Voces | ENTREVISTA A HORACIO TABARES

Teoría y práctica del narcofascismo

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Jorgelina Hiba - Fotos: Sebastián Granata

«El consumo de sustancias psicoactivas ha servido a los peores intereses de las clases dominantes», asegura el psicólogo social. El complejo entramado rosarino.

«El narco es un gigante con pies de barro que puede ser derrotado. Para eso, primero hay que estudiarlo muy bien. Y después hay que vencer al virus del escepticismo, del no se puede». Horacio Tabares es psicólogo social y fundador y director del centro comunitario de salud mental Vínculo, de la ciudad de Rosario. Desde hace muchos años es, también, un persistente estudioso del consumo de sustancias ilícitas y de la violencia urbana atada a la presencia en los barrios de esta ciudad de bandas con negocios atados al narcotráfico.
Para Tabares, autor de varios libros como Vulnerabilidades, orden social y consumos y Consumidores y drogas, el episodio de reacción vecinal al asesinato de un nene de la comunidad qom a manos de sicarios en el barrio rosarino de Los Pumitas, durante el cual quemaron un bunker de venta de drogas, «abre una luz» y vuelve a poner en debate el papel del Estado, el entramado de complicidades sobre el cual se construyó el poder de estas bandas y la existencia de una cultura narco que atraviesa a parte de las juventudes.

«En el barrio Los Pumitas hubo un momento de rebelión y la gente despachó su furia y su bronca, como canalización por la muerte de Máximo Jerez.»

–¿Qué lectura hace del reciente episodio en Los Pumitas, donde la gente del barrio salió a echar a los narcos después del asesinato de un chico de 11 años?
–Algo se quebró, aunque aún no se sabe cómo continuará esta reacción de la gente del barrio donde atacaron a Máximo Jerez. Hubo un momento de rebelión y la gente despachó su furia y su bronca, como canalización por esta muerte, pero también por otras frustraciones de una población muy castigada. Creo que esto puede marcar un punto de inflexión, porque es la primera vez que se enfrentan al narco de esta forma. Me gusta pensar que el duende del Rosariazo planeó sobre ese barrio; es una metáfora audaz, pero quiero decir con esto que es posible enfrentar al narco, que es posible frenarlo y contragolpear. Rosario vive una situación muy compleja que no es solo producto del ahora, viene desde hace mucho tiempo, desde la dictadura militar, cuando Leopoldo Galtieri tenía una sociedad con los generales cocaleros bolivianos que mandaban cocaína acá, que recibía el comando del II Cuerpo del Ejército. Por eso es casi gracioso que alguien proponga que vengan las Fuerzas Armadas a luchar contra esto. En esa época yo ya trabaja con pacientes con problemas de consumo y algunos me contaban que buscaban la droga en Inteligencia del Segundo Cuerpo. Ahí cae el velo sobre lo que han sido las Fuerzas Armadas.
–Hay toda una historia previa a esa actualidad de Rosario.
–Además de Galtieri está el legado de Feced (Agustín Feced, jefe de la Policía durante la dictadura) y de su policía brava, que nunca fue del todo desmantelada, que laburó mucho tiempo con la prostitución y con el juego, y que cuando descubrió la renta de la droga se metió de cabeza allí. Una Policía totalmente corrompida. Pero me gusta ir más allá y recordar que la primera organización narco aparece con el opio en China en el siglo XVII por parte de la West Indian Company que tributaba a la corona inglesa. Ese modelo es el que luego se transmitió a todas las organizaciones ilegales, porque el narco es una excrecencia del sistema capitalista, es la lógica del desarrollo del capitalismo en la etapa de concentración monopólica imperialista como el tráfico de armas, de órganos, la trata o la prostitución infantil. El sistema capitalista en su fase imperial ha desarrollado una fase del capital financiero que ha generado un sector parasitario que a su vez originó paraísos fiscales. El narco forma parte de eso. Porque si nos preguntamos, ¿cuál es la función del narco? La respuesta es producir, distribuir y comercializar sustancias. Pero su otra función es la del control social.

«La utilización de sustancias psicoactivas altera la percepción, el consumidor no puede elaborar estrategias para defender a su clase social.»

–En su opinión, ¿de qué forma ejerce esa función de control social el narco?
–Hay múltiples formas, pero en primer lugar a través de la introducción masiva de sustancias psicoactivas en los barrios, una situación que desarticula la capacidad reflexiva y de respuesta de los sectores populares frente al sistema. Este consumo altera la percepción, el registro del mundo, el consumidor tiene un registro deformado de la realidad y no puede elaborar estrategias para defender a su clase social. Además, esas sustancias activan los componentes narcisistas e individualistas de la persona, porque para lograr ese goce de la sustancia solo hace falta esa misma sustancia. Desaparece el otro social, se esfuma, por eso el consumo ha servido siempre a los peores intereses de las clases dominantes. La Conquista de América vino con el aguardiente, esto se repite en la Campaña del Desierto con el alcohol, que minaba la capacidad de lucha de los pueblos originarios. Nosotros estamos colonizados por la droga y con eso quieren desarticular la capacidad de respuesta de estos sectores. La otra forma de expresar ese control social es, claramente, el terror.
–Además viene acompañado de la irrupción de una nueva cultura narco.
–Antonio Gramsci dice que todo grupo humano crea su sistema filosófico y cultural. El narco como institución configura una cultura y un estilo de vida que se transmite en los barrios, en una población de desamparo material y simbólico de pibes sin perspectivas, esto es muy seductor. Ofrece un ingreso y respeto. Es una cuestión de clan, como lo estudió Roberto Saviano en el sur de Italia. Es una cultura que se expande y trastoca todos los valores vigentes como la noción de trabajo porque hoy, para muchos pibes, «hacer un trabajo» es salir a robar algo. También afecta la noción de respeto, porque desaparecen los controles societarios. La cultura narco está incluso alentada por los medios de comunicación, de forma consciente o no, al presentarla como una figura invencible a la que hay que someterse.
–En ese marco, ¿cómo evalúa la reacción popular en el barrio Los Pumitas?
–El narco es un monstruo con pies de barro, parafraseando a Mao que decía que el imperialismo era un tigre de papel. Hay que mirar al narco desde sus contradicciones: por una parte tiene la fortaleza de sus conexiones espurias con la política, los jueces y el sistema bancario, algo que aún está en la oscuridad y con lo que nadie se quiere meter. Hay herramientas como la reserva fiscal, el secreto bancario y la propiedad privada, los tres andamiajes sobre los que se sustenta el capitalismo moderno, que parecen intocables, aunque se sepa que es el camino por el cual se lava el dinero. Otra fortaleza es la masa de dinero producto de la renta criminal, y sin duda su poder de fuego. Todo esto permite hablar de un narco fascismo. El narco tiene esa fuerza, pero tiene debilidades.

«El de las drogas es un entramado mafioso compacto, hay que apelar a todos los resquicios que nos ofrece la Constitución para la democracia directa.»

–¿Cuáles son a su juicio esas debilidades del narco?
–En general son grupos pequeños y son repudiados por la población, que les tiene bronca. Además, dependen de estas conexiones con el sistema financiero bancario y de los lugares de provisión de materia prima. En los barrios son pequeños grupos individualizados y rechazados por la gente, que está bajo terror y desorganización. Pero el narco tiene puntos débiles que la gente detectó, por ejemplo, en el barrio Los Pumitas. ¿Fue espontáneo? No sé, hay varias organizaciones trabajando allí, hay cierto liderazgo y organización, no es quizá tan casual que esta resistencia haya pasado allí. La gente reacciona, sobre todo, cuando está en riesgo el capital mas preciado que son los hijos; allí algo se quebró y la gente se unió. Ahí se quebró el mito de la invencibilidad del narco, una vez que esto se resquebraja puede transmitirse a otros barrios.
–¿De qué otra manera puede articularse una respuesta ante este fenómeno que parece llevarse todo por delante?
–Este es un entramado mafioso muy compacto, por eso creo que hay que apelar a todos los resquicios que nos ofrece la Constitución para el ejercicio de la democracia directa y la configuración en los barrios de esta participación popular, para que la gente sea y se sienta protagonista y que tengan que rendir cuentas quienes toman las decisiones, sea un juez o un comisario. Hay que juntar a la gente desde abajo, a la que está allí, que conoce y que sufre. Para eso hay que luchar también contra un virus peligrosísimo: el escepticismo, el «no se va a poder», ese virus se nos ha metido en la sangre y hay que luchar contra eso también. Por eso es tan importante lo que hicieron los vecinos, abrieron una luz, demostraron que es posible resistir en medio de tanto dolor y angustia. No sé cómo sigue, pero apareció un resquicio.
–¿De qué otra forma hay que enfrentar al narco?
–Hay que leer sobre otras experiencias, hay que estudiar cómo fue en México, en Colombia, en el sur de Italia. Si queremos derrotar al narco, primero hay que conocerlo profundamente, como sus modalidades de subsistencia y el sistema de lavado de dinero.

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