19 de enero de 2025
Enrique Medina nació en Buenos Aires en 1937. En 1972 publicó su primera novela, Las tumbas. Entre 1973 y hasta el regreso de la democracia en 1983 sus libros fueron prohibidos. En los últimos años su obra fue editada por el sello Muerde Muertos, donde publicó entre otros títulos Strip-tease: traducción visual (novela gráfica, 2019); Sinfonía infernal. Los escritos de Heriberto Domínguez (2019); La ciudad dorada (2021), el guion cinematográfico de Las tumbas (2023) y La masacre (2024).
Mamá tuvo tantos hijos que le resultaba imposible estar pendiente de todos, cuidarnos, querernos a todos… Entonces los hermanos nos agrupábamos como racimos de uva, y así, mamá se quedaba tranquila sabiendo que nos queríamos y nos cuidábamos unos a otros… Hasta que cada uno encontraba su propio sendero y hacía su vida, se entiende… Sí, nos agrupábamos como racimos de uva, pero se entiende y está clarísimo que todos los racimos pendíamos del mismo tallo, ni hablar…, pero yo, no sé, siempre me sentí como la segunda madre de Justo Antonio… Cuando se nos fue me quedé muy solita, perdida… Por suerte pude sostenerme actuando en el teatro, haciendo danzas folclóricas donde podía, recitando, las giras por el interior me distraían mucho.
Pero me vuelvo a acordar al repasar los versos… Siempre he aprovechado esas actuaciones para mantener vivo el nombre de mi hermano, su trayectoria… Siempre me la paso corrigiendo los versos que le hice, busco mejorarlos… Nunca me sentí conforme. Tenía la idea de que por más que me esforzaba no lograba trasmitir lo que él fue, lo que significó él, en ese tiempo en el que fue una figura única, querido como nadie… Lo sigo intentando, no me doy por vencida, soy como él… Él nunca se dio por vencido, fue un fiel exponente del poema de Almafuerte…
Ya como amateur no tenía rivales. Sus victorias contundentes estaban reclamando nuevos terrenos para conquistar… En ese tiempo se estaba preparando la selección para ir a las olimpíadas de Ámsterdam. Se pensaba que Justo Antonio debería integrarla, sin duda. Pero los del Belwarp se habían quedado dolidos por lo que ellos denominaban «abandono» de la institución, por parte de Justo Antonio. Resentidos y rabiosos, consiguieron que, debido a falsas contravenciones en el contrato, debido a incumplimientos, debido a montones de faltas, Justo Antonio perdiera esa oportunidad. No solo él perdía la oportunidad, también la perdía el país. Esto hizo que Vélez del Prado quisiera hablar con él. Y Justo Antonio le respondió: hable con mi hermana. Yo ya era su representante todoterreno. Así me reuní con del Prado y este me llenó la cabeza para que Justo Antonio se hiciera profesional, que él haría todos los trámites. Me gustó la idea. Justo Antonio recibió la noticia, desconcertado. Él siempre había pensado en que pelearía solo por amor al deporte, no por dinero, que es lo que era ser profesional. En ese tiempo ser profesional no significaba mucho, es decir, no era tan importante como lo fue después. Se creía que había que dedicarse más al gimnasio, vivir en él, algo así… Y los ingresos no eran importantes, o tan importantes. Firpo había sido una excepción, solo eso…, así se pensaba… Justo Antonio siempre me decía que él no entendía que lo quisieran tanto… Y yo tenía que explicarle que con su don de gente y su total entrega arriba del ring le regalaba mucha felicidad a la gente…, porque era así…, de verdad, y no es que lo digo porque soy su hermana nada más, no, no es así, por supuesto que siempre estuve orgullosa de él, claro, ni hablar, lo mismo que toda nuestra familia estuvo orgullosa de él…, es lógico…, lo que pasa es que yo soy la persona que siempre vivió a su lado y que…, más lo quiso…, no sé si me explico… Desde la primaria me picó el bichito de recitar. No solo fui abanderada, también era la que en el pizarrón dibujaba con tiza La Casa de Tucumán, San Martín cruzando Los Andes y los aniversarios que se conmemoraban. Tenía buena memoria. Ahora no tanto.
En el año 1928, le gana por puntos a Juan Aldrovandi, que después se convertiría en entrenador; a Antonio Bilbao en Mar del Plata y a Heriberto Bisarello en Merlo, los noquea en el tercer round. Después de la pelea, Aldrovandi reconoció, en muy buena ley, la superioridad del ganador, y lo mucho que le costó mantenerse en pie, porque los golpes de Justo Antonio habían sido tan brutales que consiguieron en el primer round doblarle las piernas y hacerle besar la lona. Mucho que le costó recuperarse y mantenerse en pie hasta el final. Justo Antonio dominó y ganó como el gran campeón que era… ¡Lo encontré!… Este es el primer reportaje… Es el reportaje que dio pie a que, desde ese momento, Justo Antonio se convirtiera en «El Torito de Mataderos»…
Lo esperado ocurre cuando noquea en el primer round a Ángel Ferreyra, en 1924… No solo gana por nocaut, sino que además hace un muy buen round. En dos minutos dio una clase de boxeo; fue efectivo y elegante, esquivó con inteligencia y el golpe de nocaut fue espectacular. El público estalló en un griterío fenomenal. Es por eso que el periodista Carlos Rúa va a verlo al camarín, mejor dicho, lo que hacía de camarín, que no era otra cosa que un rincón cubierto por una cortina para esconder a los boxeadores del público. Justo Antonio estaba aseándose con una toalla que mojaba en el fuentón con agua y se la pasaba por el cuerpo. Diego Franco, contento por la visita del periodista, le avisa:
—Justo, quieren hablar con vos.
—¿Quién?
—Un periodista quiere hacerte un reportaje…
Justo Antonio no lo puede creer. Primero se produce un marcado silencio, de inmediato se descorre la cortina y aparece el rostro de él con la boca abierta y los ojos como cacerolas: «¿Un reportaje a mí?»… El periodista se presenta: «Soy Carlos Rúa, de La República, ya nos conocemos, hace un tiempo nos presentó tu hermano Gregorio»… Justo Antonio le sonríe: «¡Sí, sí, ya nos conocemos!». Antes de estrecharle la mano, Justo Antonio se seca bien, siempre sin dejar de sonreír. Atrapado por la simpatía del boxeador, el periodista no flaquea en elogiarlo. Suben a la planta alta a tomar un café y el periodista saca un bloc y toma nota de lo que Justo Antonio le cuenta de su vida, su familia, Mataderos. Y viene la pregunta:
–¿Tenés algún ídolo, un boxeador que te guste?
–¡Firpo!, él es mi ídolo… ¡El toro salvaje de las pampas!, por supuesto… Me hice boxeador por mi admiración hacia él.
–Es natural, tenés el mismo estilo, vas al frente a todo o nada… Ah, ¿es verdad que antes de entrenarte bebés un vaso de sangre, como rumorea la gente?
Justo Antonio se mató de risa:
–¡Ja, ja, ja… Solamente siendo un loco… No lo escriba porque siempre hay boludos que se lo creen…
–Yo lo dejaría, da que hablar. Así te transformás en leyenda.
–¿Y si alguien me imita, y luego se muere? ¡Me van a echar la culpa a mí!, ja, ja, ja…
Luego del reportaje salieron a caminar por la calle Florida. Durante toda la semana Justo Antonio va al puesto de diarios para ver si está su reportaje. El diariero le dice que se quede tranquilo, que le avisará. A todo el mundo le ha dado la noticia y los amigos están expectantes a la aparición del diario. Y es el sábado el día tan esperado. Cumplidor, el diariero le alcanza el diario. Justo Antonio lo abre en la página de deportes y se encuentra con una foto de él mismo sonriendo y el siguiente título en grande: «¡El Torito de Mataderos! Nueva figura de nuestro boxeo». Se confunde Justo Antonio, no sabe si se ha quedado sin aire o está por llorar o las dos cosas. Lo que sí tiene bien en claro es que, desde ahora en más, su obligación es no fallarle al apodo que le pusieron. Él mismo se repite: «Torito, torito de Mataderos… ¡Yo soy el torito de Mataderos!!!… Que es lo mismo que decir que soy el hijo de Firpo, el sucesor de Firpo». Y corre a mostrarles el diario a la familia y a los amigos.