¿Cómo se hace humor en estos tiempos de desasosiego e incertidumbre?
–Soy muy social. En momentos de algarabía soy muy algarábico y en momento de tristeza, muy triste. Es un tiempo de destrucción, de crueldad. La democracia argentina no se merece esto. Nadie votó para que destruyeran todo. ¿Quién vota para que le destruyan la casa? Creo que vamos a salir, esto va a pasar, el tema es qué queda en el camino. Este tiempo va a dejar mucha cicatriz y mucho dolor.

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