De cerca | ENTREVISTA A ALFREDO ARIAS

Embajador del arte pop

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Damián Damore

Reconocido en Francia, el actor, director y autor volvió al país para montar Bela Vamp en El Extranjero y Hello, Andy en el Teatro Colón. Memorias del Di Tella.

Foto: Diego Martínez

Es difícil saber si el modo de ir acomodándose en el río revuelto de las convicciones es un avance o un retroceso. Para el director y dramaturgo Alfredo Arias ese debate interno fue como patear una pelota pesada para arriba y ver dónde caía. Nacido en la ciudad de Lanús, Arias participó en el legendario Instituto Di Tella, pero antes de convertirse en una figura de ese hito cultural abandonó la casa de sus padres tras una discusión cuando tenía dieciocho años. ¿El conflicto? Su deseo de ser artista.
«Me fui caminando desde allí hasta Plaza San Martín, en el barrio de Retiro», recuerda.
«Estoy ahora reconstruyendo ese viaje para un documental. Fue un viaje hacia el futuro: mi futuro. A raíz de este trabajo estuve en contacto con Lanús y ese mundo. No tiene nada que ver lo que se ve hoy con aquello que yo vi. No vamos a hacer una película sobre la destrucción de la ciudad porque eso se lee solo, se verá algo mucho más íntimo y profundo. Por aquel entonces, la ciudad se repetía en casas bajas de clase media. Mi padre construía casas, en mi infancia circulamos mucho entre Remedios de Escalada y Lanús. Ese lugar quedó como algo fantasmagórico porque yo luego me mudé a Francia. Y allí, curiosamente, Lanús retoma una significación bastante particular ya que «l’année» significa «el ano». Quedó bastante expresivo decir en Francia que venía del culo del mundo, sin forzar las palabras, que sonaban casi iguales».

En 1966 montó su Drácula en el Di Tella y, según él, fue llevar esa historia a tal punto que pareciera una historieta. «Reduje, sinteticé y amplifiqué una historia popular», describe su primer acercamiento a la parodia, que se volvería una marca distintiva de su obra teatral. Radicado en Francia desde 1969, se convirtió en una de las personalidades teatrales argentinas más influyentes. A partir de esos primeros años en París, su búsqueda profesional contribuyó a la renovación del teatro parisino, junto a Jorge Lavelli, Marilú Marini y Raúl Damonte Botana, más conocido como Copi. «Irme fue una respuesta al desmantelamiento que sufrió el Instituto Di Tella donde desarrollé toda mi actividad de artista», cuenta. «Las amenazas de lo que vino después, es decir la represión, eran evidentes. Ahí descubrí con qué armas se pueden combatir esos ataques. Las consecuencias de ser artista eran graves: para poder continuar manteniendo una identidad y protegerme me tuve que ir. Por un encadenamiento de circunstancias fortuitas llegué a Venezuela, luego viajé a Nueva York y posteriormente a Francia. En un primer momento Francia no me gustó, no se correspondía para nada al espíritu comunitario que vivimos en ese momento en el Di Tella: compartir estudios con otros artistas fue muy difícil reemplazarlo, pero aparece la figura de Copi y todo cambia».


–¿Cómo fue ese encuentro?

–Me propuso hacer la obra Eva Perón, que él terminaba de escribir. A mí se me ocurrió que el rol de ella lo tenía que hacer un actor, y eso produjo un escándalo enorme movilizado por el peronismo. Culminó con un atentado en el teatro, el acto tuvo dos consecuencias: primero una notoriedad inmediata, porque me convertí en un artista atacado por un grupo de extrema derecha, y segundo la imposibilidad de volver a Argentina inmediatamente. Copi venía de la familia propietaria del diario Crítica, que eran opositores al peronismo. En ese momento el peronismo entendió que era un panfleto de la familia y no la obra que se convirtió en un hito del teatro contemporáneo.

–Volvamos a los inicios, ¿su casa de Lanús todavía existe?

–Sí, está en Hipólito Yrigoyen 5320 junto al pasaje Planes: allí vive mi hermano. Hubo una gran incertidumbre sobre lo que pasó ahí, porque jamás volví a visitar el lugar. Lo curioso de esto es que cuando fuimos a reconstruir ese momento de mi vida para el documental, no sabía quién vivía dónde pasé gran parte de mi adolescencia y mi juventud antes de partir a Europa. Yo perdí todo contacto con mi familia. Cuando llegamos ahí, el encargado del guion de la película vio salir a una persona de la casa: era mi hermano. Para dramatizar la situación nunca me bajé del coche en el que fuimos, para guardar el suspenso. Quiero no entrar en esa casa, fui solo para reconstruir la memoria.

–¿El Instituto Di Tella fue la mejor versión del pop nacional?

–Yo creo que fue la mejor versión de la cultura; es decir, en ese momento planteamos ese posicionamiento estético, pero había una diversidad de artistas. Lógicamente que hubo algo llamativo e interesante desde el punto de vista de la comunicación con el público, porque era popular. El Di Tella fue un espacio que se abrió a muchísima gente, fue un momento ideal en el cual se unieron mecenas iluminados. Los Di Tella, más ese grupo de artistas en ebullición, provocaron un movimiento de intensidad. Las cosas no se pueden prever, la historia las prepara y luego los parámetros inciden para que se produzcan.

–¿Cómo explica que una vanguardia haya surgido de una institución?

–Porque los directores del Di Tella eran gente capaz. El problema es quién está a la cabeza de las instituciones. La idea genial de los Di Tella fue nombrar a Jorge Romero Brest, a Samuel Paz y a Enrique Oteiza, su primer director. Toda esa gente supo poner a una Argentina cultivada en el mapa del mundo. El problema que podemos tener con la gente en las instituciones es que no estén a la altura de lo que tienen que representar. En este caso sí estuvieron.


–¿Observa movimientos vanguardistas en este siglo?
–Yo no soy crítico de arte. La expectativa de la vanguardia me parece muy frustrante porque no son cosas que se producen de un día para el otro, necesitan una elaboración muy densa de la sociedad, además de la preparación y la necesidad de los artistas que, por ejemplo, deben ser más cáusticos o ponerse en situaciones críticas o lúcidas respecto de la sociedad. Yo no espero nada y no estoy a la expectativa de nada porque hay que estar más en acción. Grandes movimientos de vanguardias no veo.


Estética del lunfardo
Actualmente Arias está en Argentina, y atiende a la prensa en su estudio en el barrio de Recoleta. El espacio está revestido por el material de una muestra de la que no quiere adelantar nada: pupitres en fila tapados con papel, una puesta perturbadora si nos lanzamos a imaginarla en otro espacio. Solo explica, con una mueca de picardía, que eso es para «más adelante». Arias, que en marzo cumplió 80 años, conserva el entusiasmo y la energía de aquel muchacho que se marchó de Lanús. Su obra Bela Vamp se encuentra en cartel en El Extranjero, el teatro ubicado en el Abasto. Narra el encuentro con Bela Lugosi, el actor húngaro que en Hollywood se inmoló en la piel del conde más famoso de la literatura. Iba a estrenarse en el Centro de Experimentación del Teatro Colón, pero algunos problemas relacionados con la puesta obligaron a modificar el programa: presentará en cambio Hello, Andy en junio, otra obra de la trilogía basada en estrellas de cine en decadencia. En este caso se trata de un monólogo sobre el ocaso de Joan Crawford, famosa partenaire de Bette Davis en la extraordinaria ¿Qué pasó con Baby Jane?, dirigida por Robert Aldrich. La pieza se montó en Proa en 2018, donde Alejandra Radano interpretó a esa actriz que, como Bela Lugosi, también fue abandonada por el cine. La tercera parte será sobre Sophia Loren, pero por ahora Arias piensa en James Brown usaba ruleros, la última creación de la escritora francesa Yasmina Reza, que montará en el Teatro San Martín en septiembre. 

–El teórico ruso Lev Manovich hizo un estudio a finales del siglo XX de cómo las vanguardias históricas de los años 20 se han desarrollado y aplicado en los nuevos medios a través de una estética y genealogía similares. ¿Qué piensa usted de esa teoría?
–Me parece que se está gateando todavía en eso, entiendo que el cambio ya pasó. Lo es desde un punto de vista tecnológico, desde el punto de vista artístico no lo veo así. ¿Si todo eso se va a constituir en una vanguardia? No lo creo. Para mí la tecnología ha dado uno de los peores momentos del cine: todo lo que veo intervenido a través de la tecnología es verdaderamente espantoso.

–¿Se refiere al 3D?
–No, el 3D no, sino lo que se hace con toda esa mutación. Un crítico francés dijo a propósito del tema «cómo extraño el cierre relámpago de King Kong». Hay que despojarse de esta cosa que por el momento la veo descontrolada.

Foto: Diego Martínez

Uno de los movimientos simultáneos a la vanguardia pop fue el Nuevo Realismo en Francia, cuyo impulsor fue el crítico de arte Pierre Restany, ¿lo conoció?
–Sí, claro. Fue muy influyente en el momento de valorar incluso todo lo que pasaba aquí en Argentina y darle un relieve. Se movía mucho la gente en ese momento. Cuando presenté mi primer espectáculo en el Di Tella, me encontré con un señor debajo de una escalera. Me saludo y se presentó: «Soy Leo Castelli, creo que su obra puede proyectarse fuera de Argentina». Castelli fue un marchante, el creador del sistema de galería de arte contemporáneo tal como se las conoce ahora. Argentina interesaba muchísimo.
–En ese momento se inventaron muchas cosas, justamente Restany creó el término «pop lunfardo» para referirse a la vertiente argentina.
–Es verdad. No sé si el pop-art que nosotros desarrollamos les gustaba mucho a los amigos que teníamos, pero eso ya había tenido un nacimiento con Antonio Berni. Berni fue una persona que miró muchísimo la frontera del lunfardo. Es lunfardo porque hay una precariedad en todo lo que hacíamos, no eran obras terminadas como las de Marisol Escobar: eran trabajos bastante improvisados. 

–Volvamos al documental que está haciendo, ¿tiene apoyo del Incaa?
–Hemos quedados muy desarticulados con todos los movimientos que suceden en el Incaa, íbamos a presentar el proyecto pero no lo hicimos. Entre resignarse a la incertidumbre y reaccionar, yo decidí reaccionar. Con mi sobrino Alejandro Arias lo producimos con lo que podemos, somos un equipo de guerrilla, un comando. Contratamos un policía para que nos cuide en zonas peligrosas, porque somos tres o cuatro. Lo estoy realizando con Ignacio Masllorens, con quien realicé el film Fanny camina, sobre Fanny Navarro. No puedo decir cuándo va a estar terminada porque es de notoriedad pública que el cine argentino por el momento está totalmente desarmado.
–¿Por qué a su edad hace tantas cosas?
–El tema de los años me lo devuelven más los otros que yo. Me considero una persona sin edad. Estoy entrenado para pensar, luchar y hacer cosas. Es más fuerte que yo, es algo que me surge naturalmente. Tengo que no pensar mucho sobre eso. O pensar menos, porque las ideas fluyen. Es muy gratificante levantarse y saber que tengo cuarenta ideas y que puedo descartar treinta y nueve a la basura. Siempre espero que la que elijo sea la mejor.

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