De cerca | ENTREVISTA A FEDERICO D'ELÍA

«La actuación es un trabajo más»

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Javier Firpo

Mientras disfruta de las cosas simples de la vida, protagoniza El jefe del jefe en la calle Corrientes. El recuerdo del éxito de Los Simuladores y el aprendizaje del oficio junto a su padre.

Foto: Facundo Nívolo

En el amplio living de su departamento de planta baja, en el corazón de Chacarita, Federico D’Elía recibe a Acción un mediodía de jornada libre, pero con un peculiar compromiso marcado con fluorescente en su agenda. «Cuando terminamos la nota, almuerzo rápido y me pongo a ver la reserva de Estudiantes, que juega con Belgrano y el que gana se pone primero», dice sonriente y natural. «Me gusta ver a los pibes, yo antes, años atrás, llegaba temprano a la cancha para ver el partido de tercera, que iba antes del de primera. Cómo extraño esa época, cómo cambió todo», agrega el conocido fanático pincharrata. El actor platense atraviesa un gran 2025, porque además de protagonizar junto a Diego Peretti la exitosa comedia teatral El jefe del jefe, encabeza dos destacadas series: Un León en el bosque (Flow), con Julieta Cardinali, y Camaleón, el pasado no cambia (Disney Plus), con Eugenia «China» Suárez y Pablo Echarri.

Hijo del reconocido intérprete Jorge D’Elía, siempre le llamó la atención su perfil bajo, su mesurada expectativa por llegar a los primeros planos y un cierto desapego a las luces que rodean a su profesión. En el caso de Federico, la aventura arrancó en 1986 con un bolo en la serie Yo fui testigo y se consolidó al año siguiente en Tiempo cumplido, donde le daba vida a un futbolista en ascenso. «Mi viejo fue una escuela, pero no solo en lo profesional, sino también de la vida del actor. A través de él pude entender los momentos en los que no había laburo y había que apechugar, guardar el mango. Uno de pibe piensa en las luces de colores, en llegar rápido, en ser famoso y que todo es muy lindo. Pero, curiosamente, lo que más me sirvió de la experiencia de mi viejo fue descubrir el lado B del actor, esa parte sombría, que altera el ánimo por la incertidumbre reinante».

–Sin embargo, eso no te amilanó ni te hizo vacilar a la hora de elegir tu futuro.
–Aposté a lo que me gustaba sabiendo que sería un riesgo. Después apareció el momento en el que uno dice «me dedico vocacionalmente y trabajo de otra cosa, o me la juego por entero». Sabía que no era sencillo el camino, pero tenía a papá como referente para lo bueno y lo no tanto.

–Siempre llevaste la actuación a un lugar terrenal.
–Es que lo es. Es un laburo en el que hay que poner mucho el cuerpo, pero es un trabajo más. Aunque me hubiera encantado ser jugador de fútbol, me gusta lo que hago y agradezco tener trabajo. Pero no es lo más importante, eso lo tengo claro.

–Entraste en esa rueda laboral dentro de la televisión de los años 90, que fue imparable.
–Sí, es cierto, pude entrar en esa rueda que es muy pero muy difícil. A mí me fue relativamente bien, pero no necesito de la aprobación de colegas, ni de tapas de revista, ni tampoco de notas. Sinceramente, cuanto más libre esté de todo eso, más tranquilo estoy. A mí me gusta hacer una vida sencilla, caminar por la calle, ir al supermercado, a la cancha. Y si estás rodeado de cámaras y de flashes, eso es muy difícil.

–¿Fue en la época de Los Simuladores cuando viviste el mayor asedio mediático?
–Sí, porque a más de veinte años, todavía continúa. Antes eran autógrafos, ahora todo el mundo tiene un teléfono y te saca una foto o te piden una selfie. En mi recorrido por la profesión tuve dos o tal vez tres mojones importantes: el primero fue con Poliladron, un programa muy importante que cambió la tele, y los que estábamos ahí nos sentíamos Los Beatles. Después, en cine, se dio con la película Tango feroz, que me marcó mucho y que destapó una generación importante de actores. Y, finalmente, con Los Simuladores, que se hizo verdaderamente imposible.

–Formaste parte de los programas con más rating en una televisión que parece prehistórica.
–Sí, era otra época, pero no fue fácil para mí, yo entré en este circuito y la peleé como cualquier remador. No es que una vez que entré a la tele, ya está, me quedé. No, yo hacía teatro callejero, circo y acrobacias con Marcelo Katz y Gerardo Hochman, daba clases en la Escuela Municipal, la actual UNA. Me las rebuscaba, cada tanto salía algo de tele, pero la continuidad recién la alcancé con Tango feroz en 1993: fue el disparador para firmar mi primer contrato para una novela en Canal 13. Eso coincidió con una obra de teatro que hicimos con Fernán Mirás, Diego Peretti y Damián De Santo que se llamaba El enemigo de la clase, en el Bauen, donde nos vio el Chueco Suar y nos convocó para el proyecto piloto de Poliladron.


Las formas del éxito
Desde hace algunas semanas, D’Elía está abocado a las funciones de El jefe del jefe, una de las obras con mayor concurrencia de la calle Corrientes. «No me resultó sencillo adaptarme, porque implica un cambio estructural de la vida cotidiana. Pero, además, confieso que no quería hacer teatro por la dificultad horaria. Yo había hecho Sugar antes de la pandemia y venía de un maratón con Le Prenom y Todos eran mis hijos. Salir de mi casa, tener los horarios tan cruzados y no ver a la familia es complicado», dice el actor. «Dicho esto, estoy muy feliz con cómo le está yendo a la obra, con entradas agotadas».

–¿Qué te atrajo de la propuesta de El jefe del jefe?
–Muchas cosas: primero, volver a trabajar con Diego Peretti me parecía espectacular, no hacíamos nada juntos desde Los Simuladores. Después me seducía ser dirigido por Javier Daulte, con quien hasta ahora no había trabajado nunca, pero teníamos las mejores referencias. Y, después, poder actuar por primera vez en el Paseo La Plaza. No puedo pasar por alto que se trata de un texto y de una película del danés Lars von Trier. Por diferentes motivos le venía diciendo que no a varias propuestas teatrales, pero aquí te diría que casi sin leer la obra dije que sí.

Foto: Facundo Nívolo

No es una comedia típica.
–Acá no hay historias de familias, la obra es más extraña, disparatada si se quiere, sobre el mundo laboral, con una construcción más artesanal gracias a la mano de Daulte, que mantiene el misterio y el secreto que se esconde.

Además de su reencuentro con Peretti, en los últimos meses Los Simuladores fue noticia por la cancelación del proyecto de película que se había anunciado en su momento. «Lo tomamos con tristeza y tranquilidad. Desde el vamos siempre fue un proyecto complejo el de la serie y su realización, así que la película no podía ser distinta, sobre todo porque íbamos a hacer algo grande para lo que es el mercado argentino», explica. «No es que Paramount no pueda producirla, sino que está en una etapa de reestructuración en el mundo. Paró todos los proyectos que todavía no habían arrancado, pero no es un problema solo de Paramount, es algo mundial. El porcentaje de posibilidades de concretarla es de un 0,01 y lo digo en función de que con Paramount ya no se hace, ya está, es una pena. Ahora volver a remontar el barrilete no es nada sencillo por un montón de motivos, lo que no quiere decir que sea imposible».

–¿Cuánto te marcó ese líder estructurado que fue Mario Santos?
–Me cuesta mucho decir lo que significó para mí y lo que me sucedió, es imposible aún hoy aislarse del fenómeno Los Simuladores. Soy muy consciente de lo que generó y al día de hoy veo memes en las redes sociales que, ante cualquier situación complicada, aparece una foto de Los Simuladores. Pero a la vez, como lo hicimos nosotros, no lo viví de la misma manera: lo tomé como parte de mi laburo. Ahora bien, el personaje de Santos en sí fue hermoso, pero ya está.

–¿Cuál fue el secreto del personaje?
–¿Sabés cuál fue? Decir lo que estaba escrito, pero tal cual. Me acuerdo que cuando grabábamos el piloto, le decía al apuntador que no me perdonara ni una coma, aunque me costara un huevo hacerlo. Yo no hablaba de esa manera, como lo hacía Santos, que utilizaba palabras que las tenía que buscar en el diccionario.

–Eran cuatro actores que no eran estrellas, el director Damián Szifrón recién empezaba. ¿Cuál fue el detonador del éxito?
–Nadie imaginó lo que iba a suceder, ni el canal pensó que esto podía ocurrir. Yo no encuentro la explicación del por qué, habría que preguntarle a un sociólogo cuáles fueron las razones por las que la serie abarcó a todas las clases sociales y a todas las edades.

–¿Costó reinventarse después de Los Simuladores?
–Hubo que trabajar para que eso no ocurriera. Apenas terminé Los Simuladores me llamaron de Pol-ka para hacer Los secretos de papá, con Dady Brieva. Recuerdo que necesitaba un personaje para sacarme ese corset que tenía puesto con Santos. Más allá de la cuestión laboral, me urgía pegar un volantazo.

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