Humor

Dura lex

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Seamos sinceros: democratizar la justicia es más difícil que hacer gárgaras con talco… El Poder Judicial –a diferencia del Ejecutivo y el Legislativo– es el único donde se puede llegar a algo: juez, fiscal, lo que sea, sin necesidad de presentarse a elecciones y que la gente tenga que votar.
Para nada. Aquí lo votan unos pocos en el Consejo de la Magistratura, luego le dan el okey otros pocos del senado y de señor pasa a ser usía, a tener despacho con secretario, a dejar de pagar impuestos a las ganancias, y el cargo le dura toda la vida útil… y a veces más, como en el caso del juez Fayt con sus 97 ahí, aunque él no se dé mucha cuenta.
Si bien ahora se habla del partido judicial, lo cierto es que desde siempre hubo una «familia judicial». Y con una tradición tan doméstica que era muy común que la toga pasara de padres a hijos y de estos a nietos, cuñados, yernos y cuando aparecen las mujeres, a esposas, hijas y amantes. Y a esto sumémosle los amigos.
–Es cierto –dijo un boga que pasaba por aquí–, como dijo Terencio, «communia sunt amicorum inter se omnia»: entre los amigos todo se comparte.
Y esto no es solo aquí y ahora, sino que fue siempre y en todos lados. Tan amigos son el juez Griesa y los fondos buitre que en cualquier momento veremos como le brotan las plumas debajo de la toga.
Todo se comparte y a nadie le gusta que venga alguien de afuera a patearle el fuero o a manosearle el expediente. Faltaba más.
Sin embargo, si hay algo que la Corte siempre supo hacer bien, es tener bien claro lo que sucedía en el país, olfatear dónde estaba el poder real y cómo flotar en esa marea, por más antidemocrática que sea.
Así se entiende que los golpes de Estado, desde 1930, no fueran declarados inconstitucionales. Que la constitución legítima del 49 haya sido borrada por un simple decreto firmado por un presidente de facto, lo cual es una aberración jurídica que dejó mudos a todos los profesores de Derecho Constitucional. Y luego, que para ser juez se debía jurar por el Estatuto para el Proceso de Reorganización Nacional, ¡y ellos lo hacían!
Por eso el concepto de famiglia unita. Uno para todos y todos para uno. Los trapitos sucios los lavamos en casa. Los de afuera no existen. Hoy por nosotros, mañana también.
Por eso rescatamos un viejo proverbio que sentencia que «No es a la ley a la que hay que temer, sino al juez».
Democratizar es una palabra poco usada en nuestra historia. ¡Aprovechémosla ahora, ante de que se la afanen!

Santiago Varela

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