Gays y lesbianas vienen formando familias desde mucho antes de que la Ley de Matrimonio Igualitario les concediera los mismos derechos que a las parejas heterosexuales. Cómo ejercer la maternidad y la paternidad por fuera de los estereotipos.
12 de julio de 2017
(De Melo Moreira/AFP/Dachary)
Asiete años de la Ley de Matrimonio Igualitario, sancionada el 15 de julio de 2010, las transformaciones que produjo en la sociedad y en la subjetividad parecen constituir un salto enorme. Recién en 1973 se dejó de considerar a la homosexualidad como un «trastorno mental». Todavía es posible ir a votar en una elección y toparse con un afiche que baja su línea sobre lo que una familia debe ser, entendido esto en términos de identidad de género de sus integrantes.
Las más de 10.000 parejas del mismo sexo que se casaron desde 2010 en la Argentina no estuvieron hasta entonces encerradas en el closet esperando que la sociedad las autorice a formar una familia. Muchas eran familias con hijos que simplemente pudieron sincerar lo suyo ante la ley. «Algunas de las asociaciones no quisieron apoyar la ley porque decían que el matrimonio es una institución burguesa… No es que seamos fanáticas del matrimonio: lo que queríamos era que cuando una institución como esa se actualizara y cambiara, cambiara para todos, que nos incluyera a todos», explica la abogada Analía Mas, secretaria de Género y Laicismo de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (FALGBT).
De modo que fue una conquista pero también el comienzo de un largo proceso que aún está en curso, que no solo involucraba a estas mal llamadas «nuevas familias», tal como remarca la secretaria de Enlace Federal de FALGBT, Claudia Castrosín: el de resolver sobre la marcha los permanentes choques entre el paradigma de familia igualitaria y los estereotipos legales y sociales que pesan sobre la institución familiar.
Desde un comienzo, un decreto en simultáneo con la ley había abierto por un año la posibilidad de que las parejas que ya tenían hijos los reconocieran bajo la doble maternidad o doble paternidad. Sin embargo, tal decreto fijaba un límite de edad: solo se podía anotar a los hijos menores de 18 años, cuando en realidad había familias con hijos de más de 20. Y además requería que la pareja estuviera legalmente casada, cosa que no se les exige a los matrimonios heterosexuales.
Darle a un hijo la cobertura de medicina prepaga u obra social, tomar decisiones sobre él, retirarlo de la escuela si tiene algún problema o llevarlo a atender a un hospital son tareas que cualquier padre o madre puede cumplir sin que nadie pregunte por el estatus legal de su matrimonio, salvo en parejas del mismo sexo, a las que a veces, burocracia de por medio, se les suele requerir que demuestren su maternidad o paternidad. Y en el caso de las obras sociales, la Defensoría todavía recibe denuncias por resistencia a la plena cobertura. Son ejemplos de lo que, por ahora, ha debido resolverse mediante recursos de amparo.
Identidades en discusión
Desde fines del siglo XIX las leyes establecían que en caso de separación de los padres, los hijos de hasta 5 años se quedan con su madre, salvo que alguna condición excepcional de la mujer se lo impidiera. «Después de la Ley de Matrimonio Igualitario se le agregó al artículo otro párrafo, según el cual en una pareja del mismo sexo, si los padres no se ponen de acuerdo acerca de la tenencia, el juez decide quién es el más idóneo», explica la abogada.
Esto ayudó a hacer evidente que la idoneidad para la crianza no tiene que ver con la identidad de género, y que la vieja ley se basaba en el estereotipo de que la mujer debe ser naturalmente buena madre. Así fue cómo en el nuevo Código Civil (2015) se modificó esa cláusula haciendo que en todos los matrimonios la Justicia decida quién es más idóneo si es que los padres no se ponen de acuerdo sobre la tenencia.
Ese mismo criterio de maternidad y paternidad como funciones naturales según el sexo está presente en las licencias por nacimiento. En la Argentina se estipula que la mamá biológica esté con el bebé 45 días antes de la fecha de parto y 45 después, con lo cual se asume que al padre, al que le corresponden solo dos días, no le incumbe esa tarea.
En los matrimonios igualitarios se busca igualdad de condiciones para ambas mamás independientemente de quién sea la progenitora. La Federación elaboró para la administración pública porteña un proyecto similar a la ley vigente en Tierra del Fuego, en el que la licencia por nacimiento (de 210 días en total) puede ser compartida por «gestantes y no gestantes», mediante previo acuerdo de cuánto le corresponderá a cada uno.
Estudiar comparativamente familias con padres del mismo sexo y otras de padres de distinto sexo puede suponer, desde el vamos, un prejuicio de diferenciación, pero ha contribuido a desterrar las mitologías preexistentes sobre supuestas dificultades inherentes a las parejas homosexuales para ejercer esos roles.
La síntesis realizada en 2005 por la psicóloga estadounidense Charlotte Patterson, de la Universidad de Virginia (publicada en español por la revista Topía), compiló trabajos hechos en su país, Bélgica, Holanda y el Reino Unido sobre muestras representativas de población. Dejó claro que mientras haya un ejercicio responsable de las funciones parentales, la orientación sexual de los padres o madres no tiene relación alguna con las aptitudes de sus hijos para la integración social, el sano desarrollo o la definición de la identidad de género (que en la mayoría de los casos es heterosexual).
Impacto positivo
En cuanto a la dinámica familiar, también se comprobó que tanto los padres gays como las madres lesbianas tienden a compartir las tareas de crianza de modo bastante igualitario, los cual tiene un impacto positivo en todos los integrantes de la familia. También son menos propensos a utilizar castigos físicos que la media de las familias estadounidenses. Y las madres no biológicas, se sabe también, están más conectadas con los niños que los padres heterosexuales.
La diversidad exige suprimir los clichés. El psicoanalista Carlos Barzani explica que dentro de la disciplina inaugurada por Freud hace más de un siglo se han hecho grandes esfuerzos por dar cuenta de la complejidad de las cuestiones de género y dejar atrás cierta marca de origen heredada de la sociedad victoriana: «La experiencia clínica nos dice que la conformación de un psiquismo saludable no depende para nada de la orientación sexual de los padres o madres ni de su identidad de género, sino de la capacidad de darles a sus hijos soporte y reconocimiento intersubjetivo, y de generar un vector que tienda a la exogamia».
«El problema lo tenemos quienes fuimos educados en un imaginario de que los pibes van a estar mal, cuando a los pibes en realidad no les pasa nada», sostiene Claudia, que cría junto a su pareja a la hija de ambas, de 5 años. Sin duda las generaciones que vienen tendrán sus problemas como todo el mundo, pero el de la exclusión por su orientación sexual no estará entre ellos.