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Google y su modo incógnito

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Esteban Magnani

La corporación llegó a un acuerdo en una demanda por no cumplir sus promesas de privacidad. El desconocimiento general sobre cómo proteger los datos en el mundo online.

Navegador. Ciertos aspectos hacen creer al usuario que su identidad se mantendrá oculta.

Foto: Shutterstock

A fines de diciembre pasado Google llegó a un acuerdo en el marco de una demanda iniciada en 2020 por guardar secretamente información de usuarios del navegador Chrome cuando se utiliza en «Modo incógnito». La oferta por 5.000 millones de dólares fue aceptada por los abogados de quienes habían iniciado la querella en una demanda colectiva. En este tipo de casos, llamados Class Action en inglés, unos pocos damnificados realizan una denuncia en representación de miles o millones de personas en la misma situación.
Google prefirió llegar a un acuerdo luego de que la jueza de California Yvonne González Rogers dispusiera que los argumentos de la empresa no eran suficientes y que existía una posible violación a la privacidad en el uso del modo incógnito que da a los usuarios una falsa sensación de anonimato. Para determinar si había un delito, la jueza había previsto iniciar el juicio a fines de febrero; el acuerdo evitaría llegar a esa instancia.
El caso, que se suma a varias otras demandas contra esta y otras plataformas, revela la forma en que se esquiva la creciente preocupación por la privacidad online con herramientas que resultan engañosas. Para comprender mejor la discusión es útil saber qué es y qué no es el modo incógnito.

Identidad
El modo incógnito es una opción existente desde 2008 para el navegador Chrome de la empresa Google (parte de Alphabet) que permite abrir pestañas o ventanas con mayores niveles de privacidad. Otros navegadores como Firefox, Safari u Opera tienen opciones similares, aunque se llaman de otras maneras.
La cuestión está en qué entiende Google por «privacidad»: al elegir este modo de navegación en Chrome aparece una ventana oscura en la que se ve un sombrero y anteojos negros típicos de un espía, invitando al usuario a creer que su identidad se mantendrá oculta. Allí se explica que cuando se navega de ese modo no se almacenará en el dispositivo el historial de navegación, información cargada en formularios o los «cookies», pequeños paquetes de información que envían los sitios al navegador y que permiten identificar a los visitantes y su comportamiento cada vez que vuelven. Por otro lado, en esa misma portada se aclara que los sitios «pueden» llegar a reconocer al usuario y lo mismo ocurre con el proveedor de internet o la institución que provee de conectividad.
En resumen, la privacidad prometida está pensada para utilizar un dispositivo sin que queden en él huellas del uso que se le dio. Esto puede servir en caso de utilizar una computadora ajena. También se suele usar para comprar, por ejemplo, pasajes de avión; de esta manera el sitio no sabría (en principio) si uno ya entró varias veces, algo que puede influir en el precio ya que muchas aerolíneas hacen una cotización dinámica según quién está comprando.
Lo que no hace el modo incógnito es ocultar la IP del usuario, esa especie de «patente» que permite saber desde qué conexión se está pidiendo información a un sitio web. Es decir que, si una persona se conecta desde el mismo lugar y dispositivo de siempre, la página puede reconocer fácilmente a quien está ingresando. El modo incógnito tampoco protege de virus o malware que pueda entrar por el navegador. Por otro lado, los archivos descargados continuarán en el dispositivo una vez cerrado el navegador.

Argumentos encontrados
Google aseguró que la explicación que da a quien utiliza el modo incógnito es suficiente y que no ocultó nada a sus usuarios. Para los demandantes, en cambio, llamarlo «incógnito» resulta engañoso porque da la sensación de que nadie sabrá qué páginas se navegan; sin embargo, cada vez que alguien lo utiliza, Google podrá reconocer el IP y los datos del dispositivo. Esos datos llegan a sistemas como Google Analytics, muy difundidos en la web, para alimentar estadísticas de las visitas a los sitios; como la empresa conoce la IP y las características de los dispositivos que usamos podrá reconocer a quienes visitan las páginas. Esa información se suma al historial de navegación de cada usuario que ya tiene en sus servidores y que se puede ver ingresando a https://myaccount.google.com/.
Los datos acumulados permiten, entre otras cosas, definir mejor los perfiles de los usuarios para seleccionar qué publicidades mostrarles, la principal forma de ingresos de la empresa. Por eso, contar con información que alguien prefiere mantener oculta a los demás, tiene un valor particular.
Los ingresos por los datos de los usuarios, según la demanda, podrían haberse distribuido entre estos. Los querellantes pedían 5.000 dólares por cada usuario engañado por la falsa promesa de privacidad y pedían en total 5.000 millones de dólares para compensarlos a todos.
La jueza de California, González Rogers, rechazó los argumentos de Google: desde su punto de vista no alcanza con decir que es «posible» que los sitios reconozcan a los visitantes para dejar claro que Google tiene muchas formas de seguir a los usuarios de Chrome (y de otros navegadores, cabe aclarar) por la web aun en modo incógnito. El juicio, que no se realizará debido al acuerdo extrajudicial, habría servido para definir la responsabilidad.
Google prefirió sortear el juicio probablemente para evitar atraer más atención sobre la corporación y porque buena parte de los usuarios se sorprendería de lo poco privada que resulta la navegación incluso en modo incógnito. Por eso, antes de que llegara el comienzo del juicio decidió acordar con los abogados de los demandantes y cerrar el caso a cambio de los mismos 5.000 millones de dólares que habían pedido. Lo que se sabrá en febrero, cuando se presente el acuerdo a la jueza, son los detalles de, entre otras cuestiones, a qué institución o personas se destinará el dinero y qué cambios hará la empresa para evitar futuros reclamos.
Este caso y otros recientes permiten abrir esa caja negra que son las plataformas. La tarea no resulta fácil ya que sus sistemas son enormes, de gran complejidad e inaccesibles desde afuera. Solo a través de filtraciones o ingeniería inversa es posible tener una idea más cercana de qué es lo que hacen realmente con los datos. Así se va logrando cobrarles enormes multas, aunque parecería que el negocio que permiten esas violaciones es mucho mayor que los montos con los que se las castiga. Queda como consuelo que la demanda fomenta entre los usuarios una mayor conciencia de las consecuencias que tiene su comportamiento online.

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