Cuento | Por Marina Arias

El vaso roto

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Marina Arias (Haedo, 1973) publicó las novelas Fioruchi (2020), Bondi (2017), Neoprene (2016), Mochila (2014) y los libros de relatos Cuentos blancos (2018) y Hacia el mar (2008). Es doctora en Comunicación, directora de la especialización en Periodismo Cultural y codirectora del Laboratorio de Ideas y Textos Inteligentes Narrativos en la Facultad de Periodismo y Comunicación de la Universidad Nacional de La Plata.

Maru escucha a su madre balbucear una pregunta y a su padre que contesta secamente «más de las diez, Graciela». Deja la muñeca y el peinecito rosa sobre la mesa de luz, se pone las chinelas y sale de su cuarto. A través de la puerta entreabierta del otro dormitorio alcanza a ver a su padre de pie junto a la cama. El cuerpo de su madre se hunde bajo las frazadas y gira hacia la ventana. El padre se prende la camisa frente al espejo de la cómoda hasta que en el reflejo descubre sus ojos.
–Buen día, mi amor –casi grita mientras se acerca a grandes pasos.
Cierra la puerta a sus espaldas, la levanta por la cintura y le da un beso en la cabeza.
–¿Cómo dormiste?
–Bien… –dice Maru.
El padre la baja despacio y mientras se acomoda la camisa dentro del pantalón, dice sin mirarla:
–Mami se va a levantar dentro de un rato porque no se siente bien. Vamos que te preparo la leche.
Maru lo sigue hasta la cocina y se sienta a la mesa. El padre unta una galletita con manteca y la deja al lado de sus manos. Llena un vaso con leche, le agrega dos cucharadas de chocolate y lo revuelve apenas.
–Ayer cuando llegué fui a darte un beso pero ya estabas dormida –dice mirándola de reojo mientras apoya el vaso frente a su cara–. No escuchaste nada, ¿no?
Maru niega con la cabeza y mordisquea la galletita. El padre se va al living y recién entonces Maru mira la mesada: dentro de un paquete de papel de diario adivina los pedazos del vaso roto. Empieza a marcar un ritmo con el pie contra el mantel y canta:
–Cero-tres, cero-tres, cuatro, cinco, seis, lalalara-laralá.
Anoche cuando se terminó todos los fideos, la madre puso el casete de Rafaela y empezaron a bailar como locas. Mueva, Maru, mueva, la había aplaudido la madre entre carcajadas. Después vació el vaso de un trago y le dijo que pronto la iba a llevar a un boliche. «Los mejores años de la vida pasan volando, Maru, por eso hay que aprovecharlos», le explicó tratando de mirarla fijo a los ojos. “Cuando yo tenía casi tu misma edad, los chicos hacían cola para bailar conmigo, ¿sabías, Maru?”. Maru empezó a sacudir la cadera como hacían las mujeres de la tele. Y la madre se rio más fuerte todavía.
El padre disca un número en el teléfono del living, se apoya el tubo en el pecho y dice hacia la cocina:
–Tomá la leche que se enfría, Maru.
Después carraspea:
–Hola, Fabiana. Escuchame, voy a llegar más tarde.
Maru empieza a golpear la taza con la cucharita.
Mueva, Maru, mueva.
Cuando terminó la canción, la madre la puso otra vez, abrió el freezer y sacó otros dos cubitos de hielo. “Ahora cuando venga papi, nos vamos a poner bien lindas y le vamos a decir que nos lleve a dar una vuelta por ahí”, le había prometido mientras se volvía a servir whisky.
El teléfono dice que tú no estás… lalalara-laralá, canta ahora Maru más fuerte y patea la mesa marcando el ritmo.
–Maru, por favor… –le pide el padre desde el living–. No, nada, Fabiana. Comunicate con el estudio de Quiroz y pasá la reunión para después del mediodía. Nada más, gracias.
Corta el teléfono y le pregunta si quiere otra galletita con manteca. Maru dice que no con la cabeza. El padre le dice que entonces termine la leche y vaya a su cuarto a preparar las cosas para el colegio. Prende un cigarrillo y sale al jardín.
Mueva, Maru, mueva, mueva.
La madre la había coreado entusiasmada un rato largo. Hasta que sonó el teléfono. “Teneme el vaso, mi amor”, le dijo entonces y corrió al living a atender.
Pero Maru había dejado el vaso en el bordecito de la mesada para poder seguir bailando.
Cero- tres, cero- tres, cuatro, cinco, seis, había seguido saltando sola. Entonces volvió la madre. Pero ya no cantaba. Apretando los dientes dijo que estaba harta de estar todo el día sola y volcó la botella con fuerza sobre el vaso para servirse lo que quedaba en el fondo. El vaso perdió el equilibrio, cayó contra el piso y se hizo pedazos. La madre dijo dos malas palabras, apagó el equipo de música y le dijo que se fuera a dormir. Que el padre iba a llegar a cualquier hora. Como siempre. Maru salió de la cocina caminando con cuidado para no pisar los vidrios. Se metió en la cama y cerró los ojos. Oyó a la madre buscando otra botella en el aparador del living. Después la sintió llorar y se apretó las orejas con fuerza hasta quedarse dormida.
Maru mira por última vez el paquete de papel de diario con los restos del vaso. Vacía la taza en la pileta, la apoya con mucho cuidado en el centro de la mesada y vuelve a su habitación a terminar de peinar a su muñeca.

Ilustración: Patricio Oliver

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