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Guerra comercial, golpe a golpe

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Néstor Restivo

Trump redobla su escalada contra Beijing, que toma represalias en su política de aranceles. El trasfondo de la disputa y los escenarios que se abren, con la ultraderecha y los BRICS como protagonistas.

Washington. El líder republicano muestra las órdenes de «aranceles recíprocos» que firmó en un acto en la Casa Blanca, el 2 de abril.

Foto: NA

Con el mismo estilo que usaba cuando amasaba su fortuna con el real state, Donald Trump pegó un puñetazo a la mesa y gritó que aplicaría aranceles a troche y moche, pero por ahora solo los usará contra el comercio de China, frente al cual Estados Unidos está acobardado. Con los demás, solo amenazó para asustar. Y ahora, salvo para con China, hay una «pausa» de 90 días para ver qué pasa. Mediados de julio queda tan lejos…

Desde que el 2 de abril lanzó lo que llamó «Día de la Liberación», con una base general de 10% en aranceles para todos y todas, fueron días de vértigo en la economía mundial, porque darle la anticipada extremaunción a la Organización Mundial del Comercio (OMC) –eso hizo Trump– anticipaba para cientos de miles de empresas alterar sin previo aviso las reglas del juego, buscar nuevos mercados donde colocar sus producciones, redireccionar contenedores, renegociar fletes y seguros, modificar organigramas productivos y laborales, o bien pagar mayores costos si se insistía en exportar a EE.UU., el mayor importador del mundo. Se supone que la moribunda OMC regula todo eso con tarifas máximas, normas para importar y exportar, paneles de expertos cuando hay alguna controversia. Pero igual que hace con muchas instituciones que desde mediados del siglo XX se entiende que pautan el mundo, EE.UU. lo repudia y hace su juego unilateral.

Intercambio. Un buque con productos arriba al puerto de Oakland, California.

Foto: Getty Images

Montaña rusa
Hay muchos análisis sobre si los aranceles entre los dos grandes contrincantes del planeta suben, en réplica de uno cuando lo anuncia otro, 20%, 65%, 84%, 104% o 125%, la tasa máxima anunciada hasta ahora en una guerra que cambia cada hora. Y esas declaraciones que lanza Washington y responde Beijing ponen en tensión a las empresas de comercio exterior, y por eso sus acciones en las bolsas son una montaña rusa (la destrucción de capital bursátil, junto a otros indicadores preocupantes, asustó a Wall Street y al propio Trump, más allá de que con la tregua anunciada luego se recuperaron valores), así como el precio del petróleo, la soja o el oro o el de las monedas nacionales, que también se orientan a depreciarse para hacer más competitivas sus economías, un camino que ya en el pasado llevó a guerras no de mercaderías, sino de sangre y fuego. Pero la pelea de fondo es otra.

El orden mundial post 1945 ya hace rato es un enorme desorden mundial. Frente a la inoperancia de la ONU, de la OMC y de casi todas las instituciones nacidas de aquel período de la historia (incluso sería el caso del FMI, si no fuera que Argentina le salva su existencia de tanto en tanto), se dibujan dos escenarios.

Uno, el de las extremas derechas y las élites oligárquicas globales, que tienen en Trump y en figuras como Elon Musk dos de sus más visibles emergentes, acaso demasiado payasescos como para ser pensados como sus verdaderos líderes o cerebros. Ese grupo ya eligió romper violentamente el «orden liberal» para imponer otro autoritario, destructivo de toda búsqueda de equidad social y con reglas antidemocráticas para disciplinar sin ahorrar en violencia a las mayorías crecientes de hambrientos, migrantes y zaparrastrosos globales para servir a una minoría hastiada de dinero y poder. Si la democracia liberal o burguesa les sirvió algunas décadas para disfrazar lo brutal del capitalismo así de desnudo, ya no les sirve más. 

El otro es el que empuja desde el Sur Global con China como vanguardia, y que tiene su núcleo directriz en los BRICS. El bloque tiene sus contradicciones, debilidades, problemas graves por resolver dentro de cada uno de sus países miembros (bueno, el grupo anterior no es un dechado de armonía fronteras adentro, aunque parte de un mejor umbral de infraestructuras, riqueza y servicios). Y por ahora el BRICS expresa más retórica que hechos concretos. Igual que el primer grupo, también asume que el orden global está roto. Pero con una alternativa superadora. Lo hace desde la idea de la cooperación, la multilateralidad, la diversidad y la multipolaridad. También sobre la base de la paz, en tanto en el primer grupo van ganando las posiciones de la guerra, sea la comercial de Trump o los delirios belicistas de la Unión Europea y lo que sea que es la OTAN hoy.

Al haber decidido Trump una tregua de 90 días para negociar los aranceles con la mayoría de los países, ahora queda por ver cómo evolucionará la guerra arancelaria que EE.UU. lanzó contra China y que esta respondió. 

Una realidad diferente
Entre ambos países hay una trama de lazos económicos, financieros, comerciales, productivos y tecnológicos como nunca entre dos grandes potencias que disputan liderazgos. Comercian US$ 600.000 millones entre sí por año. Quienes porfían en definir este escenario como nueva «guerra fría», como lo fuera la de EE.UU. y la Unión Soviética, desconocen esa realidad. Es tan profunda la imbricación sino-estadounidense que hasta produce fisuras en el gabinete de Trump. Su principal asesor en comercio exterior y hoy llamado «zar de los aranceles» por ser arquitecto de las medidas anunciadas, Peter Navarro, se enfrenta con el ministro del desguace estatal Musk, quien amablemente lo llamó «retardado» e «imbécil». Es que el dueño de X, SpaceX o Tesla sabe que el desacople con China quiebra cadenas de valor y puede ser letal para varias industrias.

En cuanto al gobierno de Xi Jinping, dejó atrás hace rato aquella «estrategia de los 24 caracteres» lanzada por el exlíder Deng Xiaoping, la que rezaba en esos pocos ideogramas la idea de que China debía «observar con calma» el proceso global, «ocultar capacidades», «esperar el momento oportuno» y «mantener un perfil bajo». Claro, en 1990 China tenía unos cuantos submarinos, portaviones y empresas de alta tecnología superiores a las de EE.UU. menos que ahora. Hoy el sigilo ya no es lo que rige la diplomacia china, aunque siga siendo armoniosa, cauta y equilibrada, respetando los principios de la coexistencia pacífica y la no injerencia en asuntos del otro que pregonaba Zhou Enlai. Pero ya no hay silencio ni sumisión. Si Trump golpea, Xi, con otros modales, golpea también. China, un país que a diferencia de EE.UU. siempre ha preferido el diálogo a la guerra, propuso un camino intermedio, que ayude eventualmente a Trump a achicar el pavoroso déficit comercial que tiene. Propuso diálogo, que posiblemente sea lo que se imponga, aunque dijo que si no lo hay, luchará «hasta el final». La economía estadounidense depende demasiado de las relaciones con China como para evadir la mesa de negociaciones, que quizá haya sido el objetivo del magnate. Es consciente del declive imperial, aunque pavonee con lo contrario en frases para la tribuna, y también del dólar como moneda mundial, que con esta guerra comercial llegó a su nivel más bajo desde la pandemia. Golpea para negociar y como empresario evidentemente lo ha sabido hacer, así amasó su fortuna. Los chinos, por su parte, son eximios negociadores. Practican el mercado desde hace miles de años, muchísimo antes de que el capitalismo existiera y se adueñara de su sentido, fantaseando con haber sido su inventor.

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