21 de junio de 2025
López López
Tomás Downey
Fiordo
179 páginas

Tiempo real. El autor había publicado los cuentos de Acá el tiempo es otra cosa y Flores que se abren de noche.
Foto: Prensa
Una guerra civil: ese espanto. Integrante del Ejercito Negro, López está a punto de ser fusilado por un pelotón enemigo, perteneciente al Ejercito Naranja. Está rendido ante lo inminente, pero un ataque relámpago de sus tropas arrasan el fuerte. Único sobreviviente de la matanza, López opta por vestirse con el uniforme del bando contrario. Casualidad o destino, el parche cosido en su pecho dice «López». Lo que antes le era hostil, ahora se le ha vuelto identificativo.
Entonces emprende una marcha sin rumbo: llanura, bosque, desierto, montaña, selva, pantano. Lleva un morral con cartas para los familiares de los soldados, entre ellos María, su gran amor. Claro que quien primero lo encuentra es un pelotón Naranja, sus otrora contrincantes, al que se une como un soldado más.
López se sentirá un extraño en ese lugar y ese tiempo. Comienza a funcionar de manera automática, su conciencia vencida, disociada de su capacidad de adaptación.
Hay un mecanismo que lo sostiene y, en medio de tanta crueldad, lo asalta un pequeño instante de calma y plenitud. Hasta que cae en una emboscada; sus compañeros de pelotón mueren, él sobrevive. Y ahí comienza una nueva vida para López, que pasará a convertirse en héroe del Ejército Naranja, en ejemplo de lucha para esa facción.
También se enamorará y estará a punto de ser padre.
Esa son las acciones medulares de López López, la primera novela de Tomás Downey, que antes había publicado los cuentos de Acá el tiempo es otra cosa y El lugar donde mueren los pájaros, y esa especie de amalgama entre relato largo y novela corta que es el excelente Flores que se abren de noche. La referencia a la idea del doble, la identidad duplicada o extraviada, resulta inevitable. ¿Deja de ser quien era ese hombre llamado López? ¿Es una víctima de sí mismo o de las circunstancias bélicas? ¿Miente y se convierte en su propia mentira? ¿O se reinventa porque no le quedaba otra opción? ¿Es un hombre mediocre, sin voluntad, indolente, débil de carácter, que se deja arrastrar por las distintas situaciones? ¿O hay una convicción soterrada en sus acciones?

La suya puede ser una fuga hacia adelante, aunque acabe dándose de bruces contra aquello de lo que se escapa. Él mismo lo dice: «La culpa se diluye en la relativización», «estamos todos condenados y a la vez somos todos inocentes». Qué queda para ese hombre que debe hacer algo y no recuerda qué, que en el camino fue perdiendo todo aquello que lo llevó hasta ese lugar, si «todas las máquinas son la misma máquina».
Las conexiones con Borges parecen inevitables: como Tom Castro, se disimula en una identidad ajena; como en «El milagro secreto», el mundo se detiene frente a un pelotón de fusilamiento, donde quizás siempre se esté muriendo o nunca se haya dejado de morir; al igual que Dahlmann, es alguien que se inventa su propia condición heroica; como en «Juan López y John Ward», cada uno de los dos López es a la vez Caín y Abel. En fin, se trata de un hombre que es todos los hombres, el traidor o el héroe, el muerto y el que va a disparar.
Lo cierto es que Downey ha escrito una gran novela, por momentos atravesada por una sutil prosa poética, con el vértigo propio de una narración en tiempo real, que no omite una velada lectura política (recortes de presupuesto, escuelas desfinanciadas, partidas destinadas al área de defensa «mientras el mundo parece inclinarse a la derecha»). El oficio de guionista de Downey se hace patente en el modo en que imágenes y acciones se deslizan con naturalidad, en armonía con una minuciosa descripción de detalles. El final será potente, brutal, circular y, a la vez, producto de la contradicción.