Informe especial | TENSIÓN ENTRE POTENCIAS

Taiwán en la línea de fuego

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Néstor Restivo

La visita de la titular de la Cámara Baja de EE.UU. a la isla llevó la relación con China a un histórico conflicto. El Libro Blanco de Beijing.

Sin acuerdos. Los presidentes Joe Biden y Xi Jinping, en uno de los últimos encuentros virtuales.

Foto: Mandel Ngan/AFP

El 10 de agosto, el Gobierno de la República Popular China publicó un «Libro Blanco» sobre Taiwán, cuyo «status como parte de China» es un «hecho indiscutible», dice, y no descarta nada para concretarlo. Añade que «el Partido Comunista de China siempre ha hecho esfuerzos para lograr la reunificación completa de la patria». Los Libro Blanco son documentos de algunas pocas carillas sobre diversas temáticas (derechos humanos, temas sociales, política exterior, etcétera) acerca de las cuales Beijing fija postura.
Un día antes, en Buenos Aires, el embajador Zou Xiaoli ofreció una nutrida rueda de prensa donde hizo eje en la cuestión, lo cual repitieron otras sedes diplomáticas del gigante asiático. Es que el viaje de la jefa de los diputados de EE.UU., Nancy Pelosi a la isla (que unos días después fue repetido por otros legisladores) cruzó una «línea roja» de tolerancia del Gobierno de Xi Jinping, de consecuencias imprevisibles. Las respuestas ya están en marcha. Y no son solo declarativas.
Sería tedioso glosar aquí el Libro Blanco (verlo completo aquí: https://english.news.cn/20220810/df9d3b8702154b34bbf1d451b99bf64a/c.html), pero el índice resume la postura china, la misma que existe desde 1949, cuando el PCCh venció al Kuomintang y las tropas del vencido Chiang Kai-shek huyeron y se refugiaron a 180 kilómetros de la costa, pretendiendo ser la continuidad de la República China fundada en 1911. Las tropas de Mao Zedong no avanzaron, dejaron para el futuro ese pendiente. Priorizaron reconstruir un país fatigado antes que seguir luchando, tras décadas de invasiones extranjeros y guerra civil. Además, ya EE.UU. se había posicionado fuerte en el Pacífico, como sigue hasta ahora, influyendo en Taiwán y otras áreas de la zona. En 1971, la ONU definió que Beijing era la sede del gobierno legal, y hoy apenas 14 países reconocen a Taipei.
El índice del Libro Blanco define así sus 5 capítulos: «Taiwán es parte de China, un hecho indiscutible». «Esfuerzos decididos del PCCh para realizar la completa reunificación de China». Esta es «un proceso que no puede ser detenido». «Reunificación nacional de la nueva era». «Brillantes perspectivas de una reunificación pacífica».
En este último concepto de paz radica el mayor desafío actual, alterado por el viaje de Pelosi que un arco de opiniones –incluso en EEUU– juzgó irresponsable y muy peligroso; inútil, además, en mejorar nada la vida de los habitantes de la isla.
Es así porque China ha descartado siempre, salvo en muy contadas ocasiones en su larga historia, la carta militar. Así fue con las recuperaciones de Hong Kong, de las ajadas manos colonialistas de Gran Bretaña, y de Macao, de las respectivas de Portugal, más que ajadas, hechas ceniza.

Transición en riesgo
En lo económico, Taiwán tiene su mayor importancia en la fabricación de semiconductores, una de las pocas ramas de la vanguardia tecnológica donde China ha avanzado menos y es muy dependiente (uno de los temas nada menores del conflicto). En lo político, alternan en el poder el Partido Democrático Progresista, independentista y hoy al mando, y el viejo Kuomintang, de mejor diálogo con la RPCh. Con este último, China mantiene una hoja de ruta para una futura reunificación, nada fácil por cierto, pero no de ruptura. El apoyo de EE.UU. al Gobierno de Tsai Ing-wen, visita de Pelosi incluida, no facilita el camino a la paz que venía planteando Beijing. Al contrario, trastocaron las tendencias prepandemia y preguerra en Ucrania, en el corazón de Euroasia y con varios actores involucrados, que marcaban una transición global que aun en sus contradicciones y tensiones no ofrecía la guerra como resolución, una transición en la cual era ostensible el declive de Occidente y la reemergencia de Oriente, no solo pero fundamentalmente ejemplificados en EE.UU. y China.
En 2017, Washington determinó que China y Rusia eran sus enemigos y si en los Gobiernos de Bush, Obama y Trump la confrontación con China, principal rival estratégico, se atenía a lo comercial y tecnológico, con Joe Biden se añadió la variante «democracia vs. autocracias» (difícil de sostener en toda la línea con países occidentales que no resuelven nada a las mayorías y andan flojos de gobernanzas estables frente a uno como China que elimina la indigencia y mejora su realidad hace años). Pelosi y su viaje expresa esa cruzada de «valores» que el Gobierno de Xi Jinping no está dispuesto a dejar pasar.

Un año de rupturas
Antes de publicar su reciente Libro Blanco, donde no descarta ninguna opción frente a Taiwán, desde incentivos económicos para favorecer una unificación pacífica hasta la opción militar como última carta, China canceló conversaciones con EE.UU. en Defensa, combate al crimen (drogas, tráfico de personas), cambio climático y otras, y lanzó un operativo militar sin precedentes en torno a la isla. No solo hubo quejas del Gobierno taiwanés, que también movilizó tropas, sino también de Japón, rival histórico de China en el área, y preocupación en las naciones del sudeste asiático. El viaje de Pelosi también busca, entre otros efectos, justamente meter cuña en ese equilibrio integracionista que venía procurándose en Asia Pacífico, en base a varios tratados políticos y comerciales como los que, por cierto, nunca se han conseguido en las Américas, donde EE.UU. somete más que negocia. Esos países, además, representan el grueso de la humanidad, una parte sustancial de la riqueza que se genera y circula y que se sienten subrepresentados, a veces ninguneados en un «orden mundial» que se armó Occidente en 1945 sin que ellos fueran parte de la mesa, y que EE.UU. quiere perpetuar.
Es en esa línea por lo que, por ejemplo, la OTAN, empujada por Washington, puso a Asia en su mira, es decir, a China. O que cuando irrumpió el virus del COVID-19 no haya habido forma de una cooperación multilateral global. O que se haya precipitado la invasión rusa a Ucrania con una cadena de irresponsabilidades probablemente deliberadas. 2022 es un año de ruptura y desacople, ya no de perspectivas cooperativas que busquen una transición global de mayor templanza y sabiduría. No se sigue a un Confucio o a un Sun Tzu, sino a un Samuel Huntington y su choque de civilizaciones o un Harry Truman ordenando arrojar dos bombas atómicas, como en otro agosto más fatídico, hace 77 años.

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