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Fantasma familiar

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Ezequiel Obregón

Museo Beresford
Autor: Martín Ortiz
Director: M. Ortiz
Elenco: D. Catz, L. Dulitzky, M. Forni, M. Petrosini y C. Sabaz
Sala: Raúl González Tuñón del CCC

Clave. Petrosini, Catz y Dulitzky asumen la premisa histórica y humorística del texto.

Foto: Prensa

Luego de haber integrado la cartelera marplatense de verano, Museo Beresford regresa al Centro Cultural de la Cooperación. Este espectáculo, que resultó ganador del Premio Estrella de Mar por el trabajo de su autor, Martín Ortiz, y del Premio Luisa Vehil por la labor protagónica de Daniela Catz, transcurre durante una reunión en un departamento que, desde antes de empezar, resume diversas tensiones familiares de alcance y resonancias históricas.

Justina es una dama de la alta sociedad que murió hace siete meses pero que, convertida en fantasma, se niega a abandonar del todo este plano y aún es sensible a la percepción de Clara, la joven que supo ser su cuidadora, primero, y su último y tal vez único amor, después. Ella es la encargada de convocar a Peteco, Titina y Neneco, sus sobrinos, con la finalidad de hacer la lectura del testamento de la difunta, que incluye propiedades y hectáreas de campo. Su última voluntad, sin embargo, no será bien recibida.

Ortiz –también director– propone con Museo Beresford una comedia «familiar y de fantasmas» en donde la configuración patriótica marca y define los sentimientos, saberes e ideologías de sus personajes. Al comienzo, una acción antecedente apunta un típico cuadro de situación de las invasiones inglesas: la población civil arrojando agua hervida a los invasores. Ese momento heroico será mencionado durante la tensa reunión, dado que en esta obra los fantasmas no solamente asumen la forma de una mujer patricia, sino también de conflictos y resabios del pasado que enfrentan a privilegiados y subalternos; clases altas y desfavorecidas; hegemónicos y disidentes. Estamos ante un espectáculo de fuerte impronta dialéctica, pródigo en metáforas, pero de ningún modo solemne.

El elenco (grandes trabajos de Daniela Catz, Luciana Dulitzky, María Forni, Mario Petrosini y Cristian Sabaz) asume con precisión la premisa histórica y humorística del texto y dota a sus figuras de una justa dosis de patetismo y de ternura, excepto en el caso de Peteco, portavoz del terrateniente rancio que se lamenta por no habernos dejado conquistar para ser «como Australia». Hay mucho humor verbal y también físico, sobre todo cuando la presencial fantasmal se hace notar involuntariamente. Para complementar la composición de estos personajes tan prototípicos, resulta muy acertado el vestuario diseñado por Jorgelina Herrero Pons Adea y realizado por Soledad Saez y Titi Suárez. La escenografía, de corte minimalista, alcanza una singular dimensión poética en la presencia de un balcón, epicentro de tantos momentos que, dentro de la memoria histórica, religa a los personajes y a la platea con el espacio consagrado al pronunciamiento de discursos en favor del campo popular.

Definida como «una comedia sobre la maldición de vivir en un país donde los muertos siguen hablando», Museo Beresford resulta una bienvenida forma de repensarnos, de comprender mediante el conflicto cuánto hemos avanzado como sociedad y de saber lo necesario que es, a veces, perder la ternura para ajustar las cuentas con ese pasado que nos impide ser libres. Todo en un tiempo en donde en nombre de la libertad se cometen actos atroces.

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