7 de febrero de 2022
El 24 de enero, Página/12 publicó una entrevista a la investigadora Flavia Costa. En ese diálogo aparecen conceptos inquietantes: la idea del ser humano como ser geológico –es decir, como una especie capaz de modificar las capas geológicas del planeta– y los efectos profundos de la Cuarta Revolución Industrial en la vida de los seres humanos y de la Tierra. En su abordaje de la actual coyuntura histórica, Costa describe el modo en que las nuevas tecnologías cambiarán el mapa terrestre, tanto en el plano subjetivo como en el colectivo y el medioambiental. Advierte que el desarrollo tecnológico ha sido siempre una dimensión de la vida social, y que las nuevas formas de organización del trabajo o las tecnologías son un aspecto de las relaciones y luchas culturales, sociales y políticas.
Bajo la égida neoliberal, la llamada IV Revolución Industrial promete nuevas desigualdades e injusticias a partir de la aceleración del desarrollo de la tecnología, como demostró la experiencia de la pandemia: mientras las economías mundiales se derrumbaron estrepitosamente en 2020-2021, un puñado de empresas ligadas con la informática y las comunicaciones generaron inéditas ganancias.
Entre las causas de esa rentabilidad extraordinaria cabe consignar las novedades de la pandemia en los sistemas educativos que en mayo de 2020, mayoritariamente, habían cerrado las puertas de los establecimientos de todos los niveles. La respuesta de los Gobiernos no fue homogénea, pero si hubo un patrón común, fue el recurso a las plataformas digitales, infraestructura tecnológica, dispositivos y paquetes de contenidos pedagógicos para aplicar en las instituciones escolares.
En la pandemia la educación discurrió por carriles contradictorios. Por un lado, la profundización de la desigualdad educativa. Según UNESCO, más de 825 millones de estudiantes perdieron todo contacto con sus instituciones educativas y no tuvieron acceso al formato virtual. También las y los docentes vieron intensificadas sus largas jornadas de trabajo y muchos de ellos y ellas tuvieron dificultades con la conectividad o los dispositivos. Por otro lado, la modalidad virtual tiene una lógica y reglas diferentes a la presencial, lo cual obligó a un modelo de trabajo sobre la marcha para el cual no se contaban con suficientes elementos.
El lado luminoso de la experiencia fue una renovación amorosa del vínculo entre las familias y la docencia; la elaboración de un currículo contextualizado en el que hacer la comida en el hogar –por ejemplo– era una excelente oportunidad para repasar nociones de física, historia, o cultura general tendiendo un puente muy fértil entre la educación y la vida.
En esta transición entre la pandemia y la pospandemia, en un mundo que está atravesando una crisis civilizatoria, en una disputa en la que la Humanidad habrá de definir entre la continuidad neoliberal o la creación de un orden que defienda la vida y la dignidad, el campo de la educación es un lugar fundamental en la construcción de nuevas subjetividades y la adecuación dinámica del proyecto pedagógico al tipo de ser humano y de sociedad que habremos de construir en nuestros países.
Frente al paradigma mercantilista, tecnocrático y autoritario que se expresa en el concepto clave de «calidad educativa» es imperioso reinventar una educación pública que, recuperando el legado democrático de la tradición de la escuela pública, asuma su lugar históricamente posible. Como advirtió el pedagogo brasileño Paulo Freire, la escuela no cambia al mundo: cambia a las personas que cambiarán el mundo. En la actual coyuntura histórica, ese proyecto político educativo y pedagógico será una tarea multidimensional y de muchos actores: educadores y educadoras, educandos y educandas, sindicatos docentes, universidades públicas, organizaciones sociales, culturales y políticas, las propias familias. Esa reinvención es la única alternativa a las propuestas que la derecha impulsa de la mano de la generalización de la virtualidad y la privatización masiva de los sistemas educativos.
Tiempos difíciles. La pandemia profundizó la desigualdad educativa.
TÉLAM