Opinión

Ezequiel Fernández Moores

Periodista

El mundial que pretendemos eterno

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Recuerdos que no voy a borrar. Messi, la copa, y el delirio de los hinchas.

Foto: Getty Images

El primer aniversario de Qatar encierra una gran contradicción. Por un lado, 2023 fue demasiado intenso. Tiene un fin de año aplanador. Muy cornisa. Muy argentino. Más que un año, entonces, pareciera que Qatar podría habernos sucedido hace un siglo. Porque aquel país no puede ser el actual.
Pero, por otro lado, aquella locura de la fiesta popular sigue siendo inolvidable. La pretendemos eterna. Como si quisiéramos vivir para siempre en un 18 de diciembre de 2022. Cuando las calles eran nuestras, sin decretos que nos las quisieran prohibir. ¿Acaso aquel desborde de millones intuía lo que vendría y por eso el descontrol se hizo fiesta masiva? ¿Se pueden emparentar la Argentina del 18 de diciembre de 2022 y esta del 18 de diciembre de 2023? 
«A veces –me confiesa un amigo– preferiría que fuéramos Suiza». No lo dice por estatus ni por cierto bienestar de primer mundo. Lo dice porque tanto vértigo «argento» lo agota. Como sea, la fiesta popular por la conquista del mundial qatarí confirmó que la Argentina debe ser uno de los principales países en los que el fútbol, con sus altas y bajas, tiene un dueño central: la gente.
Nos sucede con los clubes que estos nuevos tiempos desean «privatizar». Esos clubes son nuestros. El fútbol es nuestro. «El dueño de la pelota» nos representa la figura odiosa del poderoso que la cree solo suya. Pero la pelota, como graficó alguna vez un sociólogo, «es demasiado redonda». No tiene dueño. Los ingleses, en los tiempos de la fundación, bautizaron al fútbol como el «people’s game». El deporte de la gente. Pero sus clubes, sabemos, son hoy propiedad de jeques, magnates y fondos de inversión. Aquí no es lo mismo. «No pasarán». Podrán privatizar hasta el viento. La pelota no (o creemos que no).
Por eso la conquista de Qatar nos parece eterna. Analistas del exterior creen que el fútbol es nuestra catarsis. Nuestro alivio. Nuestro salvavidas. Nuestra última esperanza de una vida mejor. Subestiman. Olvidan una tradición que excede al fútbol. Y que habla de un pueblo al que le gusta celebrar. Sucede con recitales. La fiesta que asombra a músicos internacionales. Pero para verlos hay que pagar oro. Al fútbol, en cambio, lo sentimos más cercano, aunque el negocio busque elitizarla y ponga entradas «ID». 
En el mundial del 78 salimos a las calles a celebrar aun en medio del horror. Y México 86 fue convertido en fecha patria por Diego. Pero jamás vivimos un carnaval tan gigante como el de Qatar. «La scaloneta», impecable, cierra 2023 como la selección número uno en el ranking de la FIFA. Pero hay crisis impensada. Y su director (el DT Lionel Scaloni) anuncia reunión decisiva para definir su futuro con el líder (Lionel Messi).
El Lionel-DT parece hoy sorpresivamente agobiado. Y el Lionel-crack se mudó a Estados Unidos para avisarnos que ha iniciado el camino de vuelta. Vemos en los cines las películas aniversario. Lloramos y celebramos como si todo siguiera igual. Como si el 18 de diciembre de 2022, efectivamente, fuera hoy. Seguros de que el fútbol nos pertenece. 

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