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El clásico de Julio Roca

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Ariel Scher

Una historia que une al expresidente con el prestigioso periodista Soiza Reilly evoca a los gigantes de la pelota; con un insólito pedido a los jugadores. Fútbol y política en el amanecer del siglo xx.

Rivalidad. Rodrigo De Paul y Lucas Paquetá, último partido oficial de un duelo con infinidad de anécdotas y hechos memorables.

Foto: Getty Images

Julio Argentino Roca, que ya no era presidente pero obraba como si lo fuera, se arrimó al oído fértil de Juan José de Soiza Reilly, que no se especializaba en goles pero sí en hacer periodismo, y le soltó una frase que jamás saldría de la Historia: «El fútbol puede contribuir a que los pueblos se conozcan». Era mediados de septiembre de 1912, la tensión de las complejas relaciones entre la Argentina y Brasil se atenuaba, Río de Janeiro era una fiesta y unos cuantos muchachos sudaban sobre un césped. Soiza Reilly, capaz de percibir en un instante las claves del mundo, resolvió rápido, palabra menos o palabra más, que el tipo que le hablaba, alguien que había sido dos veces el jefe del Estado nacional, acababa de inventar la diplomacia futbolera.
Ahora que es la hora en la que mucho del planeta clava la vista en un nuevo Brasil-Argentina, ahora que vuelan sustantivos y verbos de un duelo que no es igual a ninguno, por las eliminatorias sudamericanas rumbo al Mundial de 2026, aquel cruce con Roca como testigo recobra espacio en la memoria.
Entrerriano de Concordia, ídolo narrativo de un chico llamado Roberto Arlt, Soiza Reilly contó esa memoria en un artículo de la revista Caras y Caretas del 3 de octubre de 1931 y lo expandió muchos años después en un texto más exhaustivo que forma parte del libro colectivo Historia del fútbol argentino (Editorial Eiffel, 1955) y que reprodujo con criterio impecable Roberto Jorge Santoro –poeta, periodista, militante, desaparecido– en su Literatura de la pelota (1971). Allí revela Soiza Reilly: «El general Roca fue un diplomático habilísimo. En aquellos momentos las relaciones con el Brasil no eran nada cordiales. Los diarios gritaban en letras grandes: “¡Guerra con el Brasil!”. Roca se propuso evitarla». Y luego devela en qué consistió la fórmula que diseñó para limar las asperezas: marchó a Brasil con una delegación integrada por políticos, escritores notables (Roberto J. Payró, por ejemplo), periodistas (Soiza Reilly asevera que lo invitó el propio Roca) y un equipo de fútbol con unas cuantas figuras de la época.

Olfato por la pelota
Roca nació en Tucumán y en 1843, demasiado temprano para ser un joven futbolero. Fue nadador, jinete, jugador de taba y se formó en un ejército que le dio herramientas para perpetrar un genocidio de pueblos originarios en la Patagonia, pero no para llenar la existencia con picados entre amigos. Sin embargo, olió rápido los aromas políticos que habilitaba la pelota. En 1904 se tornó en el primer presidente argentino en asistir a un partido oficial, cuando parpadeó delante de la ancha victoria del Southampton inglés frente al muy buen Alumni local, en la Sociedad Sportiva Argentina, que quedaba en donde hoy se erige el Campo Argentino de Polo, y que en esa época, como una especie de precursora del Comité Olímpico Argentino, lideraba el barón italiano Antonio de Marchi, el yerno de –justito– Roca.
Todo eso implica que en 1912 y para cuando –siempre según la reconstrucción de Soiza Reilly– entretejió su estrategia mejoradora de unos vínculos bilaterales maltrechos, ya dominaba que el fútbol ni empezaba ni acababa en la superficie que unía dos arcos. Ese 15 de septiembre, la situación parecía empecinada en concederle la razón porque, con futbolistas brasileños de un lado y futbolistas argentinos del otro, recibió una ovación del público local. Todo amagaba con funcionar encaminado. No obstante, si algo dominaba Roca era que la realidad nunca perdura estática y advirtió que algo se salía de sus planes. Algo, ese algo: el fútbol.
Al Fluminense le faltaban 111 años para obtener su primera Copa Libertadores, pero en su estadio más clásico, el Laranjeiras, ese algo futbolero empastaba las necesidades del exmandatario argentino. Pasaba que sus compatriotas, dúctiles, hábiles, más curtidos en las sapiencias del juego que sus rivales, terminaron el primer tiempo con un relajado 3 a 0. Y los espectadores cariocas, anfitriones generosos, insinuaban, aunque moderadamente, achicar sus ánimos de confraternidad con semejante frustración, una frustración que acontecía, nada menos, en un acontecimiento que se enmarcaba en las celebraciones de los 90 años del grito de Ipiranga, la declaración de la Independencia brasileña en 1822.
Entonces, intervino Roca.

Diplomacia por encargo
También lo detalla Soiza Reilly gracias a una revelación de Maximiliano Susán, una de las estrellas de lo que por entonces era denominado como «team argentino». «En esa época –evoca– resultaba agradable jugar fuera del país, pues con nuestro comportamiento contribuíamos a aumentar las simpatías internacionales». Pero si esa mirada coquetea con el asombro, lo que continúa conquista al asombro del todo; porque Susán, que metió un gol en aquella cita, asegura que Roca se separó por unos minutos del presidente de Brasil, Hermes da Fonseca, aceleró hasta donde se refrescaban sus connacionales de pantaloncitos cortos y les soltó una arenga osada: «Muchachos: hay que ser más diplomáticos. No olviden ustedes que el Brasil está celebrando hoy el aniversario del grito de Ipiranga. No es justo que ellos pierdan el partido. Hay que dejarlos ganar. ¡Háganlo por la paz de América, muchachos!».

Registros. Extracto del diario «La Argentina» sobre la gira del equipo nacional en Brasil.

Algunas décadas más adelante, el periodista Dante Panzeri sostendría que ese intento transformó a Roca en «instigador del primer acto oficialmente conocido de soborno en el fútbol». Y suena exacto lo de «instigador» porque, de acuerdo con las crónicas inmediatas, la propuesta no surtió efecto. Aunque se tratara de Roca.
Durante decenios se dudó del desenlace del reclamo, ya que el registro formal del fútbol entre las dos potencias continentales arrancó recién en 1914. Hubo notas que consignaron que el resultado se dio vuelta o que todo desembocó en un empate. Sucedió diferente. Una investigación del periodista Oscar Barnade probó que, con un desempeño descollante de Harry Hayes, el máximo goleador de Rosario Central, los pibes de Argentina completaron su edificación y ganaron 5 a 0.
El rescate de tamaño momento confiere todos los honores periodísticos a Soiza Reilly, un personaje descomunal que cubrió la Primera Guerra Mundial, entrevistó a presidiarios a los que no accedía nadie, publicó decenas de libros con títulos tan contraculturales para esas horas como Pecadoras o Amor y cocaína, estampó su apellido como el del primer señor que usó gafas negras en esta parte de la Tierra y sedujo audiencias amplias con sus columnas radiales selladas por estas dos muletillas que lo identificaban: «Pasó mi cuarto de hora» y «Arriba los corazones». Vivió entre 1880 y 1959, escribió con desenfado sobre temas también desenfadados, le puso en papel a Arlt su primer cuento y gozó de una popularidad hoy poco evocada. De cualquier modo, su relato se ciñe a una sola de las siete presentaciones (cuatro en San Pablo, tres en Río de Janeiro) en apenas once días que el equipo de la Asociación Argentina desplegó en Brasil, con un mínimo tropezón en el debut frente al Club Atlético Paulista, de acuerdo con el relevamiento que ofreció Ernesto Escobar Bavio, en su obra El football en el Río de la Plata, de 1923. Hay un matiz respecto del relato de Soiza Reilly, dado que todo indica que los futbolistas no viajaron junto con el núcleo que armó Roca sino que ya andaban por tierras cariocas cuando se sumaron.
Aun con esos vaivenes de los que Soiza Reilly dio pormenores, a Roca no se le achicó el entusiasmo por el fútbol. En 1913, mandó a comprar un trofeo para que argentinos y brasileños jugaran entre sí y, sin tentación por ninguna metáfora, lo bautizó «Copa Roca». Se disputó en doce oportunidades hasta 1971 y todavía impresiona el mensaje con el que ese dirigente que había presidido la Argentina entre 1880 y 1886 y entre 1898 y 1904 le hizo llegar su copa al ministro plenipotenciario brasileño Luis de Souza Dantes: «Para estímulo de la juventud que cultiva en nuestros países ese nobilísimo sport y para establecer además un nuevo motivo de amistosas relaciones y comunes propósitos entre los mismos, vería con agrado que la copa se jugara tres años consecutivos entre teams brasileños y argentinos, quedando en propiedad de aquel que la ganara dos veces».
El 27 de septiembre de 1914, Brasil se impuso a Argentina por 1 a 0 en el estreno de la Copa Roca en la cancha de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires. Ahí estuvo Roca, quien observó con ojos mucho más políticos que futbolísticos esa jugada tan suya. Imposible verificar si cobijaba más maniobras con ese deporte de popularidad imparable. Murió 22 días después.
Algunas cosas no se alteran: el Brasil-Argentina que asoma simboliza una convocatoria de pasiones, identidades, negocios y lugares centrales en la industria de la comunicación, o sea que, heredando tiempos antiguos, tiene que ver con el poder. Otras cosas sí que cambian: ni siquiera entre las mugres múltiples del presente parece posible que una voz diga, a la manera de Roca, que, por la paz en América o por lo que fuera, qué se la va a hacer, muchachos, hoy toca perder.

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