De cerca | ENTREVISTA A ROBERTO JACOBY

«El arte es como el juego»

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Valeria Tentoni

La salida de un libro que agrupa las memorables letras que escribió para Virus sirve de excusa para repasar una producción tan variada como rica e inclasificable.

Foto: Horacio Paone

Como al amor verdadero, definir a Roberto Jacoby es algo muy difícil: artista, sociólogo, crítico, coleccionista, poeta, letrista, agitador o mago propiciatorio de algunas de las escenas más marcantes del arte contemporáneo argentino desde los años 60, cuando participó del Instituto Di Tella.
Sempiterno duende inquieto, Jacoby confiesa que recién ahora, a sus 79 años, quizás pueda estar en paz con «no hacer algo todo el tiempo». Está sentado de espaldas a la biblioteca de la vieja sede del Centro de Investigaciones Artísticas (CIA), uno de sus últimos proyectos: duró una década –medida que sirve también para contar los años que pasó en otros como Virus o revista Ramona–, pero la pandemia se encargó de liquidarlo.
El CIA, explica, no tenía alumnos sino «agentes»: «En el sentido de actuar, de tomar acción». La potencia está en el efecto más que en la explicación, probó en campañas como «yo tengo Sida» en la que, junto a Kiwi Sainz, crearon remeras destinadas a concientizar en los 90. Ahora, Editorial Planeta acaba de reunir las letras de canciones y letras para Virus en el tomo Superficies de placer, con prólogo de Andrés Calamaro y elogios de artistas como Dani Umpi, Paula Maffía o Fito Páez.

«Nunca aprendí a escribir letras de canciones. En general, muy pocas cosas aprendí. Arte sí, pero de chico, estudiando dibujo con profesores particulares.»

¿Cómo comenzaron tus colaboraciones con Federico Moura?
–Yo estaba escribiendo poesía y pequeños relatos y Federico se encontró con un amigo común, Daniel Melgarejo. Le contó que estaba por sacar un disco, pero que no le terminaban de convencer las letras, entonces él le dijo que me llamara a mí. Fue así. Me llamó, vino a mi casa, leyó lo que yo había escrito. Me dejó unos casettes para que le dijera qué me parecían y se llevó una letra. Así empezó todo.
¿Y qué escribías en esa época?
–Cuentitos, obras de teatro. Nada importante.
¿Cómo aprendiste a escribir letras de canciones como las que aparecen en el libro?
–No aprendí nunca. En general, muy pocas cosas aprendí. Arte sí, pero de chico, estudiando dibujo con profesores particulares porque me gustaban mucho las historietas.
También es reciente la reedición de El asalto al cielo, ¿de qué se trata?
–Durante la dictadura me entretuve pensando y escribiendo eso. Fue una indagación sobre la teoría revolucionaria en boga en esos años. Cuando terminé la investigación, en 1985, me pareció que no valía la pena publicarla. Circulaban fotocopias en la carrera de sociología de la Universidad de Buenos Aires y Fogwill, que además de escritor era sociólogo, se lo comentó a Francisco Garamona, editor de Mansalva. Pensé que al ser una editorial literaria podía hacerlo pasar por novela: yo lo que quería era que la gente se preguntara «¿y esto qué es?»
¿Esa pregunta te importa mucho? 
–Cualquier trabajo que escape a la normatividad vigente en determinado momento se convierte en incomprensible. Viene una teoría nueva y todos dicen «¿y esto qué es?». Esa parte me parece muy interesante, el momento de transición hacia algo nuevo. Primero sucede y después se piensa. No es como mucha gente cree, que primero se piensan las cosas y después se hacen. Es exactamente al revés. 

¿Qué creés que le hace el arte al futuro?
–Es un misterio. Lo mismo que el arte en sí. No sabemos cómo va a ser el futuro, son todas hipótesis o expresiones del deseo. No sabemos tampoco cómo es el pasado, porque está siendo reescrito todo el tiempo. Cosas a las que nadie les prestaba atención o que tenían cierto sentido, pasan 500 años y tienen un sentido opuesto. 
En el libro decís que tu etapa con Virus fue importante para tu vida artística y también civil, ¿por qué?
–Civil en el sentido de intervención sobre la vida popular. No era solamente una cuestión artística, de crear un objeto, una letra o una música, sino que eso tenía consecuencias. 
¿Tenían conciencia de los cambios que estaban produciendo?
–Yo no tanto. Tenía conciencia del poder de los medios, por supuesto, pero no tenía conciencia ni planes acerca de lo que podía pasar con Virus. Empecé a trabajar en Wadu-Wadu como un entretenimiento; me daba ánimos y la época era bastante fea. Pero nunca pensé en tener éxito o ganar plata. 
Esta idea de la «estrategia de la alegría», de habilitar emociones prohibidas, ¿de qué se trataba?
–Ahí sí tenía yo una dirección, que había adquirido justamente haciendo ese trabajo tremendo del libro El asalto al cielo. Había estudiado teóricos de la guerra, como Von Clausewitz. Había aprendido que en una guerra no se trata de aniquilar al enemigo, que era lo que estaba sucediendo en Argentina, sino de aniquilar a algunos para conseguir la aceptación de los demás de que sus objetivos son imposibles de alcanzar. A eso lo llamaba «la destrucción de la fuerza moral del enemigo». Se necesitaba realmente cambiar la cabeza. Virus logró un cambio, pero hubo muchos otros grupos y eso es lo lógico, nunca podría haber sido un solo grupo. Un cambio así no se hace solo.

«No sabemos cómo va a ser el futuro, son todas hipótesis o expresiones del deseo. No sabemos cómo es el pasado, porque está siendo reescrito todo el tiempo.»

¿Hubo resistencia?
–En la primera presentación pública de Virus en un festival, la producción del evento repartía naranjas para que no se murieran de sed los chicos del público. No les querían dar botellas para que no se las tiraran. No bien Federico arrancó a cantar, empezaron a tirarle naranjas. Naranjas, naranjas, naranjas. Así lograron hacer famoso a Virus en un día. Federico pensaba que eso quería decir que le había tocado algún nervio al público.
¿Qué venían a discutir?
–Creo que era una oposición a lo existente, una negatividad hacia las formas de vida vigentes. Si todos se vestían con camperas de cuero, ellos se iban a vestir con camisitas de colores. Si otros usaban el pelo largo, ellos usaban el pelo con jopo. Todo tenía que ser así, y eso es también lo que producía la reacción en contra.
También fue una revolución hablar del placer, ¿no?
–Fue, de nuevo, trabajar en contra del sentido común. Y también por las lecturas de la época, un movimiento teórico acerca de la corporalidad; así como en la época anterior el protagonista era el inconsciente, por esos días se leía a Michel Foucault, que venía a pensar en las formas en que el cuerpo es apresado en las redes del poder. 

Un arma cargada de futuro
Merecedor de la Beca Guggenheim, Jacoby ha realizado muestras en espacios como la galería Belleza y Felicidad o el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires. El Museo Reina Sofía, en España, realizó una retrospectiva que sistematizó todas sus obras y experiencias con foco en su carácter «in-disciplinar». «La obra de Jacoby plantea un entorno complejo en el que las normas aceptadas se disuelven generando espacios en los que el vínculo con lo social es inevitable», explicaban.
¿Cuál es tu idea de obra de arte?
–La obra de arte está puesta en cuestión desde hace más de un siglo. Cada vez prospera más esa idea de obra sin límites claros, que no es necesariamente algo que puedas colgar de una pared. Una obra puede ser un rumor, un paso, un peinado. Cualquier cosa puede ser obra de arte. Esa idea del arte contemporáneo justamente es tan conflictiva porque no excluye nada. Los que mejor pueden entenderla son los niños: no se hacen todas esas preguntas, no tienen una idea fija. Lo que sí es muy difícil es enseñar el arte a una liebre muerta, como es la gente adulta.

Foto: Horacio Paone

Definiste a los poemas como chispazos más allá del entendimiento.
–Y eso es más importante que el me gusta, no me gusta. Las explicaciones no sirven, porque las obras no están con el artista al lado explicando de qué se tratan. Pedirle a un artista que explique su obra es una muy mala idea, siempre es un desastre. Cambio de opinión cada tanto, pero creo que los poemas son canciones emancipadas. Se han liberado de su obligación con las reglas de la canción. 
¿Les decían que las letras de Virus no se entendían?
–Yo desconfío de eso que decían, que no se entendían. Más claras, imposible. Creo que era otra cosa: entenderlas implicaba abandonar creencias. La crítica no hacía referencia a las letras sino a la totalidad de lo que el grupo transmitía y hacía patente.
¿Qué te pasó al ver todas las letras reunidas?
–No me identifico mucho. Me parece que las hubiera escrito otra persona. Y menos mal, porque si no no podría volver a escribir. Pero no me sentiría capaz de escribirlas hoy. 
Es difícil catalogar tu obra, ¿cómo te llevás con eso?
–Es un karma, aunque me gusta porque hago lo que me sale. Soy espontáneo, y si algo no me gusta no lo hago más y si tengo ganas empiezo a hacer algo nuevo. La parte fea es estar siempre comenzando; te arriesgás cada vez. Ojalá pudiera tener una vida tan tranquila y concentrada como la de un pintor que se levanta todos los días y pinta a la mañana, después almuerza y cada tanto vende algún que otro cuadro. Soy más bien de saltar de una cosa a la otra. Pero son distracciones de larga duración. 

«Virus era una oposición a lo existente, una negatividad hacia las formas de vida vigentes. Si todos usaban el pelo largo, ellos usaban el pelo con jopo.»

En el Museo Reino Sofía hicieron una gran retrospectiva en tu honor, ¿cómo fue?
–En Argentina yo no tenía un público, sino más bien una opinión desconfiada respecto de lo que hago. A partir de lo que pasó en el Reina Sofía, la actitud hacia mí cambió un poco. Pero yo nunca pensé en triunfar, y menos en otro lado. Siempre viví de cualquier cosa, tuve muchos oficios. Nunca viví de hacer obra. Incluso en la época de Virus, con lo que ganábamos durante cuatro meses de recaudación de SADAIC nos alcanzaba para pagar un café con leche.
¿Después de todo este camino, algo cambió?
–Hay una cosa que ya no siento más, y es la presión por «hacer algo». Toda la vida estuve pensando «tengo que hacer algo», y ahora no. Yo ya hice bastante. Ahora que hagan otros. Y contribuyo desde donde pueda.
¿Por qué creés que es importante el arte en este mundo?
–Es como el juego. El arte crea una idea de la vida más libre. Una vida sin juego es casi imposible de imaginar. El arte es así. Puede ir cambiando de forma, de público, pero esa actividad del deseo autónomo es algo que ayuda a vivir.
Escribiste «hay que salir del agujero interior/ pegar la piña en otra dirección». ¿Creés que el arte puede sacarnos hoy día del agujero?
–No creo que pueda modificar la situación, pero es como decía un economista británico: ya que no podemos cambiar el mundo, cambiemos de conversación. No vas a cambiar el mundo con el arte, pero sí podés cambiar tu propia vida. La tuya, la de tus amigos. Podés armar pequeños núcleos, espacios no regimentados, que traten de desprenderse de todas las imposiciones a la vida. 

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