9 de marzo de 2025

Cumbre. Líderes mundiales en el encuentro del G20 celebrado en Río de Janeiro, Brasil, en octubre de 2024.
Foto: Getty Images
En su alocución del 1º de marzo ante ambas Cámaras del Congreso, el presidente Javier Milei reiteró que uno de los objetivos de su gestión es reducir el tamaño del Estado en la Argentina al 25% del PBI. No vamos a detenernos en refutar, desde el plano de la historia de las ideas económicas o la teoría económica, el sinsentido de su propuesta. Son muchos los estudiosos que han consagrado numerosos escritos para refutar los dichos presidenciales, demostrando que los «capitalismos realmente existentes» –no los que bullen caóticamente en la mente de Milei– siempre necesitaron de las muletas que le provee el Estado. Ya sea en su fase de implantación, como en la acumulación originaria, tanto como en su madurez para facilitar la marcha de los negocios de los capitalistas y, sobre todo, para arrojarle un salvavidas cada vez que el capitalismo entra en crisis o su reproducción se encuentra amenazada. Casos más significativos: el rescate estatal del capitalismo en la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado o, más recientemente, el salvataje de los bancos y las grandes empresas en la mal llamada «crisis de las hipotecas» del 2008.
Dejemos de lado estos antecedentes y echemos una mirada a los capitalismos desarrollados de nuestros días y observemos cuál es el tamaño del Estado, medido por la magnitud del gasto público en cada uno de ellos. En abierto contraste con lo que sostiene el presidente, los países del capitalismo desarrollado están caracterizados por una vigorosa presencia estatal, que se mide por el elevado nivel de gasto público en proporción a su PIB. En 2023, en Francia, por ejemplo, el gasto público ascendía a un 57% del PIB; en Finlandia, a un 55,8%; Italia le seguía con 53,8%; Bélgica, 53,3%; Austria, 52,7%; Suecia, 49,4%, para el mismo año y siempre en relación al PIB. Alemania, tradicionalmente fiel a la ortodoxia económica e invariablemente gobernada por fuerzas conservadoras o socialdemócratas de derecha, mostraba un gasto público del 48,4%. ¿Será que la dirigencia de todos estos países del capitalismo avanzado cayó en las manos de «degenerados fiscales», para adoptar el léxico descalificador e insultante que tanto le gusta a Milei? Evidentemente, no. Incluso si se miran las cifras de Estados Unidos, el país del mundo desarrollado con el menor ratio de gasto público/PIB –y por eso con la peor calidad de servicios sociales entre los países del G20–, la ratio es del 36,3%, once puntos porcentuales por encima del paraíso al que pretende llevarnos el actual Gobierno. Si la propuesta de Milei llegara a concretarse la Argentina tendría un perfil de gasto público en relación al PBI comparable al de algunos de los países más subdesarrollados del mundo. Mauritania, por ejemplo, con un 24,9% de gasto público en relación a su PBI ilustra muy bien cuáles pueden ser las consecuencias de avanzar en la dirección que nos propone el Gobierno: el 67% de personas está bajo la línea de la pobreza y tiene una escandalosa tasa de mortalidad infantil del 47,9 por mil nacidos vivos. Mali, que limita con Mauritania, es otro caso a tener en cuenta: su ratio es de 25,7% y su correlato ante la práctica ausencia del Estado es un 80,5% de personas bajo la línea de la pobreza y una espeluznante tasa de mortalidad infantil de 64,1 por mil nacidos vivos. ¿Es esa la Argentina que queremos?

Haití. Pobreza y violencia extremas, los efectos de la ausencia del Estado en el país centroamericano.
Foto: NA
En el Caribe, la tragedia haitiana retrata con sombríos contornos lo que ocurre cuando la distopía del anarcocapitalismo se lleva a la práctica. En ese país, el primero en independizarse en Nuestra América (1804, derrotando al ejército napoleónico), la relación gasto público/PBI es del 6,40%. Sin Estado, sin salud ni educación públicas, sin fuerzas armadas ni policías; sin inversiones en caminos, puentes y viviendas; sin un orden legal que sancione a los criminales, el caso de ese atribulado país demuestra lo que ocurre cuando una sociedad se queda sin Estado –en el caso de Haití, destruido por sucesivas invasiones de Estados Unidos y las brutales dictaduras impuestas por Washington–: la sociedad involuciona hacia al temido «estado de naturaleza» retratado por Thomas Hobbes, en el cual el hombre es el lobo del hombre. Sin Estado prima la violencia de los privados, y el país queda a merced de las pandillas armadas que medran por doquier. El desgarrador ejemplo de Haití es un caso límite, pero que con su brutal exageración ilustra el lúgubre desenlace que se cierne sobre una sociedad cuando su ordenamiento estatal ha desaparecido. Ojalá que el topo infiltrado en las entrañas del Estado argentino con la malvada intención de destruirlo desde dentro pueda ser detenido, antes de que sea demasiado tarde.