De cerca | GABRIEL «PUMA» GOITY

Sueño cumplido

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Javier Firpo

El actor cosecha elogios por su interpretación de Cyrano de Bergerac en el teatro San Martín y por su papel de vecino poco querible en la exitosa serie El encargado.

Foto: Guadalupe Lombardo

Baja del ascensor cantando, pero en realidad no es lo que parece. Se trata de un ejercicio vocal, explica, para que la garganta vaya entrando en calor, porque en un rato estará en el escenario de la sala Martín Coronado caracterizando a Cyrano de Bergerac, el personaje que lo tendrá en escena más de tres horas. Estamos en el segundo piso del teatro San Martín y Gabriel Goity transmite un humor espléndido y acepta sonriente las indicaciones de la fotógrafa sin dejar de ejercitar su gola. «Estoy viviendo un año de ensueño», le dice a Acción mientras la cámara lo enfoca. «En esta mesa se sentaron figuras célebres. Vaya si Alfredo Alcón posó aquí donde estoy ahora», comenta sobre una histórica mesa ratona espejada, muy tentadora para retratar a los protagonistas.
En unos días más, el actor se tomará un descanso después de un intenso primer mes de funciones de Cyrano. «Sirvió de termómetro para probar, para foguearnos, para disfrutar y para ver la respuesta del público, que nos acompañó por encima de las expectativas. Hay que meter 1.000 personas cada noche, de miércoles a domingo. Es la obra de un personaje del siglo XVII, hablada en verso y la gente sale fascinada, con lo cual tenemos el mejor pronóstico para volver a hacer funciones a partir de febrero», hace saber Goity, que volvió al San Martín luego de 30 años. La última vez había sido con Noche de Reyes, bajo la dirección de Alberto Ure. «Cyrano es mi obra insignia, por ella me hice actor», revela. «Entonces, saberme dentro de este desafío me llena de felicidad y me produce un sentimiento muy profundo que me lleva a mis años de juventud. Porque más allá de tratarse de un clásico teatral, para mí es muy significativa en lo personal, porque fui a ver la versión que hizo Ernesto Bianco, mi ídolo: verlo actuar fue muy fuerte. Y le dije a mi abuelo que quería ser Cyrano, no que quería ser actor. Y mi abuelo me dijo: “Pero Gaby, para ser Cyrano tenés que ser actor”. Y aquí estoy, siguiendo el consejo del abuelo, paladeando este momento tan esperado».
–¿Aquella salida al teatro con tu abuelo fue una excepción o solían compartir escapadas culturales?
–Mi abuelo Modesto me llevaba al museo, al cine, a escuchar música. Íbamos mucho al Teatro Colón porque él tenía un palco, pero aquella era la primera vez que me llevaba al teatro a ver una obra. La versión de Cyrano que hacía Bianco duraba más de cuatro horas, pero recuerdo que me la súper banqué y cuando terminó estaba extasiado. Mi abuelo era un hombre sensible y laburador, era orfebre, amaba su oficio. Cuando se confirmó el proyecto de Cyrano miré al cielo y le dije “esto es para vos”. Pero el abuelo está conmigo todos los días, lo tengo siempre presente, fue un gran compañero.

«Disfruto mucho mi trabajo y soy un agradecido por las oportunidades. Y lo confieso: yo ya estaba hecho, no tenía asignaturas pendientes.»

–¿Cómo llegaste a la obra? ¿Fue una casualidad o moviste alguna pieza?
–Fue la primera vez que pedí literalmente hacer un personaje en casi 40 años de trayectoria. Hace como un año golpeé la puerta de la entonces directora del San Martín, Gabriela Ricardes. Pero todo empezó cuando Ingrid Pelicori e Irina Alonso, hijas del Flaco Bianco, me convocaron para recordar mi primera vez en el teatro, que fue viendo a su papá. Querían hacer un libro y un documental por los 100 años del nacimiento del gran Bianco. Entonces vinimos al teatro para filmar unas escenas para ese documental, improvisando diálogos de la obra junto a Ingrid e Irina, que caracterizaban a Roxana, el amor imposible de Cyrano. 
–¿Y cómo fue la experiencia?
–Fue un viaje alucinante. Y cuando terminamos de filmar, yo estaba tan arriba que les pregunté a Ingrid e Irina si sabían quién era la directora del San Martín. Cuando me respondieron, me fui directo a la oficina de dirección, en el octavo piso. Me atendió la secretaria de Ricardes, que no sabía si yo era un proveedor o el electricista. «¿Qué necesita, señor?». «Mi nombre es Gabriel Goity, soy actor y me gustaría hacer la obra Cyrano». «Disculpe, ¿usted tiene cita?». En ese momento salió una allegada a la directora que me dice «Puma, ¡qué alegría! ¿En qué te podemos ayudar?». «Vengo de filmar un documental con las hijas de Ernesto Bianco y me tomé el atrevimiento de venir hasta aquí para decirles que quisiera hacer Cyrano de Bergerac en el San Martín».
–Me imagino la situación, entre la confusión y la sorpresa.
–Un poco de todo, pero fue un gran acierto, ya que ese encuentro espontáneo derivó en una entrevista con Gabriela Ricardes la semana siguiente. Y podés creer que la directora me dijo: «Te estábamos por llamar, pero para otro proyecto. ¿No te avisó tu amigo? Estuvimos aquí reunidos con Guillermo Francella y nos contó que él quería tener su primera vez en el San Martín y nos sugirió que te llamarámos porque quería hacer algo con vos. Y entre las obras que le ofrecimos a Guillermo estaba Cyrano». Yo no lo podía creer; pero me terminó proponiendo Esperando a Godot. Me encantaba la idea, pero yo estaba caliente con Cyrano.

–¿Pudiste disfrutar el primer mes de funciones?
–Como un loco, de lo contrario sería un idiota. Disfruto mucho mi trabajo y soy un agradecido por las oportunidades. Y lo confieso: yo ya estaba hecho, no tenía asignaturas pendientes. Soy de los del vaso medio lleno y, si me moría antes de Cyrano, te juro que lo hacía en paz. Mis expectativas hasta no hace muchos años eran tener un laburo y poder hacer alguna obrita a la noche.
–¿El oficio te dio más de lo que imaginabas?
–No más, muchísimo más. Sería muy ingrato si le pidiera otra cosa a la actuación. Y encima, como si fuera poco, pude cumplir este sueño de toda la vida.
–¿Hay alguna posibilidad de que vos y Francella hagan en el futuro Esperando a Godot?
–Ojalá, sería maravilloso compartir el escenario de la Coronado con Francella, mi gran amigo y a quien le tengo una profunda admiración como actor: es el número uno. Pero hoy estoy con la cabeza puesta en Cyrano, que me demanda una gran exigencia y me agota, porque son como tres obras en una, pasa de la comedia al drama y del drama a la tragedia. Pero estoy entrenado para semejante desafío.

«Cuando hay un guion claro y sólido no hace falta agregarle cositas, adornitos, los personajes están bien definidos y eso es la columna vertebral.»

–Más allá del entrenamiento profesional, ¿también es importante estar con los pies en la tierra?
–Estoy tranquilo porque lo dejo todo, con esfuerzo y honestidad. Y estoy disfrutando de esto que me pasa que es hermoso, porque es el resultado o la consecuencia del propio trabajo. Claro que siempre está el riesgo de que no funcione, son las reglas del juego, pero encima lo que me está pasando es que es un amor correspondido. El agradecimiento, el amor del público tanto en el teatro como en la calle son enormes.
–¿Imaginabas que El encargado podía tener tanta repercusión?
–En lo personal, en cada trabajo yo busco el campeonato, siempre soy muy ambicioso. Soy así de toda la vida, desde que actuaba en la calle y pasaba la gorra. Y lo que sucede con esta serie es que a través de una plataforma llegás a todo el mundo y las expectativas no paran de crecer, porque el furor que se ha generado es impresionante. La segunda temporada ha superado a la primera, algo que históricamente es difícil, más si la primera resultó muy buena. 
–Para el papel de Matías Zambrano, ese vecino poco querido, no te llamó Star+ ni tampoco los directores Mariano Cohn y Gastón Duprat. ¿Cómo se dio?
–Me convocó directamente Guillermo Francella, quiero recalcarlo. Un día me llamó por teléfono y fue al grano: «Puma, quiero que vos estés acá conmigo». Tener trabajo es un privilegio y que un protagonista como Francella te elija es un premio.
–¿Cuánto hacía que no trabajaban juntos?
–Desde Poné a Francella, es decir que habían pasado 20 años, pero tenemos una gran amistad y nuestros encuentros también pasan por otro lado, no solo por el trabajo.

Foto: Guadalupe Lombardo

–¿La amistad ayuda en el día a día del rodaje?
–Sí, la pucha que ayuda. Cuando tenemos los ratos de descanso, estamos mucho juntos con Guillermo. Y si no estoy con él, me reta. Nos divertimos mucho. En serio, trabajar con un amigo como Francella es un privilegio.
–Debe ser de esas personas a las que no se les puede decir que no.
–Claro, pero jamás se me ocurriría, porque lo que te propone es extraordinario. ¿Cómo le diría que no a trabajar con él y a ser dirigido por la dupla Duprat-Cohn, que a mí me encanta? Mariano y Gastón apuntalan el género argentino, lo que hacen es distintivo.
–¿A qué llamás el género argentino?
–Ese estilo tan nuestro que hace que te mates de risa mientras te muestran algo patético. Y donde todos los personajes son unos hijos de puta. En El encargado no se salva nadie, son todos una manga de guachos.
–¿Por qué engancha tanto la serie?
–Por eso mismo, porque es bien argenta, no es un producto comprado de afuera, importado de Estados Unidos o de Europa. Es una serie que nos pinta de cuerpo entero, que habla del argentino promedio, del estilo nuestro y describe lo mierdas que somos, unas mierdas importantes y simpáticas.
–La opinión pública elogia la construcción de tu personaje, el «malo de la película». 
–¿Por qué el malo de la película? Zambrano no es un hipócrita. La gente me dice que soy un hijo de puta, pero más hijo de puta es Eliseo, el portero, el personaje de Francella, que te dice «Sí, mi amorcito», «Por supuesto, querida», y te la manda a guardar por atrás. Zambrano va de frente y le dice a Eliseo: «Te voy a echar. Cumpliste con tu contrato y tenés que irte». ¿Quién es el hijo de puta, el que va de frente o el que va por detrás? No es simpático, está claro, pero igual es maravilloso que suceda esto, es la magia de la ficción.
–¿Qué elogiarías de El encargado como espectador?
–Que está muy bien escrita, que tiene un buen libro y para los actores y las actrices eso es maravilloso. Cuando hay un guion claro y sólido no hace falta agregarle cositas, adornitos, los personajes están bien definidos y eso es la columna vertebral.

«Soy como la madre que ama a todos sus hijos, no me puedo quedar con uno o dos personajes. La gente es la que elige y decide, yo dejo el alma en todos.»

–¿En qué cambia tu Zambrano de la primera a la segunda temporada?
–Dentro de la paleta de personajes, que son todos perdedores y solitarios, pobres personas, Zambrano en la primera temporada es canchero, ganador, o eso se cree: está sólido con su pareja. Y en la segunda cambia radicalmente y se encuentra en una situación que desconoce, a la que no está habituado y está hecho pelota y, perdido por perdido, teje inesperadas alianzas.
–¿Y a vos qué te dicen en la calle?
–Lo que me está pasando es lo que ocurría cuando había ficción en la televisión abierta. Yo soy de la época en la que los canales tenían tiras o unitarios. Bueno, me está pasando lo que sucedía por aquellos tiempos.
–Y desde adentro, ¿cómo ves la composición del encargado que hace Francella?
–Es extraordinaria su transformación, solo un gran actor como él puede llevar a cabo ese personaje. Y, si la hiciera en inglés, la última escena de la segunda temporada se ganaría cinco Oscar. Lo digo como algo simbólico, porque los argentinos no anhelamos un premio como el Oscar. El Oscar me chupa un huevo, lo que deseo es que la ficción argentina se convierta en una industria de una vez por todas, que se lance al mundo y podamos exportar lo nuestro. Ojalá que recuperemos un lugar que hemos perdido, porque nosotros somos los principales responsables.
–¿Los principales responsables de qué?
–Los argentinos hicimos mierda el cine argentino, que ocupaba un lugar de importancia en el mundo. Creo que con El encargado demostramos que se puede y considero que somos una pequeña muestra de la extraordinaria cantidad y calidad de actores y actrices que hay en el país.
–Hace unos meses filmaste Descansar en paz, con dirección de Sebastián Borensztein y producción de Netflix. ¿Qué se puede adelantar?
–No puedo hablar mucho, pero es un elencazo. En la película los acompaño a Joaquín Furriel y Griselda Siciliani y el tema va a dar que hablar: década del 90, AMIA, antes, durante y después del atentado. Es una historia fuerte, que transcurre en Buenos Aires en 1994 y a partir de allí irrumpe una trama tremenda. 
–¿Y algún otro proyecto para 2024?
–La tercera temporada de El encargado está avanzada y se termina de filmar antes de fin de año. ¿Cómo se viene? Hermosa, espectacular, Duprat y Cohn son unos genios. Realmente el libro me volvió a sorprender para bien.
–¿Quedará Matías Zambrano en el podio de tus personajes más queridos?
–Yo soy como la madre que ama a todos sus hijos, no me puedo quedar con uno o con dos. La gente es la que elige y decide, yo dejo el alma en todos y no discrimino a ninguno.
–¿No tenés alguna preferencia? Por ejemplo Emilio Uriarte, con el que ganaste popularidad en Los Roldán.
–¿Sabés qué? Les tengo un profundo amor a los personajes que no tuvieron tanto éxito. Los demás corren solitos.

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