3 de julio de 2023
Las redes sociales se tornaron imprescindibles para la política y las campañas electorales. Casos emblemáticos. Entre las estrategias certeras y las fake news.
Bukele. El presidente de El Salvador no solo es popular en Twitter y Tiktok sino que suele usar las redes para darles indicaciones a miembros de su Gobierno.
Foto: Getty Images
«Puedo sentirlo. En los últimos años he tenido la incómoda sensación de que alguien, o algo, estuvo jugueteando con mi cerebro, reasigna los circuitos neuronales, reprograma la memoria», relata el escritor estadounidense Nicholas Carr. La periodista argentina Mariana Moyano suele decir que «la vida sin Facebook o Apple sería un poco más aburrida. La vida sin Google es difícil de imaginar». Ambos son especialistas en tecnología. Ambas son definiciones aplicables al ámbito político. El uso de redes sociales en campañas electorales da cuenta del peso de la virtualidad, muchas veces decisivo.
A los 72 años, Narendrabhai Damodardas Modi, Narendra, del nacionalista hindú Bharatiya Janata Party, es el controversial primer ministro de la nación más poblada del mundo: India. Accede por elecciones indirectas, lo que no soslaya su popularidad. Obligado por las circunstancias, en una visita a EE.UU., dio la primera conferencia de prensa de su mandato. Por tercer año consecutivo, es el líder mundial más seguido en Twitter: 88 millones en su cuenta @NarendraModi y 53 millones en la institucional @PMOIndia. Un puñado menos que el propio Elon Musk. Una decena de millones más que el expresidente de EE.UU., Barack Obama. Modi también encabeza clasificaciones en Facebook, Instagram y YouTube.
El actual presidente estadounidense Joe Biden tiene 37 millones de seguidores en su cuenta. Ahora le suma los 30 millones de la institucional, que reconstruyó desde cero, por cómo la dejó Donald Trump. Vaya paradoja: en 2016, el entonces candidato republicano usó las redes de un modo impactante para derrotar a Hillary Clinton. Mejoró la eficacia y adosó trampas a cómo las usaba Obama (2008 y 2012): incipientes herramientas para imponer mensajes, inducir a públicos prioritarios y desmovilizar a los del adversario. «Así gané una carrera en la que otros gastaron más dinero», confesó Trump, el hombre que en 2020 fue acusado de «engañoso» por la red del pajarito y quien también se peleó con Twitter, Facebook, Snapchat y hasta con Netflix. Nunca aceptó a Tiktok, por China. Terminó desalojado de la Casa Blanca por demócratas que aprendieron la lección tecnológica.
El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, es especialista en Linkedin, una red profesional que otros desdeñan. El Papa Francisco tiene más de 53 millones de seguidores en sus cuentas de nueve idiomas. El mexicano Andrés Manuel López Obrador es uno de los más activos en You Tube. La italiana Giorgia Meloni es la única mujer que integra el top 10 desde antes de ser primera ministra.
Desde el inicio de la Guerra del Este, Volodímir Zelensky (@Zelenskiy_official) se convirtió en el líder más seguido en Instagram y Telegram: 187 millones de interacciones y 256 millones de reproducciones en más de 2.000 publicaciones. Luiz Inácio Lula da Silva (@LulaOficial) duplicó con creces a sus seguidores en octubre de 2022, cuando se lanzó a la campaña para presidir Brasil.
Los usan en las grandes potencias mundiales; también en las más reducidas. Nayib Bukele, el polémico presidente de El Salvador, es el caudillo más seguido en TikTok: una audiencia de 5,7 millones en un país de 6,3 millones de habitantes. Con sus campañas (por caso, #GuerraContraPandillas, o #FightAgainstGangs) cobró una extraordinaria popularidad. Las acentuó en pandemia y edificó una imagen granítica. Utiliza las redes incluso para darles instrucciones a sus ministros: clara estrategia comunicacional para afuera.
Millones
Unas 1,2 mil cuentas de Twitter de jefes de estado y de cancilleres combinan una audiencia de más de 770 millones de seguidores. Solo una veintena ya se suscribió a la versión Premium Blue. Hay menos páginas de Facebook: cerca del millar con el 70% de audiencia. Son cifras que erizan la piel, aún para un planeta habitado por 8.000 millones y que, en la era de las redes sociales, casi la mitad, unos 3,7 mil millones, no tienen acceso a ellas.
Las redes sociales, por sí solas, no son la garantía sustancial del éxito electoral, pero cobran cada vez más preminencia y arrinconan a otras razones de fondo, vinculadas con el contexto político-social. Al tiempo que medios de comunicación tradicionales (incluso los hegemónicos), analistas y académicos se acomodan en la cola de los acontecimientos, sin resolver los recurrentes fallos en las estratégicas electorales tradicionales, así como los papelones en los sondeos previos, incluso en los más serios y tecnificados.
Resultó emblemático que uno de los diarios de mayor predicamento, el New York Times, haya entablado duras peleas, para acabar reconociendo hace meses que «está a merced de Google». O sea, todos lo estamos. Los medios y el consumidor de información política, sea en elecciones y fuera de ellas. El 85% de los ingresos a los sitios de medios es vía buscador u otras redes. La información de las últimas elecciones en Europa, o la de la guerra en Ucrania, fue regida por el acuerdo pactado por Le Monde, Libération, Le Figaro y otros 200 medios (más dependientes) de la región a cambio de unos millones de euros: Google administra las noticias bajo su arbitrio.
Sascha Lobo, publicista y bloguero alemán, asegura: «Social bots, filtros burbuja y mentiras que se viralizan: la derecha política interpreta mucho mejor cómo funcionan las redes. Manipulan la popularidad de diferentes temas o las alteraciones de las preferencias del público». En su afirmación subyace la influencia nociva, que se hace cotidiana. Así define a las fake news: «La función básica de las noticias falsas es tan antigua como el ser humano: se trata de una forma tecnificada del rumor».
No solo eso. En las redes existen hasta diarios falsos. Por caso, el Denver Guardian, copia de un diario tradicional, pero en realidad, pura mentira.
Un actor digital
Martín Romeo es director de SOLO Comunicación. Advierte que «desde el 2011, el tema redes se metió en las campañas. Hoy todos los candidatos, del primero al último, tienen manejo de las redes sociales y de otros canales de comunicación, en todas las plataformas, más o menos profesionalmente. Es un ingrediente más de una campaña, y es accesible: todos tienen recursos suficientes para tener pauta en las redes. Ya no son una novedad. Así como antes tener una campaña era sinónimo de un afiche o pasacalles, hoy una campaña exige un actor digital. Aunque, además, se requiere una estrategia comunicacional, que tendrá que ver, también, con lo que hagan otros candidatos. ¿Una buena campaña hace ganar? Lo pondría en discusión. Son un ingrediente para potenciar, fortalecer o debilitar: depende de muchas cosas, si el candidato está o no en gestión, por caso».
Sobre si la inteligencia artificial, tan de moda, admite que «es otra herramienta a disposición que puede resolver algunas cosas, pero nada más. Hoy ninguna campaña se apoya en eso».
–En las próximas elecciones argentinas, ¿cómo jugarán las fake news, los bot…?
–Sí, jugarán, pero no son una novedad. No será la primera campaña cruzada por piezas de desinformación. Todos saben que circularán mentiras, las que buscan hacer daño y las otras. Estamos en una era de una sobrecarga de información, pero eso no indica que estemos bien informados. Hay mucha información con errores de contexto o de fuente. Y pocos toman recaudos de chequeo, la mayoría aún no: es una batalla desigual. Es fatigante y a la vez genera incredulidad.