Cultura | «RESURRECCIÓN» EN LA RURAL

La vida después del horror

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Mariano del Mazo

A 40 años de la recuperación de la democracia, el Teatro Colón inaugura su temporada lírica con una espectacular puesta en escena de la obra de Gustav Mahler.

Escenografía. Con una intención ampliamente política, la representación de la pieza pretende convertirse en un acontecimiento de impacto popular. (Fotos: Prensa Teatro Colón / Juan José Bruzza )

Con más de 300 personas en escena y una intención ampliamente política, el Teatro Colón inaugura el martes 7 de marzo su temporada lírica 2023, con la novedad de que lo hace extramuros. La obra elegida es la Sinfonía N° 2 de Gustav Mahler, Resurrección, y el sitio el Pabellón Ocre del predio de La Rural. La interpretación estará a cargo de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, bajo la batuta de Charles Dutoit. Y la escenografía, vestuario e iluminación será del director teatral Romeo Castellucci, con el protagonismo de la soprano Jaquelina Livieri y la mezzosoprano Guadalupe Barrientos. En coproducción con el Festival de Aix-en-Provence, en su singular escenario y en una puesta que se anuncia «espectacular», la representación de la pieza pretende convertirse en un acontecimiento de impacto popular.
Resurrección forma parte del ciclo «Colón en la Ciudad» y está pensada en el marco de la celebración de los 40 años de la recuperación de la democracia. Aunque no deja de resultar llamativo que la celebración se realice en dicho predio (la historia de La Rural y su compromiso democrático merecería una nota aparte), el lanzamiento de la temporada con esa obra y en ese escenario expresa una jugada fuerte en un año electoral. Como señala el director general y artístico del Teatro Colón, Jorge Telerman, «es una puesta dramática que escenifica la eterna lucha entre el bien y el mal pero, sobre todo, que vislumbra cómo la vida suele imponerse, aun en medio de la devastación. Una resurrección. En la Argentina llena de grietas, de abismos desde sociales hasta políticos, que tienen que ver con una sociedad abrumada, por momentos desesperanzada, el arte tiene la obligación de ofrecer un campo de reflexión. Esta es una obra que emociona por su belleza intrínseca y también por su capacidad de saber que no todo está perdido. Tal como pasó el 10 de diciembre de 1983».
Es la primera vez que esta versión de Resurrección se presenta fuera de Francia. Fue compuesta por Mahler entre 1888 y 1894. Primero el austríaco la escribió como un movimiento sinfónico basado en el drama poético titulado Totenfeier (Ritos fúnebres), del poeta polaco Adam Mickiewicz. La obra no fue bien recibida y Mahler la dejó en suspenso por años, hasta que se deslumbró con el poema «Aufersteh’n» (Resurrección) del alemán Friedrich Gottlieb Klopstock. Partió del original de Ritos fúnebres, hizo modificaciones y lo musicalizó. Los movimientos que diseñó Mahler son, narrativamente, cinco. El primero se basa en un funeral, con una idea fuerza que tiene que ver con una duda suspendida entre la filosofía y la religión, como es la pregunta de si hay vida después de la muerte; el segundo evoca momentos felices de la vida de quien murió; el tercero representa la pérdida de fe; el cuarto es una recuperación de esa fe perdida; el quinto movimiento es una celebración que habla de que sí, hay vida después de la muerte. Precisamente, la resurrección.
Existe un antecedente significativo de esta obra en la Argentina. En marzo de 2006, para conmemorar los 30 años del golpe de Estado, subió Resurrección con la dirección de Stefan Lano al frente de la Orquesta Estable del Teatro Colón. Fue un concierto titulado Por la vida y los derechos humanos. Verdad, justicia y memoria. En esa oportunidad, cargada de emoción, la actriz Cristina Banegas interpretó un texto antes de la ejecución del Himno Nacional Argentino. Como se puede observar, la pieza de Mahler se multiplica en contenidos y hoy vuelve a ser utilizada para otro aniversario cargado de simbolismos, en un país muy diferente al de 2006.

Criterio humanista
Se lee en el programa del Colón: «Tierra negra. Un caballo blanco. Rito de muerte y rito de salvación, en las propias palabras de Gustav Mahler. A partir de su Sinfonía Nº 2, el gran director teatral Romeo Castellucci elabora, con precisión de orfebre, un espectáculo conmovedor. Que efectivamente con-mueve. Saca de la quietud. Inquieta en el mejor sentido. Rescata, en todo caso, esa vieja función del arte de hablar de lo que lo rodea. De hacerse cargo del dolor y, también, de la esperanza. Del renacimiento».
El criterio humanista de la puesta armada por Castellucci habla de un mundo devastado y, a su vez, de la posibilidad de resurgir de las ruinas. Según se desprende de su estreno ocurrido el año pasado en Francia, «el ritmo, la luz y la música se convierten en rito y poesía». Finalmente la obra, que ya tiene casi un siglo y medio, tiene una vigencia espeluznante. Hay un mundo en guerra, un planeta cada vez más volcado al autoritarismo. Del horror de El Salvador a las ideologías de derecha que asolan a Europa, el panorama es siniestro. Como siempre, el arte ofrece algún tipo de salvación o, al menos, la posibilidad de acercar nuevas lecturas. 

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