De cerca | ENTREVISTA A CARLOS BELLOSO

«Siempre estoy aprendiendo»

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Bárbara Schijman – Fotos: Jorge Aloy

Entre la realidad y la ficción, su obra El aparato proyecta una distopía argentina. Personajes entrañables en cine, teatro y tevé. Compromiso político y Malvinas.

«Estudié dibujo y pintura con Hermenegildo Sábat. Pinté cuadros, hice música también. En un momento me pregunté: “Bueno, ¿ahora soy pintor? ¿Soy músico?”. No, es la actuación lo que une todo. De alguna manera, ser actor es como una excusa para aprender un montón de cosas. Como actor pinto y hago música, por si en algún momento lo necesito», resume Carlos Belloso su identidad como artista. Dueño de una prolífica carrera en cine, teatro y televisión, estudió en la Escuela Municipal de Arte Dramático de Buenos Aires.
Belloso se convirtió en uno de los mejores actores de su generación, a partir de grandes interpretaciones en el under porteño. Junto a Damián Dreizik fue parte del dúo Los melli, con el que animaron la movida del Parakultural. Con el tiempo alcanzó popularidad de la mano de personajes entrañables como «el Vasquito» en Campeones de la vida; Donatello en Culpables, Willy en Tumberos, Quique en Sos mi vida o «el Astrólogo» en la versión televisiva de Los siete locos que dirigió Fernando Spiner para la TV Pública.
En la pantalla grande se destacó en películas como La niña santa, Peligrosa obsesión. También son recordados sus papeles como Héctor Cámpora en Unidad XV y como Medina en La odisea de los giles. En teatro se lució en The Pillowman, Le prenom, Dígalo con mímica y, más recientemente, en Salvajada. Hizo de villano en la serie División Palermo y, actualmente, se presenta con El aparato los sábados a las 20.30 en la sala Muy Teatro.

«Hace dos años que trabajamos con Hernán “Curly” Jiménez, el director de la obra, en este unipersonal, una pieza que está muy apoyada en 1984, de Orwell»

El aparato describe un futuro distópico pero con toques muy actuales. ¿Cuánto se valió de la realidad política y social para dar forma al unipersonal? 
–Este año me politicé más de lo que naturalmente me politizo. Colaboré y apoyé abiertamente, en la Ciudad, a Leandro Santoro, y apoyé mucho a Juan Grabois también. Hace dos años que trabajamos con Hernán «Curly» Jiménez, el director de la obra, en este unipersonal, una pieza que está muy apoyada en 1984, de Orwell, ese estilo de sociedad con un aparato ideológico y represivo de Estado en un futuro distópico. Se cruzó la figura de Javier Milei y la incorporé. Lo monté arriba de 1984, pero en lugar del Gran Hermano que te vigila me gustó la idea de reemplazarlo por un concepto lacaniano que es el Gran Otro, que observa todo, controla todo, pero desde el punto de vista del lenguaje y de las reglas del juego. A partir de ahí todos los personajes que derivaron tienen que ver con algo del lenguaje.
–Una suerte de síntesis entre ficción y realidad.
–Sí, el resultado se convierte en Tiempos modernos o en El gran dictador, de Charles Chaplin. Pero lo apoyé con mucha literatura, por ejemplo de Sheldon Wolin, un escritor norteamericano de quien tomé los conceptos de democracia dirigida y totalitarismo invertido. Es como una especie de 1984 pero no apuntando a un socialismo sino más bien a un capitalismo totalmente dictatorial. Están los dispositivos de odio y todo lo que aparece en 1984 pero más aggiornado. En El aparato hablo de Comodoro Py, de Milei, del Incucai, de la Justicia. Lo que hago es describir una sociedad que va directamente a una distopía con respecto a la sensibilidad. En el espectáculo también toco el tema de los planes de salud que se ocupan del síntoma y no atacan profundamente la causa, que es el propio sistema.

–¿Cómo concibe el vínculo entre arte y poder?
–Una cosa es hacer entretenimiento para que la gente se divierta, se entretenga, con cualquier clase de formato, y otra cosa es tener algo que decir, una opinión propia. A partir de ahí, uno va generando ensayos, escrituras, que sean ingeniosas y divertidas a la vez, para que también sea un entretenimiento de una forma de pensar. Por ejemplo, cuando pensé El aparato hacía dos años que en algún punto vigilaba a Milei, porque ya era diputado. Que ese ser sea diputado ya indica que es una democracia muy extraña. Es un ser muy violento e inestable. En ocasiones se dice que la política no escucha al pueblo, pero esta persona quiere destruir al pueblo, es una contradicción en sí misma. Desconoce la democracia, los derechos humanos. El absurdo supera a la ficción, porque no sé qué es más disparatado, si el espectáculo que hago o el libro El Loco, que habla sobre Milei. Más allá de eso, 1984 de Orwell siempre me pareció un esquema muy claro para ver todos los resortes del poder, lo que nosotros votamos y el poder real.

«Me la pasaba viendo películas. Tenía mucho cine en la cabeza. Siempre tuve pulsión de actuar. En un momento conocí el teatro y ahí se abrió todo un mundo»

–¿Soñaba con dedicarse a la actuación?
–Siempre actué, de muy chico. Y me la pasaba viendo televisión. Digo como chiste que vi tanta televisión que un día me caí adentro. Los fines de semana mis padres me daban plata y me iba al cine. En el Astral y el Regina, de Munro, daban distintas películas: me iba los sábados y hacía todo el continuado en el Astral y el domingo me hacía el continuado en el Regina. Me la pasaba viendo toda clase de películas, las de Sergio Leone, por ejemplo, el spaghetti western. Veía cine continuado y podía llegar a ver la misma película varias veces en el mismo día. Todos los sábados y domingos en el cine, desde el mediodía hasta la tarde noche. Tenía mucho cine en la cabeza. Siempre tuve pulsión de actuar. En un momento conocí el teatro y ahí se abrió todo un mundo. Poco a poco fui yendo para los lugares que después fui abordando. Cada formato tiene su tradición, y no hay que creer que porque uno actúa bien en teatro puede actuar bien en el cine: es otra cosa, son otros modos. La televisión, ahora las series son formatos a los que uno tiene que entrar con cautela, aprendiendo. Siempre estoy aprendiendo.
–¿Hay alguna definición de arte con la que se identifique?
–Cuando cuento algo necesito que haga alquimia con alguna cosa, con la gente, con el pasado, con el futuro. Hay una definición de Novalis, el poeta romántico, que dice que un mago tiene que convencerse a sí mismo primero de que lo que hace es magia, porque de lo contrario no hay magia. Me parece que al artista le cabe lo mismo: lo primero que tiene que pensar es que está haciendo arte, que hay un hechizo, una alquimia, una magia, de lo contrario no se la cree nadie.
–A lo largo de su carrera hizo personajes muy entrañables, muy queridos, que dejaron huella tanto en la televisión como en el teatro y el cine. ¿Por qué le parece que han tenido tanto eco en el público?
–Hay un nivel de verdad en la actuación. La televisión, por ejemplo, es un formato chato porque hay un plano; el cine, en cambio, es más envolvente. Pero la televisión es más chata y la actuación tiene que salir de la pantalla y eso se lo da el nivel de verdad. Tiene que ver con que esa verdad logre trascender, obviamente que el texto también es importante. Hay una complicidad con la gente que lo ve y sale de la pantalla: eso hace que un personaje determinado irradie un calor fuera de la pantalla fría. En el cine los planos son más cortos, se fija más un pensamiento, que trasciende y envuelve a la gente. En el teatro uno se acerca al proscenio y hay complicidad con el público. El teatro para mí es el manantial creativo: tiene todo.

¿Quiénes son sus grandes referentes?
–Alfredo Alcón tenía momentos con el público que eran interesantísimos, lograba ese acercamiento con el público y eso le fascinaba. Todos, hasta los malos, son mi inspiración, porque realmente de lo malo se aprende mucho también, como a no hacer determinada cosa. Lon Chaney fue un maestro, el actor de cine mudo que hizo El hombre lobo y El jorobado de Notre Dame.  Y también argentinos, Pepe Soriano es uno de ellos. Con él trabajé en RRDT. Soriano fue maravilloso. Una vez le dije que si yo hacía cine o teatro era por haber visto a personas como él, que para mí había sido un ejemplo. Verlo actuar era increíble.

«Novalis, el poeta romántico, dice que un mago tiene que convencerse a sí mismo primero, porque de lo contrario no hay magia. Y al artista le cabe lo mismo»

–¿Alguna obra que lo conmueva en particular?
–Hay algunas obras que a mí se me fijan como recurrentes: 1984, de Orwell, y Brazil, del director británico Terry Gilliam, que es una base donde los resortes del poder se ven muy claros. Obviamente que 1984 es una exageración y entonces es una distopía totalmente futurista, pero esos dispositivos están en nuestros días. Y hay una obra que yo tuve la oportunidad de hacer, Los siete locos, de Roberto Arlt, que habla mucho de nosotros. A mí me gusta mucho el teatro inglés, el poder degustar las palabras, no sé inglés pero me gusta mucho esa forma. Con mi amigo Hernán Jiménez, que me dirige en El aparato, tenemos ganas de actuar un Sherlock Holmes y el Doctor Watson. Es algo que querría hacer más adelante. Esbocé una primera forma y tenemos ganas de profundizarlo para desglosar bien el método científico que tenía Sherlock Holmes, lo deductivo y lo inductivo, eso me apasiona.

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