1 de agosto de 2024
Síntesis de la parte 1:
Marisa concurre al club Amor y Lucha, de Gerli, para consultar al sensei de «Taekwondo con Culpa Judeo-Cristiana donde siempre se trata de que gane el otro». Marisa había llegado algo atormentada, dado que fue feliz en una salida de amigas en donde no invitó conscientemente a una de ellas. Es decir: traicionando de alguna manera a su amiga, la pasó bomba. Y hasta se anima a decir que fue feliz. De ahí el dilema: ¿es legítima una felicidad a la que se accede con una traición?
Fin de la síntesis. Ahora, la parte 2:
Marisa observaba en el club a la diputada Loprete, una auténtica hija de puta, cómo disfrutaba estar ganándole al metegol a su propio hijo de cinco años, que apenas podía alcanzar las manivelas del popular juego de salón.
–¡Qué lindo es ganar! ¡Qué lindo es verte humillado! Solo empaña este momento el darme cuenta de que tengo un hijo perdedor.
Es evidente que sin culpa uno puede acceder a pasarla mejor de forma más fácil y eficiente. Volvió a recordar lo feliz que fue saliendo con Irene y sin invitar a Nancy que iba a venir seguro con su nuevo novio adicto a los memes. Recordó a su madre siendo fiel y leal a su padre, un tipo querible y entrañable, pero con una pulsión a la infidelidad que lo convertía en un hiperadúltero en potencia. Su mamá siempre le contaba:
–Yo fui y sigo siendo fiel a tu padre, pese a que él intenta ser infiel desde hace 40 años. Y no lo logra. Seduce a todo lo que se le cruza: amigas mías, escribanas, monjas, estatuas de Rivadavia o de Gaturro. Quiere fifarse cualquier cosa con aspecto humano. No lo logra dado que es muy simpático de entrada, pero en algún momento se le ocurre contar, y ahora también mostrar un video, donde baila en sunga «All You Need is Love», de Los Beatles. Obvio que el metamensaje de la canción es que él puede proveer ese amor. Lo de la sunga sería el complemento erótico de la propuesta. Siempre fracasó, obvio; pero yo le sigo siendo fiel. Yo no lo traiciono por convicción. Él no me traiciona por ineficiencia.
–Pero, mamá, ¿vos habrías sido feliz traicionando a papá? –solía preguntarle Marisa a su madre.
–Por ahí sí. Quién te dice; pero me hizo más feliz no lastimarlo. El amor te hace feliz, pero también se lleva un poco de lo que puede ser tu felicidad plena. No hay manera de compartir sin perder un poco –confesaba su madre.
Deporte solitario
Marisa seguía dudando entre aquello que es la felicidad individual y la colectiva. ¿Cada una necesita de la traición a la otra?
Ante las dudas, el maestro de taekwondo, Gary, la llevó al frontón de «Ping-Pong en soledad». Había un señor muy parecido a David Bowie, pero uruguayo, jugando solo. Porque es un deporte que se practica solo.
–Este, Marisa, es un deporte netamente individual. Como ves, es una mesa de ping-pong con una sola mitad y un espejo. Es decir, un frontón espejado en donde el jugador juega contra él mismo. Está solo. Podría decirse: siempre gana o siempre pierde. Así que tiene que elegir. Si le pifia a la pelota, deberá hacerlo con actitud ganadora y festejar enseguida para verse feliz en el espejo. ¿Me explico?
–¡La tenés adentro, bo! –festejó el David Bowie uruguayo, hablándose a sí mismo cuando ganó/perdió un saque.
–¿Entendés, Marisa? Puede pensarse que el reflejo siempre gana, porque el que pifia y pierde es el jugador de verdad; pero eso se arregla festejando enseguida, sin pensar, y poder rápidamente verse feliz en el espejo.
–No entiendo qué tengo que entender a partir de esto –dijo Marisa.
–Que cuando traicionás y sos feliz, hay una persona enfrente de otra en un espejo. Es la misma, pero una gana, la que es feliz, y la otra pierde, la que traicionó. Y por eso se siente mal. Infeliz. Así que mejor elegir rápido cuál de los dos en el espejo querés ser.
Y así fue como Marisa observaba a la diputada ganando por y con humillación a su propio hijo. Y al David Bowie uruguayo festejándose a sí mismo haciendo girar en un malabar en el aire la paleta de ping- pong. Quizás lo natural, lo que es inercia de supervivencia, sería optar por la felicidad individual. Gary, el maestro, entonces le dijo:
–No hay delito penal por ser egoísta. O sea, se puede serlo. Uno puede ser egoísta dentro de la ley. Y cagar a un montón de gente, sin ser castigado. Hay margen para ser un hijo de puta dentro de los códigos penales, comerciales, civiles. Dejar a una pareja, no ser afectuoso con los hijos, pagar sueldos miserables. Eso se puede hacer sin que sea delito. Así que podés elegir el camino de ser una persona de mierda, pero feliz, dejando que el egoísmo fluya hacia el placer que da el beneficio personal. Salvo que esté mirando Dios, nada está mal mientras no haya testigos, mientras no se es descubierto.
El poder del grupo
Marisa encaró entonces para el lado del bufete, donde al girar se podía encontrar con una placa de bronce de dos metros de alto y seis de largo, imponente, que con letras en relieve decía: «Esto es un club donde se practican deportes. Y el deporte es competir. Y para que alguien gane, otro tiene que perder. Que se le va a hacer… es así».
Sin embargo, en el patio estaban practicando «Volcada de Fiat Duna». Un deporte donde uno se puede anotar solo o en grupo. Hay que volcar sacudiendo un Fiat Duna. El que gana se lleva ocho kilos de asado. Algunos se anotan solos, para llevarse los ocho kilos, pero nunca lo vuelcan. Los que ganan son los que se anotan en grupo.
–Las ventajas de la felicidad en comunidad son muchas: si hacés algo por los demás recibís amor colectivo, vanidad satisfecha, reconocimiento. Si te pasa algo, te vienen a ayudar. Así que no veas la comunidad solo como un mandato ético o moral, sino mirala como conveniencia. En la prehistoria sobrevivieron los grupos que tenían la capacidad de vivir juntos. Era más fácil defenderse. Uno solo por ahí podía agarrar un pollo; pero a un gliptodonte, lo tenían que agarrar entre varios –le explicó Gary a Marisa.
Para otro día quedó ir a practicar «Basquet con traición justificada». Es un juego que se basa en casos donde el traicionado tiene que demostrar merecer que lo traicionen. No todo traidor es malo. Hay psicópatas que tienen atrapada a una persona dentro de una lealtad.
Y así siguió Marisa, ya acostumbrándose a que la vida es una sucesión de pequeñas felicidades y traiciones.