2 de abril de 2024
Entre los preparativos para el desembarco de tropas argentinas en las Islas Malvinas ordenado por la dictadura, el 2 de abril de 1982, se puso en marcha un operativo de manipulación y acción psicológica en los medios de comunicación estatales y privados que sería, hoy, definido como una campaña de desinformación y fake news (noticias falsas).
El gobierno militar contaba con un potente aparato de comunicación, tenía contratados a varios de los principales creativos publicitarios de la época, tejió acuerdos con los dueños de la mayoría de los medios privados, mientras que otros sufrieron secuestros y torturas (Jacobo Timerman) o están desaparecidos (Julián Delgado). Sin embargo, el control de la agenda pública durante años no se explica únicamente por su dominio de emisoras, el talento del marketing o negocios como el de Papel Prensa S.A., que unió al Estado con Clarín, La Nación y La Razón en 1977 tras la desposesión de las acciones a la viuda de David Graiver, Lidia Papaleo, también ella secuestrada y torturada.
El 3 de abril de 1982 varios diarios, como Clarín, publicaron esta foto distribuida por la Armada. En su epígrafe, Clarín afirmaba «Soldados reponen la bandera argentina en las Malvinas (Fotografía de la Armada)». La imagen no fue tomada en las islas y se cree que es parte de un montaje realizado en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA)
Las redes sociales de información y entretenimiento no eran digitales, pero la televisión, la radio, los diarios y las revistas tenían circulación masiva. En las semanas previas a la incursión en Malvinas, el Gobierno de facto redobló el control que ejercía en las redacciones desde el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 (que la mayoría de los medios había festejado) y desplegó una campaña que exaltaba los valores patrióticos en la que colaboraron celebridades del espectáculo. Para ello, modificó gran parte de la programación de los canales de TV que administraba el Estado e incluso orientó cambios en los cuadros directivos de medios privados (como la Agencia Noticias Argentinas).
Las estrategias de perturbación de la opinión pública a través de dispositivos de difusión y propaganda en un ecosistema de comunicaciones unidireccional (mensajes de los medios a sus audiencias) y relativamente simple, en comparación con la multiplicación de plataformas de emisión y distribución de contenidos que distingue al siglo XXI, fueron en la guerra contra el Reino Unido, no obstante, complejas y necesitaron de la disposición a creer por parte de amplios sectores de la sociedad. Que el presidente de facto Leopoldo Galtieri fuese rústico no resta importancia a la eficacia de la operación manipuladora fraguada por la dictadura; al contrario, muestra la ductilidad de una planificación que debió lidiar con el desprestigio in crescendo de las autoridades del autodenominado «Proceso de Reorganización Nacional”.
Para 1982, la dictadura había impuesto un disciplinamiento basado en el terrorismo estatal y en el ajuste económico. El primero, desplegado en el marco de la suspensión de todas las garantías constitucionales, tuvo su correlato en los asesinatos, desapariciones y secuestros que fueron juzgados y, en buena medida, sentenciados en las posteriores décadas de convivencia democrática. El segundo, basado en un plan económico que castigó a los asalariados, desindustrializó el país e instituyó un régimen de valorización financiera cuya matriz no fue radicalmente alterada, más allá del acento variado que imprimió a su gestión cada uno de los Gobiernos constitucionales desde 1983.
Pero antes de Malvinas el disciplinamiento dictatorial crujía. El discurso monolítico había contado con la legitimación de gran parte de la dirigencia política, empresarial, religiosa y cultural, y de amplios sectores de la sociedad civil, con medios de comunicación que maquillaban u ocultaban la realidad. Previo al relevo del general Jorge Videla por el general Roberto Viola en 1981, el discurso prodictadura exhibía fisuras indisimulables al compás del fracaso del plan económico de José Alfredo Martínez de Hoz, de las medidas de protesta sindicales, y de los sostenidos reclamos por las violaciones a los derechos humanos iniciados por las Madres de Plaza de Mayo en 1977.
Mientras los partidos políticos retomaban sus actividades, aunque estaban prohibidas, la expresión cada vez más numerosa y articulada del malestar social tendría un hito el 30 de marzo de 1982 en la gran movilización de la CGT a Plaza de Mayo por «Paz, pan y trabajo», brutalmente reprimida.
Los medios de comunicación audiovisuales estaban, en su mayoría, bajo control estatal (los canales de TV de Buenos Aires habían sido estatizados durante la presidencia de Isabel Martínez de Perón), pero los diarios y las revistas, cuyas tiradas eran formidables, eran privados. Todos participaron del dispositivo de adulteración de la realidad montado por la dictadura, tanto en sus años iniciales de represión y censura como durante la Guerra de Malvinas, con excepciones en la cobertura económica y en algunos, limitados, espacios de opinión, humor y crítica cultural.
Tapa de la Revista Gente (Editorial Atlántida) del 6 de mayo de 1982, cuatro días después del hundimiento del crucero General Belgrano por parte de las tropas británicas fuera de la zona de exclusión del conflicto bélico, donde murieron 323 argentinos.
La desconfianza en el sistema de medios informativos que distingue a la Argentina en las encuestas comparativas a nivel mundial alcanza tanto a medios privados como estatales. Hay quienes perciben esa desconfianza como un reflejo cultural de la suspicacia con la que los argentinos tramitamos los asuntos públicos. Es posible, pero en la memoria de varias generaciones, el desengaño con la retórica patriotera y belicosa de Galtieri y la manipulación mediática reflejada en la tapa de la revista Gente –«Estamos ganando»–, adquirió desde 1982 una dimensión dramática. El investigador Oscar Landi recordaba en su libro Devórame otra vez una escena en Plaza de Mayo, tras la derrota del 14 de junio de 1982, cuando un camión de exteriores de Argentina Televisora Color (Canal 7) fue rodeado por gente que coreaba contra la emisora y algunos de sus conductores emblemáticos.
Después de Malvinas el control dictatorial de la agenda pública se marchitó velozmente y los mismos medios que antes callaban o aclamaban la represión y el ajuste económico protagonizaron una nueva operación de desinformación: la de travestirse en rigurosos fiscales del poder político, abordando historias familiares de los 649 soldados argentinos muertos en la guerra primero, y más adelante el «show del horror» con las fosas de cadáveres NN de los miles de desaparecidos y asesinados en los años de plomo.
La manipulación mediática y la distorsión informativa de la Guerra de Malvinas fueron facilitadas en condiciones creadas por el contexto político dictatorial de terror estatal, un plan económico de ajuste salvaje, y una etapa de la evolución de los medios previa a la revolución digital.
Hoy en día los filtros ya no son sólo los medios y los Gobiernos. Las estrategias de acción psicológica, manipulación informativa y las campañas de desinformación exigen la intervención de más actores y nuevas competencias que interpelen a sectores sociales proclives a legitimar esas operaciones. Las fake news 2.0 tienen, no obstante, una historia larga. El nuevo aniversario de la Guerra de Malvinas reconoce la profundidad de las raíces de un malestar que no cesa.
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