Cultura | FLOR DE LA V EN «INTRUSOS»

La reina del chisme

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Julián Gorodischer

Teatral, espontánea y generosa en su rol de conductora, la actriz y vedette le da nuevos aires al programa con una agenda que incluye la temática LGTB.

Sello propio. La diva se muestra como una bastonera vistosa y reflexiva.

Foto: Ramiro Souto

Sube la música; está por aparecer una estrella a la antigua. El locutor la presenta y ella irrumpe hecha pura sonrisa en traje blanco de gitana, zapatea y se autoarenga por largos minutos en los que no emite palabra: ella teatraliza la escena que antes comandaba Jorge Rial al estilo «rueda de prensa». Ahora Intrusos es un pum para arriba que, como Socios del espectáculo, apela a la canción y el baile, al estallido festivo, en reemplazo de la información o las entrevistas: Flor es revista y es comedia. En la línea de las conductoras vistosas, hace de su vestuario un tópico, y el momento en que muestra la ropa es el clímax. Solo con su presencia, hay drama.
Flor de la V le invirtió el signo a Intrusos: su revolución es rehabilitar el antiguo emporio del chisme, una zona de escoria mediática que no aspira a un premio Martín Fierro ni al reconocimiento del «medio». El programa es hoy una tribuna de doctrina sobre temáticas del momento, misceláneas, que afectan sobre todo a la comunidad LGTB y los feminismos. «Lo hegemónico es la línea central de Gran Hermano», dice con una insistencia en el comentarismo del reality. Su marca es la mirada intensa a cámara; un rictus de tensión en pie de guerra. Siendo diva, Flor crece (como Flor Peña, como Lali Espósito) cuando luce poco producida, mal estudiada la letra, apenas relojeada la actualidad. Espontánea, gauchita.

Presencia liberadora
La conductora se entera junto con el público de lo que le cuentan los panelistas; así les levanta sus acciones; otras veces, algo ciclotímica, levanta el volumen, se enoja; ella es pura emocionalidad. Flor es una bastonera generosa, sabe retroceder y desaparecer del intercambio entre ellos. Rial no les pasaba la pelota a los suyos ni aun en el momento de sus exposiciones; ella le da otra jerarquía a su elenco (Peñoñori, Tauro, Duré): delega, cede terreno, los interroga, permanece atenta. Lo que sí mantiene el espacio –y Flor acata– es esa doble moral que en el período Rial era proclamar conducta ética y ventilar la parva chimenteril; y ahora se trata de criticar la chatura de GH y no dejar de debatirlo por donde se lo mire.
La deconstrucción canceló al programa «de chimentos», ese género tan pasado de moda que pautó la agenda de las siestas ochentosas con su apogeo terminando el siglo XX, en versiones tituladas Indiscreciones, Los profesionales, Rumores. Hoy, sus herederos son promocionales y autopercibidos como «amigos» o «aliados» de los artistas. Entonces, el antaño periodismo amarillo –donde latía una vibración viciosa, viscosa– hoy se aplana, se abuena. Y donde antes estaban habituados a que llegara una carta documento hoy se juega ingenuamente al «Enigmático», un acertijo naïf más cercano a la adivinanza infantil que a la figura del paparazo desalmado.
Si el ciclo fue históricamente un consumo masivo vergonzante, el nuevo Intrusos de Flor es una carroza de la Marcha del Orgullo. Vistosa, bajalínea, liberadora, reflexiva en pos de una gran causa. Flor es Flor: su clásico descargo en la Pelu cuando la acusaron una vez más de «mear de parado» fue un colmo de intensidad aguerrida y almodovariana; su signo distintivo, lo que la distancia de cualquier aparición coyuntural. Es una abrepuertas trans; femenina, madre, mediática hasta el tuétano; polemista. Chapeau, Flor.

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